El Amor
Publicado en Aug 30, 2020
Ya casi era la hora de salir de clase; de uno de los días finales del curso. El ambiente era relajado, cada cual con lo suyo; se habían terminado los exámenes, los terribles exámenes de séptimo. Yo estaba entretenido en algún juego cuando una risa fuera de tono llamó mi atención sobre la escena que tenía lugar en la mesa del profesor.
Las chicas mayores de clase; alguna ya tenía 15 años, estaban de risas con el profesor de gimnasia, un señor de unos treinta y tantos años. Esto por sí solo no dejaría de ser normal pero la escena se salía de toda lógica educativa, las chicas se rozaban y tonteaban con el profesor mientras él, a veces las cogía por las cinturas a veces por las piernas, mientras no dejaba de mirarlas lujuriosamente. Sobre todo a una de ellas a la cual le mantenía la mirada como haciendo algún tipo de insinuación. Yo conocía bien a las chicas de la mesa. Eran mis mejores amigas; Laura, Lidia, Estefanía, Magnolia y Soledad. Magnolia era la mayor, unos meses más que Laura, ya a punto de cumplir los dieciséis. Había repetido sexto y estaba repitiendo séptimo. Compartía con todas ellas aparte del colegio las tardes de juegos. Pero fue en el colegio cuando mantuvimos la conversación más tórrida que yo había tenido en mi corta vida con cinco chicas, hablamos de muchos temas pero toda la conversación termino en el sexo. ¿Qué si nos masturbábamos? ¿Qué cómo lo hacíamos? ¿Qué si era pecado? Y Laura gano el premio a la mejor descripción, que tan mal se le daba por escrito; me pone caliente ciertas situaciones o imágenes y me voy al baño. Suelo comenzar tocándome los pechos, a veces me los chupo y mordisqueo. Tenía unos grandes pechos. Cuando siento que mi sexo se pone húmedo y se me empieza a hinchar, comienzo a tocarme; primero aprovecho la esquina del mueble del lavamanos, todavía con las bragas puestas acerco mi pelvis contra la esquina, justo en mi botoncito, así lo llamaba ella, y sigo con movimientos circulares más abajo de mi clítoris, cuando ya no puedo más me meto en la ducha, y con la ayuda de algunos de mis dedos llego como una loca al orgasmo. Todos nos partíamos de la risa hasta que el fuerte sonido de la alarma cortó la escena, que continuo en mi mente durante mucho tiempo. Todo duraba ya unos diez minutos pero a mí, un chico de trece años se me estaba haciendo un mundo, una eternidad. Tenía ganas de gritar, de decirle que eso que hacia estaba mal, que solo eran niñas en sus aventajadas manos; solo me salió del alma levantarme en mi pupitre y decir con voz segura: -¡Usted es un sinvergüenza!- la clase se quedó muda, en pausa, en silencio. Él se levantó, vino hacia mí, me saco de la clase y me llevo a dirección. Tenía catorce años cuando llego de sopetón, como un tsunami de emociones que jamás mi cuerpo había sentido. Sí, lo encontré. Sí, se lo que es. Llevábamos en Madrid cinco días, había llegado, el ansiado viaje de fin de curso. La semana transcurría según lo previsto por los profesores. Visitas y más visitas a las ciudades más importantes de los alrededores para conocer sus monumentos y excelencias culinarias; El acueducto de Segovia y su cochinillo, las empanadas de Toledo, Ávila; La Dulce amurallada y alguna otra que ahora no recuerdo. Tampoco se libraron de la llegada de los chiquillos muchos museos de Madrid; El Prado, museo del Ejército de Tierra, museo de cera. El Prado les sorprendió; -¡¡ Es inmenso!! , decían mientras remaban en El Retiro. Luis se levantó de la barca y con los brazos abiertos gritó.