Un día muy especial...
Publicado en Oct 07, 2009
El día de San Valentín, amaneció frío y con lluvia. La señora Karina Peláez, diseñadora de joyas con experiencia y buena vendedora, abrió su tienda de regalos a las ocho. Arreglo en la vitrina unas joyas de bisutería montadas aún en un embalaje de cartón y puso sobre las estanterías un juego de ajedrez qué ordenó en su respectivo tablero, como en una exposición. Llevaba una blusa estampada, con cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones ajustados con un cinturón plateado. Era de tez blanca, delgada, con una mirada que a veces correspondía a un halago, una mirada de buenos deseos. Cuando tuvo la mercancía dispuesta en las vitrinas arrimo la silla giratoria del mesón y se sentó a pulir las cadenas de plata. Parecía no pensar en lo que hacía, pero trabajaba con empeño, puliendo con una pequeña estopa incluso cuando no lo hacía con un pedazo de algodón. Después de las once hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos papagayos de colores que se elevaban muy altos en el firmamento gris. Siguió trabajando con la idea de que antes del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada de su hija de diez años la sacó de su abstracción. - Mamá. - Qué hija. - En la tienda esta la señora María y dice que le ayudes a escoger un obsequio. - Dile que no estoy aquí. Estaba en la trastienda puliendo unas medallas de oro. Las retiró a la distancia del brazó y las examinó con los ojos a medio cerrar. En la tienda volvió a gritar su hija. - Dice que sí estás porque te ésta oyendo. La señora Karina siguió examinando las medallas. Sólo cuando las coloco en el mesón con las otras joyas pulidas, dijo: - Mucho mejor. Volvió a buscar la estopa. De una caja de anime donde guardaba las cadenas, sacó una pulsera de varias cuentas de plata y empezó a pulirla con la estopa. - Mamá. - Qué. Aún no había terminado de pulir. - Dice que si le ayudas a escoger una bonita joya para regalar, te dará buena propina. Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquiló, dejó de pulir la joya, la coloco en el mesón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí guardaba la crema de pulir. - Bueno, dijo. Dile que pase a escoger una de las bellas joyas que están en la vitrina. Hizo girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta de la tienda, la mano apoyada en el borde de la gaveta. La señora María apareció en el mostrador. Se había pintado el pelo de color negro, pero en algunas raíces, se veía aun el blanco de sus canas. La señora Karina vio en sus ojos marrones mucha emoción. Cerró la gaveta con la punta de los dedos y dijo suavemente: - Pase. - Buenos días, dijo la señora María. - Buenos días, dijo la señora Karina. Mientras sacaban las joyas, la señora María apoyó la cabeza en el respaldar de la silla y se sintió mejor. Respiraba un olor a lima. Era una vitrina grande; una estantería de aluminio, el mostrador de vidrio y unas cajas con mercancía recién elaborada. Frente a la silla, una ventana muy grande con una cortina de tela recogida a los lados. Cuando sintió que la señora Karina se acercaba, la señora María se levanto de la silla y le dio un beso en la mejilla. La señora Karina le saco de la vitrina algunas joyas. Después de revisar algunas cadenas, pulseras y esclavas. Escogió una cadena que tenía cuarenta cuentas de oro. - Esta tiene que ser arreglada. - ¿Por qué? - Porque tiene algunas cuentas más grandes que otras. La señora María la miró a los ojos. "Está bien", dijo, y trató de sonreír. La señora Karina le correspondió igualmente. Llevó al mesón de trabajo la cadena con las nuevas cuentas y las ajusto en la cadena con unas pinzas delgadas, todavía sin apurarse. Después sacó la estopa de la gaveta y se puso a pulir las nuevas cuentas de oro. Hizo todo sin mirar a la señora María. Pero la señora María no la perdió de vista. Era una cadena de 15 kilates. La señora Karina abrió la cadena y la coloco en el estuche de plástico marmoleado. La señora María se acercó a la pequeña vidriera que servia de mostrador, manifestó toda su emoción en los ojos y sintió una alegría indescriptible en su corazón, pero logro soltar un suspiro. La señora Karina sólo sonrió. Sin sobresaltos, más bien con una amable ternura, dijo: - Se ve que esta cadena le va ha gustar a su marido de verdad. La señora María sintió un leve estremecimiento en todo el cuerpo y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiró hasta que no termino de secarse las lágrimas. Entonces vio la cadena a través del estuche. Le pareció tan hermosa, que pudo entender los momentos agradables que ha vivido con su esposo. Sentada sobre la silla, sudorosa, jadeante, se desabotono la chaqueta y buscó a tientas en su bolso de mano. La señora Karina le dio una servilleta de tela limpia. - Séquese las lágrimas, dijo. La señora María lo hizo. Estaba emocionada. Mientras la señora Karina guardaba las joyas en la vitrina, vio en la pared un cuadro con un paisaje y un reloj de color negro con manecillas de corazones rojos. La señora Karina regresó colocándose los anteojos. "Cálmese dijo y les deseo a los dos feliz día de San Valentín." La señora María se puso de pie, se despidió con un beso en la mejilla, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la chaqueta. - Me pasa la cuenta, dijo. - ¿A usted o a su esposo? La señora María no miró. Cerró la puerta de vidrio, y dijo, a través de la ventanilla. - por supuesto que a mi marido.
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