MI CASA 
 
Ha pasado la mañana arrastrándose lentamente, con pereza inusual, tanto, que ni el opíparo desayuno, ni el parloteo de mi bella acompañante, ocasional por cierto, ni la lectura del diario con sus “noticias” de siempre: Pandemia, guerras, siniestros, corrupción política y generalizada, delincuencia, muerte de alguna celebridad, ¿celebridad?, no, pues sí, será su deceso el detonante de su efímera y post mortem fama. Nada me quitó el tedio. Tampoco las horas en la oficina, ni siquiera el tiempo que estuve navegando en la página dizque literaria donde usualmente me divierto mucho, me sacó del marasmo.
 
Luego llegó la tarde, en la convivencia con los amigos en el bar. La charla de siempre, los contrapunteos por nimiedades, las discusiones por asuntos baladíes, las coincidencias, ciertas o fingidas, los enconos soterrados bajo un cúmulo de hipocresías. Ni siquiera eso, a pesar de ser un ambiente que por lo menos me entretiene, por ello asisto a esas reuniones con cierta frecuencia. Aquel día, nada me sustraía del estado de ánimo que se aproximaba peligrosamente a la melancolía. Así que en plena reunión, que ya adquiría tintes de jolgorio, tomé mi cel y accedí al sitio donde publico mis excentricidades.

¡No lo hubiera hecho!, seguían en cartelera los mismos textos de la mañana y del día de ayer. Varias aportaciones refiriéndose al deceso lamentable de un entrañable amigo de la página, había usuarios que en un perverso afán de exhibicionismo le dedicaron al tema hasta dos textos. Una patraña solo para hacerse notar, porque la amistad, cuando es un sentimiento noble y sincero con que lo sepan los involucrados basta, para qué publicitarlo como si fuera el resultado de una pelea de box o un partido de futbol.
 
Seguí buscando entre los publicados este día, nada que valiera un comentario, bueno ni siquiera un like. Luego traté de entretenerme en la lectura de un texto cuyo autor se ostentaba galardonado no sé con qué premio literario. La verdad que el poema que presentaba desmerecía cualquier galardón obtenido. Se necesita ser muy valiente para evidenciarse de esa forma. Sentí pena ajena y propia. Seguramente mis textos son de tal “calidad” literaria como el de ese poeta.

Enseguida intenté terminar de leer un cuento que había iniciado por la mañana en la oficina, hablaba de la diosa Antioquia y del amor, resultó lo mismo, unas cuantas líneas y me fue imposible continuar la lectura. ¡Caramba!, me dije, ¿qué no se publicó algo interesante el día de hoy? Entonces decidí leer un texto recién publicado, lo primero que se leía en él me puso en mi lugar: “O logras ser feliz con poco o no logras nada…” ¡Ándale!, para que no te andes con tarugadas, me dije. Mejor dejé a los amigos en el bar y encaminé mis pasos hacia mi casa.
 
Acompasé mi andar y deje a mi pensamiento volar libremente sin el freno del raciocinio a rajatabla, finalmente por fin en aquel día de hastío iba a mi casa, ¿casa?, esta palabra sirvió de detonante, como una avalancha se dejaron venir ideas e imágenes concatenadas a propósito del vocablo “casa”. Pensé en un iglú, que para los esquimales es una casa. Un nido habitado por pájaros, la Casa Blanca nido de buitres depredadores. La Casa Rosada, donde se dice que deambula la nostalgia al compás de un tango. La casa de Moneda, casa de citas, la casa de Dios, de donde siempre está Él ausente, aunque afirmen que se encuentra en todo lugar. Y la cáscara de un cangrejo ermitaño, al fin y al cabo es su casa. La casa del árbol, donde los niños empiezan a perder su inocencia. La casa de los locos, una casa deshabitada, sin que por ello deje de ser casa.

Siguió la secuencia de ideas en el contexto de aquel vocablo: La Casa de los espíritus, de Isabel Allende. La casa Verde de Vargas Llosa. Casa de Muñecas de Henrik Ibsen. Los Empeños de una casa de Sor Juana Inés de la Cruz, que no es lo mismo que la Casa de empeño. Luego entré a la vorágine del pensamiento intimista: La casa paterna, la de los abuelos. La casa de la playa, la casa de mi amante…


Al entrar a mi hogar con todos esos pensamientos aun bullendo en mi mente, en la penumbra de mi habitación las lágrimas se empezaron a insinuar en mis ojos. Me apresuré entonces a prender el ordenador para acceder a la página literaria donde generalmente me divierto de lo lindo, al fin y al cabo también es mi casa. Cuando la pantalla se cubrió de tonalidades con la imagen de un lagarto abriendo sus fauces sobre la cabeza de un lector que lee interesado un libro, como queriendo el lagarto, devorarlo junto al libro y su autor, me llenó de esperanza. (Desde que vi por primera vez esta imagen, quise imaginarme que el lagarto representa la afición voráz que todos tenemos por la lectura y por escribir)

Me ubico entonces en la sección de Textos, leo y gritó al mismo tiempo, ¡Noooo! —un grito semejante al de un esquizofrénico— Están los mismos textos de la tarde, de la mañana y de ayer. Algo se debe hacer… y lo hice. Ustedes me han hecho el favor de haberlo leído.