- ¡Gracias señor! Y ahora a la guerra. Era la última tarde que pasarían en Madrid y los chiquillos hacían balance del viaje de fin de curso, mientras navegaban rumbo a la batalla; En total serian unas ocho barcas las que se había echado a la mar, los gritos, las risas, la alegría de los jóvenes del colegio Cervantes, se podía oír desde lejos, mientras se afanaban en mojarse unos a otros en medio del lago. Alguno en el fragor de la ofensiva, estuvo a punto de caer al agua. Todo aquello terminó solamente con alguna prenda de ropa mojada y algún resfriado que se curaría con el sol de Canarias. -Tenemos que despedirnos de las chicas catalanas, decía, Guillermo, alborotado, mientras entraba en la habitación del hotel. Ya eran las 19:00. -No las oigo, contestó Luis, después de un corto silencio, estaba situado junto a la ventana que daba al tragaluz, la única ventana de la habitación, que se mostraba entre las dos camas; Justo debajo, una mesa de noche que compartían los dos chicos. Unas monedas, algún refresco, folletos de información y un juego de mesa. Ya llevaban cinco noches durmiendo juntos en esa habitación del hotel Sevilla. Luis y Guillermo compartían curso desde hacía varios años y la amista los unió. Esa era, la última noche, habíamos coincidido con un colegio de Gerona, Cataluña, era un colegio de chicas, católico y tutelado por monjas. En esa semana estuvimos tonteando con las chicas de la habitación que quedaba justo sobre la nuestra; ellas eran tres. Yo, compartía habitación con Guillermo, Alexis y Domingo. Nuestra habitación daba a un patio, que servía de tragaluz, este, se convirtió en el patio de vecinas, en él compartimos risas y experiencias, y ya desde la primera tarde, hablamos con ellas. No sé quién se dio cuenta de que estaban asomadas en su ventana llamándonos, creo que nos oyeron hablar en nuestra habitación y se decidieron a tontear con nosotros. Eran muy graciosas y animadas, y aunque, no podíamos vernos nada más que al anochecer, cuando llegábamos de nuestras respectivas excursiones, el hablar con las niñas se convirtió en una rutina diaria a lo largo de la semana. .- Aparta lo de la mesa de noche- se decían unos a otros. Fue la tarde del penúltimo día cuando les comentamos a las chicas, qué si nos podíamos ver esa última noche. Ellas habían sido reacias a que nos viéramos en otro sitio que no fuera a través de las ventanas de nuestras habitaciones y toda la comunicación con ellas se había desarrollado por medio del tragaluz. Accedieron y quedamos para vernos después de la cena, en el rellano de nuestra planta en el hotel, en un pequeño salón que quedaba junto a las escaleras que comunicaban las distintas plantas. Después de las presentaciones formales, nosotros nos sentamos en unos sillones que había en la estancia, y ellas, en las mismas escaleras. Al cabo de un rato, el rellano se había convertido en un patio de colegio, ya que se iban sumando a la reunión el resto de compañeros de ambos colegios, animados por el bullicio que formamos. Y entonces pasó, la vi bajar por las escaleras, ella se paró un segundo antes de sentarse. En ese segundo, levantó la mirada, escudriñó el rellano y pasó. Nos tropezamos, nuestras almas se tropezaron, en solo instante lo sabía, esto es eso a lo que llaman amor, alma contra alma, cara a cara y reconocerse al mismo instante. Era la niña más linda y hermosa que mis ojos habían visto; su pelo lucía una melena risada y rubia, que le llegaba hasta la cintura, con una cinta azul que se lo medio recogía, su piel blanca y sonrosada, sus ojos de un verde oscuro, vestía un vestido blanco, muy veraniego, que todavía la hacía parecer más hermosa. Creo que se me paró el corazón al verla, no me explicaba que me estaba sucediendo y enseguida Guillermo se dio cuenta de que me pasaba algo, ¿qué te pasa?, ¿dónde miras?, ¿estás bien?, me preguntó intrigado, yo no le conteste a ninguna de sus preguntas y con un acto reflejo me levante y me encamine hacia ella. Ella se había sentado a mitad de las escaleras junto a una de sus amigas, llegué a su altura y le dije que me había quedado prendado por su belleza y que nunca había sentido algo similar por nadie, que