EL MILAGRO DE LA VIRGEN DEL MILAGRO
Publicado en Jul 06, 2020
EL MILAGRO DE LA VIRGEN DEL MILAGRO
................................ por Alejandra Correas Vazquez ............................... Siglo XIX... Doña Rufina González Ponce de León era una dama riojana de alcurnia, residente en Córdoba. Argentina, desde su matrimonio con Don Baudilio Vázquez de Oporto, estanciero cordobés de Montecristo en la zona ganadera de Río Primero. Pareja contrastante. Ella muy morocha. El muy rubio. Ambos lucen esbelta estampa en las fotografías de daguerrotipo.. El era muy bello. Ella no, pero aportó al matrimonio una rica dote... El estanciero Don Baudilio Vázquez de Oporto era alto, cabello rubio de un tono casi rojizo y de centellantes ojos celestes. Luce en los retratos una soberbia estampa. Acompañado de su esposa, con el atavío formal de “pose” que imponían los fotógrafos de la época, creemos ver aún por la expresión reflejada en sus rostros, el impacto enceguecedor del “pajarito”, debido al fogonazo de luz. Su fina prosa conservada en su correspondencia, pone de manifiesto esa educación clásica que se impartía en el Colegio Monserrrat. Don Baudilio era un hacendado trabajador y constante, un ganadero orgulloso de sus campos boscosos de Montecristo en el departamento de Río Primero. Una ecología muy distinta a la de hoy en esa parte de la provincia, como puede verse. Estos bosques por supuesto, estaban sufriendo con la seca y clamaban por lluvia, sin saber que tras el progreso y la construcción del dique San Roque quedarían sedientos y secos para siempre. Por la erosión que la construcción del mentado dique, iba a traer aparejada Ella, oriunda de Chilecito —provincia de La Rioja— pertenecía a esa sociedad norteña con atavismos vernáculos donde la sobrevivencia mítica precolombina se injerta con un catolicismo peculiar, dando a las propias familias un papel destacado dentro de este juego mitológico, el cual a su vez es incorporado por la Iglesia. Por tradición heredada de tiempos precolombinos, las familias de abolengo debían interpretar allí un papel declarado en el mismo ceremonial (como delegados del Inca) sin que esto fuera conculcado por la autoridad eclesiástica. Más bien... hacía uso de él. Ese era el ceremonial religioso al que estaba habituada la dama riojana, sintetizando en medio de ello sin reserva alguna, un juego propio de sincretismo norteño que a su vez era incorporado por la sociedad católica tradicional. Tales hechos, tal educación, de carácter casi “teocrático” (para las familias de abolengo colonial) con todo su ritual, hacían de Doña Rufina una personalidad “permeable” a la convocatoria del Obispo de Córdoba que demandaba ayuda de los creyentes para salvar a Córdoba de una trágica Sequía. . Como dama de alcurnia ella exponía ese estilo propio de las antiguas familias norteñas argentinas. Su señorío, su elegancia, su protocolo, su lenguaje y sus servidores siempre acompañándola. Con esa vida múltiple de los señoríos andinos. Conservando y repitiendo fórmulas sociales sin alterarlas nunca. Allá, en aquellos poblados que terminan todos en “gasta”, los Finqueros encabezaban las fiestas (Chayas, Niño Alcalde) caminando con toda su familia y seguidos por el pueblo en pleno. Y aquí en Córdoba donde Doña Rufina hallábase refugiada con su familia, por la falta de agua para beber que existía en Montecristo, debido a la gran sequía, ella salía en los atardeceres a tomar el fresco vespertino acompañada por todos sus hijos, las niñeras de sus hijos y sus servidores –--cubriendo casi una cuadra de personas--— lo cual no era habitual en esta ciudad universitaria. Los cordobeses que habían vivido en una ciudad escondida en el sur del continente sudamericano, también escondían a sus familias. Incluso, la Universitas Cordubensis Tucumanae, de tiempos jesuíticos, era un internado. De modo que las costumbres riojanas resultábanle insólitas a Don Baudilio, quien encontrábase de improviso al regresar a su casa citadina (en la calle Santa Rosa de Lima, hoy Lima) desde su Estancia de Montecristo, con este espectáculo poblacional de su familia completa