Ayer intercambiamos alientos
entre besos, agua y chocolate.
Recibí de ti el dulzor de tu alma
y me entregué con total reciedumbre.
Eramos ríos de nieblas en las bocas
trasvasando los diferentes hálitos.
Eramos tibias teas en amores
moviéndonos en tentaciones sigilosas.
Bajamos por nosotros atrevidos
hasta los sótanos del corazón.
Nos desbocábamos con toda justicia:
cumplíamos nuestro grande cometido.
Fueron hálitos de vida sin falsía.
Yo llegaba a ti y tú me llegabas.
Besé hasta los últimos vestigios
de tu cuerpo coronado por aceite.
Tú eras para mí pequeño rompeolas
y yo marejada en franco desenfado.
Las bocas se entregaban al unísono
constituídas en una sola sangre.
Intercambiamos caricias exitosas
y una paz plenamente depurada.
Apretada allí, bajo mi cuerpo
temblabas y gemías sin aliento.
Era mía tu cabellera de cereal
entre mis brazos de fulgores rasantes.
Incumplimos todos los mandamientos:
Quebramos los preceptos y las normas.
Me volqué en ti, arterial y primitivo
mientras el cielo vertiginoso nos miraba.