Divagando?
Publicado en Sep 28, 2020
¿DIVAGANDO?
La placidez del atardecer de un lánguido verano era el entorno donde me cobijaba. La luz agónica del día se dejaba envolver por las primeras sombras de la noche. En derredor se escuchaba el murmullo de las olas del mar y el piar de algún pajarillo extraviado al reclamo de la naturaleza pues había equivocado el rumbo de su nido y no encontraba donde guarecerse de los peligros nocturnos. En un ambiente como este la mente suele relajarse y deja de ser selectiva, resulta entonces que los pensamientos, las ideas, los recuerdos, la conceptualización de los sentimientos se entretejen en una mezcla difícil de esclarecer. Pensaba en ti, por supuesto, en tu mirada lúcida que me decía tantas cosas sin escuchar tu voz. Mentalmente recorría tu cuerpo de norte a sur hasta quedar prendado de ese pequeño vástago siempre lubricado ante mis ojos. Aquella imagen me llevó a pensar en el movimiento constante del péndulo, en su significado psicológico y en los otros significados posibles. Me asombré entonces al recordar a Umberto Eco, quien al referirse al movimiento oscilatorio del péndulo afirma que ese período obedece a la relación entre la raíz cuadrada de la longitud del hilo y el número “pi” quien vincula necesariamente la circunferencia con el diámetro de todos los círculos posibles. ¿De todos los círculos posibles? ¿Aun de aquellos que circunscribía con mi lengua en tu pecho y tu espalda? Supuse que sí, no era necesario en esos momentos colocar amarras al navío a la deriva cual se había convertido mi pensamiento. Mejor recordar aquellas caricias, las conocidas y las inventadas en nuestra fragorosa intimidad, ¡hubieron tantas!, muchas fueron “gozos psicosomáticos, otras, regodeos placenteros iniciados casi siempre en los labios para terminar invariablemente en nuestras partes pudendas”, desde donde arrancábamos primicias a sensaciones añejas, porque todos podemos fornicar; no todos, en cambio, sabemos hacerlo bien. Entre el hilo tijereteado de estos pensamientos apareció en mi mente la imagen del molino en su tarea sempiterna de moler el grano, la del tornillo sin fin, también el intento malogrado de V. M. Brodianski para explicar el movimiento perpetuo y tú y yo en el lecho, contradiciendo-comprobando las leyes de la termodinámica, verdadero acto de resiliencia que nos humanizó y nos despojó a la vez de todo intento de empoderamiento sobre del otro, reflejo de nosotros mismos. Éramos amada mía, sombras chinescas sobrepuestas una encima de la otra, manejadas por los hilos del deseo transformado en pasión desbordada, hacedores inagotables de metáforas sexuadas, escudriñando entre suspiros la epistemología del orgasmo, ejercicio que nos permitió corroborar la Teoría de Conjuntos de Cantor, a la que Borges alude entre líneas en su texto “La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga”, porque esta carrera es un proceso infinitesimal e indeterminado de aproximación, nunca puede ocurrir de manera exacta. Al igual que nuestro esfuerzo por llegar en el mismo instante al éxtasis sexual, a pesar de que ¡cientos de veces lo intentamos! En este divagar entre pensamientos concatenados en el vano intento de no recordarte, sucumbiendo como el péndulo en su plano de oscilación a retornar al punto de partida, te recordé desnuda, esplendida en el vértice de tus piernas separadas, cual agujero negro dispuesto a “tragarse” parte de mi materia y de mi energía vital. Ah, ese es mi delirio estético, visualizarte en lejanía cuando fuiste por mucho tiempo mía. En medio de esas emanaciones perversas de imaginación-pensamiento, que parecieran lo mismo y sin embargo no lo son. Pues la imaginación debe ser tomada como producción de imágenes y el pensamiento como la conceptualización de esas imágenes, son conjunción y disyunción al mismo tiempo, inicuo deseo “de vivir todo una vez y una eternidad de veces más”, como se dice en Annulus aeternitatis, primera referencia escrita al Eterno Retorno que después teorizó Nietzsche. Ay mi amor, tu recuerdo en mi mente es tan atemporal como isócrono es el tiempo de oscilación del péndulo. Tu recuerdo es tan bello en su abstracción como en su nítida realidad y aunque Edna Vincent ha dicho en uno de sus poemas “Sólo Euclides ha visto la belleza desnuda”, que me perdonen Euclides y Edna, yo también te he visto desnuda, por lo tanto puedo afirmar categóricamente conocer lo que es bello. Así pensando en tantas cosas, desafiando al Eclesiastés donde se afirma “cada cosa tiene su tiempo y hay también un tiempo para cada cosa”, he de seguir atado a tu recuerdo, diciendo como Zaratustra, el de Nietzsche: “Así pues le pido a mi orgullo que vaya siempre junto con mi inteligencia. Y si alguna vez mi inteligencia me abandona —pues, ¡ay!, le gusta escaparse— que mi orgullo vuele con mi necedad”, pues ya habrá otros y muchos otros lánguidos atardeceres de verano para dejar que mi imaginación y pensamiento divaguen en pos de tu recuerdo.
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kalutavon
Magnolia Stella Correa Martinez
Saludos.
Magnolia Stella Correa Martinez
P. D. Inteligencia y orgullo no pueden caminar juntos porque son eternamente incompatibles.
Gustazo...