en la calle. Esta era la forma en que Doña Rufina paseaba o hacía sus visitas, y aunque el esposo era cortés con ella, no dejaba de sorprenderse. Pero la dama de alcurnia rojana había tratado también de acostumbrarse a Córdoba y a su formalismo. A sus modas rigurosas y sus ropas complicadas. Trajeaba a sus pequeños niños (Zenón, Lucas, Eudoro) y a sus niñas (Herminia y Pura) con sus mejores galas, en la inconfundible moda de fin del siglo XIX. Fuese invierno gélido o verano ardiente, los atuendos gozaban de una complicación absoluta. Lo que hacía para los pequeños, más agobiante aquel verano de enero. ----------------00000000000------------------ Sequía sin precedentes. Sol despiadado. Fuentes de agua agotadas. La Cañada bordeada por el Calicanto habíase casi resecado y su masa de agua, estaba transformada en un charco barroso pestilente. El río Suquía que atraviesa a la ciudad, arrastraba insectos. Los pozos potables comenzaban a tornarse peligrosos. La temporada climática conocida hoy como de la “Niña” habíase apoderado despiadadamente, de la provincia de Córdoba. La Era del Progreso había colmado a Córdoba por decisión del presidente Sarmiento, de valiosos regalos. Entre los cuales sobresalió como más representativo, el “Observatorio Astronómico” –que fuera el primero del país aprovechando la limpidez del cielo cordobés el cual inauguraría a su vez, la especialidad de la “Meteorología”. : el “Alemán del Observatorio”. El científico europeo, un germano. Nombre extendido por el uso que se le dio en Córdoba a todos sus astrónomos. . Como buenos “gourmets” cual eran y dejaron fama de ello en Córdoba, estos científicos alemanes del Observatorio amigos del buen vino y la buena comida, se lo comentaron al Sr. Obispo en una cena opípara que en conjunto saboreaban, con beneplácito de todas las parte allí reunidas. El Obispo de Córdoba era un hombre muy culto y preparado, habitué del Observatorio, pero también era un hombre práctico, para el Sr. Obispo era necesaria una confirmación técnica, real, expresamente estudiada y por ello habíalos invitado a aquella cena con el fin de recabarles informes. A los postres de la opípara cena rociada con muy buen vino, ya el prelado tenía la confirmación exacta de que –--como siempre acontece en el variable clima cordobés--– el cambio era inminente. Además el telégrafo (que por cierto no era de uso común para todo el mundo en ese tiempo) advertía de un avance tormentoso en provincias próximas. Lo interesante era fijar día y hora. Había pues que fijar con precisión el día y la hora de ese arribo científicamente.. Para ello los metereólogos debían afinar su puntería y sus cálculos a fin de lograr una precisión. Una exactitud. Que el Obispo aprovechó para convocar a sus fieles a rogarle por lluvia a la santa patrona cordobesa la Virgen del Milagro. La convocatoria del Sr. Obispo llegó al alma de su esposa ritualista --–Doña Rufina–-- quizás más que nada por sus añoranzas sobre el mito incaico-católico del “Niño Alcalde”, tan amado en sus tierras riojanas. Como también de otras estructuras míticas de su solar natal, donde fusionábanse credos de origen diverso. Y aunque le explicara Don Baudilio que los gauchos (sus peones) veían desde una semana atrás menear las colas de los caballitos criollos (señal de lluvia) para ella : ...“Sólo quedábale la esperanza de la Fe”... Y concurrió al llamado del prelado, en aquella cita convocante hecha desde el púlpito, llenando casi una cuadra citadina con los habitantes de su casa ... Y ella al frente. En su tradicional estilo vernáculo, matriarcal y norteño. Estanciero de ley, prudente, como caballero liberal y tolerante que educó a sus hijos e hijas en escuelas laicas (envió incluso sus hijas mujeres al Normal Carbó para estudiar magisterio, profesión que ejercieron) ... Don Baudilio en aquel día especial se resignó a permanecer solo en su casa vacía. El calor era espantoso y buscó un poco de jugo de horchata para calmar su sed. Comenzó la Procesión. Almidonados y compuestos, con zapatos de charol, los pequeños caminaban con gran dificultad. El conjunto de sirvientes estaba