si me podía sentar junto a ella para hablar y conocernos, sonrió al ver mi desparpajo y seguridad y su amiga viendo la escena, no dudo en dejarme su sitio. Lo primero que le dije fue, que como era posible que yo no la hubiera visto antes, llevábamos una semana en el hotel y no habíamos coincidido aún. Estuvimos hablando durante varias horas y parecía que no había nadie más en el rellano ni en las escaleras, yo no podía dejar de mirarla y con el paso del tiempo mis sentimientos cada vez eran más fuertes, no comprendía que me pasaba y porque tenía tanta disposición y confianza en mí, como para hablar con ella. Estuvimos juntos hasta que nos llamaron la atención por el ruido y por la hora que era, tanto sus profesores como los nuestros, nos llamaron al orden y nos advirtieron de que era la última noche y que al día siguiente nos iríamos temprano hacia el aeropuerto para coger nuestros respectivos vuelos, que había que irse a la cama ya para descansar. Hable con Montse y le propuse que me permitiera estar con ella un rato más. Que cuando se recogieran cada uno en su habitación subiría a su planta. Así lo hice, llegue hasta su habitación, toque en la puerta y ella salió, nos sentamos en el suelo sobre la moqueta y allí pasamos otras dos o tres horas hablando. Nos despedimos, pero quedamos para vernos en el hall del hotel por la mañana temprano, antes de que saliéramos a coger nuestros respectivos vuelos. Yo casi ni pude pegar ojo esa noche, y estuve dando vueltas en la cama deseando que llegara la mañana para volver a verla, aunque también, empecé a ser consciente de que posiblemente sería la última vez que la viera. Ese pensamiento me angustiaba y rompía mi joven alma. Sin embargo, el desconocimiento de dicha situación, me llevaba en volandas y sólo quería tener conciencia de este nuevo sentimiento que habitaba en mí. El descubrimiento del amor. Baje muy temprano a la recepción del hotel, sobre las siete, habíamos quedado a las siete y media. Ella se iba antes que yo hacia el aeropuerto, su avión salía rumbo a Barcelona a las once y media de la mañana, y tenían que dejar el hotel a las nueve, justo después del desayuno. Apareció en el hall quince minutos después que yo, y me resultó, aún más bella que la noche anterior. Yo la esperaba sentado en un sillón que estaba junto a la salida, me levante, y enseguida me di cuenta de que solamente había un sofá individual compartiendo sitio con una mesita de café, y que el único asiento que había disponible era otro sillón junto al mostrador de recepción. Le dije que esperara un momento, cruce la estancia, y con mucha decisión pregunte al recepcionista que si lo podía trasladar para sentarnos juntos, me contestó que sí, rápidamente lo levante en volandas y lo lleve junto a ella. Montse miraba toda la acción perpleja y risueña. Comenzamos a hablar y enseguida nos dimos cuenta de que apenas nos quedaban unos cuarenta y cinco minutos para estar juntos, sin embargo era mucho más fuerte la alegría que sentíamos por estar juntos y seguir conociéndonos, que la desazón que provocaba en nosotros el pensar en la inevitable despedida. Pensamos en darnos nuestras direcciones y números de teléfonos, pero no sé por qué, a mí aquello no me parecía buena idea. Le esplique que éramos demasiado jóvenes e inexpertos y que eso solamente causaría en nosotros mucha más desesperación y angustia, que teníamos toda la vida por delante y sobre todo, eran los años en que mayor empeño teníamos que poner en nuestra formación y que el hecho de darnos nuestras señas nos apartaría de nuestro camino en los estudios. Ella me contesto con una frase que nunca he olvidado, Luis, te veo y veo a un niño, pero escucho a un hombre y tienes razón en lo que dices. Cuando nos quisimos dar cuenta ya habían pasado los cuarenta y cinco minutos, y, ya se empezaba ver movimiento en la