Se cumplen ciento veinte años del nacimiento de Antoine de Saint-Exupéry
Publicado en Jun 29, 2020
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Por Roberto Gutiérrez Alcalá
 
Antes de ser escritor, Antoine de Saint-Exupéry se convirtió en aviador, profesión que ejercería hasta el último día de su vida.
Nacido en Lyon, Francia, el 29 de junio de 1900, Saint-Exupéry sin duda tenía algo de ave, pues desde niño se sintió atraído irresistiblemente por la posibilidad de volar.
En 1921, su sueño se concretó: mientras cumplía su servicio militar en Estrasburgo, se hizo piloto. Por esa época comenzó un noviazgo con la escritora Louise de Vilmorin; sin embargo, como ésta no quería que se dedicara a la aviación, abandonó todo lo que tuviera que ver con vuelos y aviones…, hasta que rompió con Vilmorin.
La compañía Aéropostale lo contrató como piloto del correo para que cubriera la línea de Toulouse a Dakar. Posteriormente fue nombrado jefe de la base aérea de Cabo Juby, en el protectorado español de Marruecos, donde permaneció un año y medio.
En 1929, luego de publicar su novela Correo del Sur, viajó a Buenos Aires para asumir la dirección de la Aeropostal Argentina, filial de la compañía francesa donde trabajaba.
Allí, en esa ciudad, conoció a la millonaria salvadoreña Consuelo Suncin, con quien se casó en 1931. Ese año también publicó su segunda novela: Vuelo nocturno, con un prólogo de André Gide.
A partir de 1932, como consecuencia de las dificultades financieras por las que atravesaba la Aeropostal Argentina, Saint-Exupéry se entregó al ejercicio del periodismo (escribió reportajes sobre Indochina  y España, entre otros), sin dejar de volar, con cierta frecuencia, como piloto de pruebas.
El 30 de diciembre de 1935, a bordo de un monoplano Caudron Simoun con el que buscaban romper el récord de tiempo de vuelo entre París y Saigón, Saint-Exupéry y su amigo André Prevot se vieron en la necesidad de hacer un aterrizaje forzoso en el desierto del Sahara. Ambos sufrieron una severa deshidratración y estuvieron a punto de morir. Basado en esta experiencia, Saint-Exupéry escribió su novela Tierra de hombres, la cual se publicó en 1939.
Ese mismo año, ante el avance de las tropas nazis, se integró a una escuadrilla de reconocimiento aéreo del Ejército del Aire. Y tras el armisticio del 22 de junio de 1940, firmado por el Tercer Reich alemán y el gobierno francés del mariscal Pétain, él y Consuelo cruzaron el Atlántico y se instalaron en Nueva York.
Entonces, Saint-Exupéry se puso a escribir y a ilustrar la que sería su obra más aclamada: El principito. No obstante, la idea de retornar a Francia para combatir a los nazis no lo dejaba en paz de día ni de noche.
Finalmente, a principios de 1944, Saint-Exupéry le comunicó a Consuelo su decisión de sumarse a los Aliados en Europa.
En sus Memorias de la rosa, Consuelo recuerda los días anteriores a su partida: “Tonio quiso que también el bulldog se acostumbrara a su marcha. Hacía pompas de jabón y el perro las aplastaba contra las blancas paredes de la casa de Greta Garbo [la actriz les había alquilado la casa que tenía en Nueva York].
–Cuando regrese –decía–, cuando vuelva a verte con tu perro, si no me reconoce no le pegaré, haré pompas de jabón y él sabrá que su amo está de regreso.”
Pero Saint-Exupéry nunca regresaría.
El 31 de julio de 1944, a las ocho cuarenta y cinco de la mañana, a bordo de un caza bimotor Lockhedd Lightning P-38, el escritor francés despegó de una base aérea en Córcega para llevar a cabo una misión de exploración y ya no se supo de él.
El 1 de agosto, una mujer dijo haber visto un día antes la caída de un avión cerca de la bahía de Carqueiranne. Y días después, al este del archipiélago Frioul, al sur de Marsella, se halló un cadáver con insignias francesas que no pudo ser identificado.
Es posible que, entre los innumerables lectores de Saint-Exupéry, no haya uno solo que no recuerde cuando, en el más famoso de sus libros, el zorro le revela su secreto al principito: “Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.”
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Foto del autor Roberto Gutiérrez Alcalá
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María José Ladrón de Guevara

Precioso artículo nos obsequias nuevamente, Roberto, señalándonos a un magnífico personaje que nos dejó bien marcada una senda. Como tú dices ¿Quién no leyó "El principito"? Y todos los que lo hicimos recogimos las infinitas enseñanzas allí potenciadas por su autor, pues de una o de otra manera las llevamos a cabo en buena parte de nuestras vidas.
Junto a mi felicitación te envío cariños.
María José.
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July 01, 2020
 

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