también vestido con sumo formalismo, de manera tal que ninguno de los participantes que acompañaban a Doña Rufina, podía estar más incómodo. Todos llevaban allí en ese día especial, la meticulosidad exigida por la dama que era a su vez lo único que ella había adoptado de Córdoba (aunque los cordobeses en verdad, en esta circunstancia climática la obviaran). Los niños hijos de ella, tanto como los hijos de sus sirvientes, iban todos trajeados. Ornamentados y elegantísimos, de modo que en conjunto veíanse en serias dificultades para afrontar ese pico de calor, sobre un adoquín hirviente que cubría las calles. Al llegar a la iglesia de Santo Domingo, con sus cúpulas de mayólicas celestes en las cuales el sol parecía rebotar --–adonde habíalos citado el Obispo–-- Doña Rufina protegió bajo la copa de los árboles (que entonces aún existían en la esquina de Dean Funes y Calle Ancha) a sus pequeñísimos hijos, enfundados en ropas duras y achicharrados de calor. El sol ardiente de aquella tarde era despiadado, pero el follaje frondoso fue un alivio para las criaturas. Comenzó a caminar de a poco la Procesión rumbo hacia el Parque Crisol, en dirección sur, como buscando aliviar a toda una ciudadanía de creyentes desolados que buscaban en la Virgen del Milagro, su última esperanza. Iban lentamente asfixiados, transpirados, jadeantes, agotados. Escenas de desmayos. Niños llorosos. Madres angustiadas. Caminantes con sed... La sed aumentaba con el peregrinaje cuesta arriba. Los comerciantes salían a las puertas de sus negocios al verlos pasar, cerrándolas por respeto. Los intelectuales dejaron por un momento sus libros, al contemplarlos desde sus ventanas (pues la Procesión pasaba bordeando la Universidad) mirándolos asombrados por el esfuerzo físico que aquello les demandaba. Los gauchos que vivían sobre la orilla de la Cañada, se incorporaban. También las chinitas. Los sirvientes. Los changuitos. Los burgueses. Y todos de alguna manera participaban, aunque sólo fuera dejando de matear en esos pasajes graves, cuando cruzaban frente a ellos. Todos. Toda Córdoba. Y Los alemanes del Observatorio que ya habían avisado al sr Obispo de un cambio climático . ... Y retornaban ya, casi moribundos, dejando en aquel camino su última cuota de energía. Regresaban extenuados hacia la basílica de Santo Domingo para colocar nuevamente a la Virgen Bonita --–quien alguna vez flotó hacia la costa peruana después de un naufragio y más tarde fue enviada a Córdoba–-- en su camarín de mármol blanco. Ella los miraba con su tersa sonrisa de siempre. Por su pálido rostro nacarado corrió una gota transparente, fresca, cristalina, translúcida. Empapó su traje blanco de seda y encaje ... ¡Y debió ser entrada a toda prisa, corriendo con los pies empapados de quienes la llevaban en andas! ... Llovía... ¡Llovía con una furia torrencial! Los piesecillos de esos niños pequeños de Doña Rufina enfundados en zapatos de charol, casi no alcanzaban a correr junto a los mayores. Los complicados trajecitos, chorreaban. La dama riojana de largas y costosas vestiduras, resbalaba por el adoquín aluvionado. Las criadas y los criados. Las niñeras y los niños. Todos ellos corrían bajo un cielo negro de tormenta y una lluvia torrencial que se llevaba al fin todas las penas : ...La Seca. La Sed. Los Incendios. ----------------00000000000----------------- El caballito criollo quedó satisfecho dejando en paz su cola, que llevaba ya una semana de movimiento continuo. El Sr. Obispo respiró con alivio, la ciencia lo había ayudado ... Y también la providencia …. Ni un día antes ni un día después, podrían haberle dado tanto prestigio con un prodigio. La salida y la llegada fueron exactas. Los científicos del Observatorio se prepararon para un buen brindis con él, bien merecido. Y las autoridades cordobesas con los ingenieros franceses, ya podrían contar después de ese espantoso enero, con la voluntad ciudadana para construir el Dique San Roque. Pues como suele decirse… -----“Los Milagros no se repiten”----- ---------------00000000000-----------------
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