recepción del hotel, eran algunas de sus compañeras y sus profesoras. Montse se dio cuenta de que tenía que subir a por su equipaje en su habitación, yo espere por ella en la calle, ya que había llegado la guagua que las llevaría al aeropuerto y algunas de sus compañeras estaban dejando sus pertenencias en la misma. Aproveché ese momento para despedirme de las chicas de la habitación de arriba. Montse bajo por el ascensor acompañada por algunas amigas más, yo me apresure a coger su maleta y acompañarla hacia la guagua. Fue en ese momento cuando nos dimos cuenta de que todo se estaba terminando, nos miramos y por un momento nos dijimos sin palabras todo lo que sentíamos y que nuestros corazones atesoraban. Subió en el autobús y se puso en un sillón de los que daba hacia la acera del hotel, yo la miraba desde la misma. El chofer cerró la puerta y poco después emprendió la marcha, durante algunos metros acompañe el movimiento del autobús, sin querer resignarme a perder de vista a Montse, al tomar el vehículo más velocidad no me quedo más remedio que pararme, me coloque en medio de la calle y ella apareció en la parte trasera del autobús, para entonces los dos éramos un mar de lágrimas. La angustia me sobrevino al darme cuenta de jamás la volvería a ver y que por mi forma de ver las cosas había perdido la oportunidad de poder mantenernos en contacto. No comprendía el dolor tan grande que sentía en mi corazón, ni a que se debía esa desesperación que me inundaba y sobrepasaba. Mis amigos se acercaron para preocuparse por mí y darme ánimos, pues yo era un mar de lágrimas, no era capaz de hablar con ellos y sólo pensaba en que tenía que haberle dado mis señas. Horas más tarde ya en pleno vuelo a Canarias. .- ¿Tú sabes que le pasa a Luis? Dice Carmen que está llorando. .-Están comentando las chicas, que por lo visto anoche conoció a una niña en la fiesta que tenían de despedida con el otro colegio. .- ¡Ah! sí, creo que las chicas me dijeron ayer algo de eso, pero no hice mucho caso, sabes que los chicos siempre están con sus tonterías. El vuelo hacia Gran Canaria llevaba ya una hora y media de vuelo, ahora mismo, sobrevolando la costa noroeste de Marruecos, si te esforzabas en mirar por las ventanillas del avión podías apreciar las nieves del Atlas marroquí. Luis había logrado disimular su estado durante bastante rato. Recogió su equipaje en el hotel y subió a su autobús, en ese momento sólo lo sabían sus compañeros de habitación pero la mala cara de él y su ánimo lo delataban por segundos. Luis siempre estaba de bromas y charla con sus amigos y enseguida se empezó a interesar gente por su padecer en la guagua, sus colegas no querían comentar nada del asunto y tanto Guillermo que estaba sentado junto a él, como Alexis y Domingo que compartían el asiento que estaba justo detrás de ellos, se limitaban a mirar a Luis, como esperando que fuera él el que les comentara. Pero Luis no podía hablar, tenía un nudo en el estómago y un puñal en su corazón, no dejaba de pensar en ella despidiéndose en la parte trasera de la guagua mientras él miraba desde la calle como doblaba una esquina y la perdía para siempre. Aún así, logró ir pasando el tiempo; llegada al aeropuerto, una hora de espera y el embarque. .-Alguien tendrá que hablar con Luis, a ver qué le pasa. El avión se había convertido en un murmullo continuo, en todos los asientos en los había chicos del viaje de fin de curso no se hablaba de otra cosa, entre risas y bromas. Los profesores decidieron actuar y hablar con él. .-Iré yo, ya que es un chico. Se trataba del profesor de educación física. El profesor se levantó de su asiento y se dirigió a la parte trasera del avión, al llegar le pidió a Guillermo su asiento, no hicieron falta apenas palabras, el chico le cedió el sitio de inmediato y el profesor se dejó caer de mala gana en el lugar. A continuación sucedería algo que marcaría la vida de Luis para siempre. .