Canarys soul
Publicado en Aug 30, 2020
- ¡Papá, papá! ¿Has bajado las gafas y el tubo?
- No, yo no lo he cogido, vete y tócale a tu hermana en el telefonillo, ellas estarán al bajar. - Voy corriendo antes de que bajen. Estábamos cerca de la orilla, pero no me costó mucho llegar a las escaleras que van desde la arena de Playa Chica hasta la avenida, era invierno y en estas fechas no hay mucha gente en la arena, dos pasos más, y ya estaba tocando el telefonillo. Aún estaban en la casa y me las tiro por el barcón, una extranjera que estaba sentada en una de las mesas del paseo miraba toda la acción y creo que pensaba, que suerte vivir aquí. Las cogí al vuelo, y me giré rápidamente para dirigirme junto a mi padre nuevamente. - ¡Cuidado! , ¡Cuidado! – me gritó un surfero que iba con su bici, y, llevando su tabla debajo de uno de sus brazos. .- ¡ay! ¡Huy!. La bicicleta me dio en un costado tirándome al suelo. Desperté de golpe, sobresaltado, estaba confundido, no terminaba de comprender y mi cabeza intentaba buscar una respuesta, qué pasa, dónde estoy, pasaron unos segundos más y enseguida me di cuenta que estaba en la habitación del hotel. Todo había sido un sueño. Mire en la penumbra hacia la otra cama, Felipe dormía plácidamente y por la ventana ya se empezaba a ver despuntar el día. Estábamos en Queens. Llevábamos en Nueva York ya casi dos semanas. Los primeros días fueron agotadores. Nos lo quisimos beber todo de golpe, como jóvenes en una noche de marcha, queríamos estar ebrios lo antes posible, sin medida, sin saber administrar. Central Park calló en un día, casi diez horas en ese fabuloso parque y nos faltaron sitios por visitar, después siguió toda la zona baja de Manhattan, Little Italy, Chinatonw, Wall Street. Un día para visitar la Estatua de la libertad, otro día para Harlem, todo era correr y correr, comidas en la calle y vuelta a empezar. El décimo día de compras en las zonas Outlet de Nueva Jersey, dos horas de guagua para la ida y otras dos de vuelta, el ritmo era agotador y mis pies ya lo empezaron a notar. Nuevas deportivas y a caminar. Siguió la visita al Bronx, caminata desde el Zoo del Bronx hasta el estadio de los Yankee, y, otro día en Manhattan de compras, Quita avenida, Broadway, almacenes macy´s, y Flushins, un nuevo Chinatonw pero tres veces más grande y con miles de turistas deseosos de encontrar la ganga de ese día. -El ritmo de esta ciudad me está matando. Le comentaba a Felipe, ya, dos o tres veces al día. La escapada a las afueras me dio una tregua, Coney Island y Long Beach un día y Staten Island otro día, para cuando nos dimos cuenta ya llevamos en Estados Unidos, casi 15 días. El décimo quinto amanecer lo reservamos para el museo de historia natural, que para mí fue de lo mejor del viaje, a las tres de la tarde salimos de él. Felipe quería marcharse para el hotel pero yo no tenía ganas de ir para Queens y decidí quedarme solo. Me fui al Central Park, compre algo de comida en unos puestos callejeros y busque un lugar tranquilo en el césped para comer y descansar. Fue estando tendido en el césped cuando lo pensé, no cambiaría mis Islas Canarias por nada del mundo, no cambiaría este maravilloso parque por mi Playa de las Canteras. Encontraba en esta ciudad algo impersonal, nadie saludaba a nadie, nadie se preocupaba por nadie y todo el mundo iba a lo suyo. Echaba de menos el olor de mi tierra, el sonido de mi tierra y sobre todo las gentes de mi tierra canaria. Nunca fui un urbanita, me crie en el campo entre aulagas, tabaibas, bejeques y tuneras, casando pájaros con falsetes y cuidando las cabras de mi abuelo Luciano, yendo al muelle a recoger a mi abuelo Pepe, mecánico naval y siempre enrolado en buques pesqueros. Como las cabras, yo era de tirar más pal´ monte, y no para la carretera. Se me enrojecen los ojos si oigo sonar una chácara y un tambor, aun no habiendo estado todavía en el hierro. Sólo me falta esa. Tengo el Alma Canaria y la certeza que aunque muriera fuera de ellas, moriría en ellas, en mi último aliento me recordaría en mis noches en Tamadaba de joven, subiendo el camino de San Pedro, caminando el barranco de Moya. Hacer noche en la cumbre y bajar por Inagua hacia la Aldea, dormir en sus playas, Guayedra, Veneguera, Tasartico, etc. No. no, no cambiaría mi tierra. Luis de los Reyes Mihalic Valdivia, lunes, 27 de febrero de 2017
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