-A ver, cuenta, que te pasa? deja ya de llorar hombre, que no será para tanto. Los hombres no lloran, eso es cosa de niñas. El chico apenas podía respirar y el llanto era tan profundo que no podía mediar palabra, el profesor siguió insistiendo pero parecía que la insistencia del docente no hacia otra cosa que angustiarlo más. Para entonces ya las risas eran carcajadas, pues a las bromas de unos niños se sumaba ahora la sonrisa y burla del profesor. Al cabo de unos minutos Luis logró articular alguna palabra. Comentaba que lloraba de dolor, que lloraba de amor, que había conocido a una chica y que había actuado mal al no coger sus señas. El profesor todavía acentuó más sus burlas y casi a plena voz comento. .- Tú eres demasiado joven para saber que es el amor, enamorado dice, eso será un capricho, una tontería, deja de llorar que se van a reír a un más de ti. Quién me lo dice, pensó Luis; el mismo que el año pasado se abalanzaba sobre las niñas del colegio. Será que el amor es lo que hace él, el juego sucio del cuerpo, la simple atracción carnal. Lo que al principio era el amor más lindo del mundo se empezó a convertir en vergüenza y desasosiego, Luis no sabía dónde meterse para que pararan las burlas, el avión se había convertido en un infierno para él ya que nadie comprendía que le pudiera doler tanto, simplemente era una chica que había conocido ayer. En las siguientes semanas Luis no quiso ver a sus compañeros, intentaba estar ocupado fuera del barrio. Muchas chicas de su clase vivían en su zona y a toda costa quería evitar verlas. Se empezó a crear en su cabeza la idea de que ese sentimiento tan bonito y maravillo que sintió por Montse sólo eran cosa de niños. A su corta edad no tenía suficientes experiencias en su haber para saber con certeza que eso que sentía era verdadero amor. El verano pasó y Luis comenzó una nueva etapa en su vida, sus estudios de formación profesional, ya no quería saber nada de sentimientos ni de nada que alterara su corazón, si conocía a alguien o veía a alguien que le revolviera el alma inmediatamente se iba del sitio, no quería saber nada de esos sentimientos otra vez. A los quince comenzó con su primera novia, pero ya nada era como tenía que ser. Luis comenzó con Lidia simplemente por ser la mejor amiga de la novia de su amigo Oscar. Esther venia acompañada por ella cada tarde para ver a su novio a nuestro barrio y con el tiempo y el tonteo se convirtieron en novios. Junto a Lidia y de nuevas para los dos, conocería el sexo. A los diecisiete conocería a María José. Sería su primera pareja formal, con la que profundaría en los placeres de lo carnal y con las primeras peleas de novios, todo era nuevo para ambos, una cosa como la otra. Luis no tenía los sentimientos adecuados hacia ella para haber comenzado la relación, siempre decía que se había visto atraído hacia María José por su precioso trasero y como es lógico no llegaron a la larga a buen puerto. A los veinte todavía estaban juntos, Luis en el ejército y ella trabajando en un súper. Él comenzó en ese tiempo a tontear con una niña de Lanzarote que conoció por medio de una amiga del equipo de rugby, y que, a la postre supuso la ruptura de la relación con María José. Lo de la conejera no duro mucho y Luis quiso volver a conquistar a su ex novia, pero había un problema, ella se había marchado a vivir con una amiga a Fuerteventura y si Luis quería conquistarla tendría que mudarse de isla. Tenía ya veintiuno cuando terminó viviendo en Fuerteventura. Pasaron los años y Luis la olvidó por completo, olvidó a Montse y olvidó amar por largo tiempo, sólo se atrevía a estar con chicas por las cuales verdaderamente no sentía nada, tomaba de ellas lo que le interesaba y las dejaba, para ese entonces ya Luis estaba perdidísimo en eso del amor y no sabía que se estaba equivocando. Y me volvió a suceder. Salí de Fuerteventura en el primer vuelo de la mañana. Mi iba de sorpresa a ver a mis padres y amigos. Llevaba unos ocho meses sin verlos. María José había decidido no viajar esta vez y yo también lo necesitaba. Un poco de distancia. Llegue al aeropuerto de Las palmas y me dirigí a tomar la guagua para ir a casa de mis padres. La guagua me dejó en la autopista junto a la curva, donde está la actual Lady Maguada. La curva fue durante algunos años mi patio de juegos. Mejor dicho, las olas de la curva. Todos los recuerdos. Tardaría unos diez minutos en llegar al edificio de mis padres, no quise tocar en el telefonillo para darles la sorpresa y la sorpresa me la lleve yo. Mi madre abrió la puerta y acto seguido sin casi mediar palabra echó a llorar. Le acababa de decir a mi padre que tenía la sensación de que yo estaba cerca y que en breve tocaría a la puerta. Silencio. Todo quedó en una simple casualidad. O No. Pasé la mañana con mis padres y me puse en contacto con mi amigo Gustavo cuando llagaba el medio día. Él me comentó que su familia estaba de asadero en el campo, que no había subido con ellos por la mañana temprano ya que había salido la noche anterior. Nos pusimos de acuerdo y decidimos subir a San Mateo, más bien cerca de Lanzarote, y comer con la familia. Desde el coche ya identifique a Mela y Kiko, los padres de Gustavo. A medida que me acercaba fui descubriendo al resto de la familia; ellos eran por entonces siete hijos, algún nieto pequeño y los abuelos. Descubrí a Kiko hijo, a Víctor y su novia, Gloria, la hermana mediana, La pequeña Kenia, y sentada en un árbol con su espalda apoyada en él. Silencio. No podía creer, cuando mi mirada se cruza con la de Desiré, mi alma retrocedió en un instante hasta el rellano del hotel, volví a ver a Montse. Yo no entendía nada, que coño pasa. Desiré se había convertido en la mujer, en la mujer con mayúsculas. Su melena y sus ojos negros como carbón y tan llena de vida. Su sonrisa limpia, de corazón. Tendría unos diecisiete años y yo. Y yo tenía pareja en Fuerteventura y no entendía nada de nada, solo me dejaba llevar por la atracción mutua que no me dejaba separarme de ella. No sé quién se dio cuenta, me refiero al hecho de que Desiré y yo nos gustábamos y había una clara atracción. Pero Luis tiene novia en Fuerteventura. En definitiva que Gustavo en un momento dado me sacó del asadero con prisas para hacer no sé qué cosa. Yo regresé a Fuerteventura pero algo había cambiado. En mi se empezó a aclarar que yo no estaba equivocado, que lo que había sentido por aquella niña de Gerona era lo mismo que ahora irrumpía otra vez en mi vida con el nombra de Desiré. Todavía tardaría algunos años más y sobre todo muchas relaciones después cuando por fin certifiqué que era el amor. El más puro y bello amor. Ya que al sentirlo nunca pretendí poseerlo, simplemente estaba y sólo con esa persona, que no era mía ni era yo, pero sólo con ella. Y sobre todo con el silencio de su mirada. El amor que llega, el amor que se va; el que brota nuevo como un manantial: te saquea, te saca de ti mismo; pasas de ser tú, a ser una marioneta que por los sentimientos es guiada; te revoluciona y te ilusiona, te llena de esperanza, de sensaciones nuevas; la vida incluso se ve de otra manera. Ansias el despertar y ver a la persona amada. El amor que sabes que nunca será tuyo, te mata el alma, te entristece, te asoma al abismo de la desesperación y a la sinrazón. ¡Hay!, ¡hay!, que maravilloso el amor, y en mi piel haberlo sentido, en mi corazón guardarlo para siempre, no haber terminado el viaje de la vida sin que él me fuera revelado. Gracias Señor, muchas gracias Dios. Fin Luis de los Reyes Mihalic Valdivia, lunes, 06 de octubre de 2018.
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