Destellos
Publicado en Oct 29, 2020
Por Roberto Gutiérrez Alcalá
El comandante W. se asomó por una de las ventanillas de la nave: abajo, a más de cuatrocientos kilómetros de distancia, el sur de África se extendía parcialmente cubierto por un gran conglomerado de nubes. A través de un hueco abierto entre éstas vio una porción parduzca de dicho continente y llegó a la conclusión de que pertenecía al desierto del Kalahari. Luego se sentó delante del tablero de controles, presionó un botón y dijo: -Buenos días, H. Aquí, Áyax I. Todo bien, sin novedad. Me dispongo a atravesar el océano Índico. Nubosidad intensa. Cambio. Pero sus palabras no obtuvieron respuesta. Se levantó y, flotando, llegó hasta donde estaba la bicicleta fija. A continuación, se montó en ella y comenzó su rutina diaria de ejercicio. Cuando terminó bañado en sudor, se aseó, tomó un poco de agua y se trasladó al laboratorio instalado en la parte posterior de la nave. Ese día debía proseguir, según el programa acordado, un experimento cuyo objetivo era estudiar la conservación de varios medicamentos de séptima generación contra el cáncer bajo condiciones de ingravidez. Colocó sobre una mesita el material que habría de utilizar y puso manos a la obra. Dos horas después, el comandante W. salió del laboratorio y se dirigió al frente de la nave, donde de nuevo se sentó delante del tablero de controles, presionó el mismo botón y dijo: -Buenos días, H. Aquí, 1. Todo bien, sin novedad. Cambio. Por segunda vez, nadie respondió. Giró levemente hacia la izquierda, donde estaba la pantalla y el teclado de la computadora, se conectó a internet y escribió la dirección electrónica de la Agencia Multinacional del Espacio, pero no pudo acceder a ella. Entonces buscó la del Diario Global y le dio click. Las dos palabras del encabezado principal se desplegaron, enormes, en la pantalla: “Caos mundial”. Empezaba a leer la nota cuando una voz conocida lo distrajo. -Aquí, H. Responda, Ayax 1. Cambio. Él estiró un brazo para abrir el micrófono y dijo: -Aquí, Ayax 1. ¿Qué sucede? Cambio. -Hemos tenido problemas para comunicarnos contigo, y me temó que podrían empeorar. Cambio. -¿Por qué? ¿Qué ocurre? Cambio. Un ruido áspero y metálico invadió la línea y, por unos segundos, el astronauta no oyó lo que la voz decía. -... ha habido motines y saqueos en todos lados. -¡Alto! Repite lo primero que dijiste. No pude escucharlo. Hay interferencias. Cambio. -Decía que hace una semana se detectaron, en todo el mundo, los primeros casos de una nueva enfermedad ocasionada por un virus al parecer increíblemente letal. En la mayoría de los países se ordenó el confinamiento de la gente. Sin embargo, desde ayer, luego de una serie de gigantescas manifestaciones, ha habido motines y saqueos en miles de ciudades. Las comunicaciones vía celulares y la web han colapsado como resultado de innumerables ataques de hackers. Nosotros también nos hemos visto afectados por estos ataques. Cambio. -¿Por qué no me habían puesto al tanto? Cambio. -Consideramos que no era necesario. Cambio. -¿Por qué la gente ha reaccionado así? Cambio. -Todavía recuerda la pandemia de 2020, y no quiere volver a padecer el desastre económico y social que desencadenó. Cambio. -¿No le teme al virus? Cambio. -No cree en él. Piensa que es una treta fraguada para mantenerla bajo control. -¿Qué debo hacer yo? Cambio. -Continuar la misión. Confiamos en que... Súbitamente, la comunicación se cortó. Había que conseguir más información de lo que estaba sucediendo en la Tierra, en aquel bendito planeta alrededor del cual él daba vueltas día y noche desde hacía más de tres meses. Intentó leer la nota del Diario Global, pero no tuvo suerte: la conexión con internet también se había interrumpido. El comandante W. pensó en S. y sus hijos, y una angustia punzante lo invadió. ¿Estarían bien, a salvo? Por su mente cruzó el pensamiento de mandar todo al diablo y retornar de inmediato, aunque pronto recapacitó. La misión que se le había encomendado era de suma importancia, en especial por los experimentos científicos que debía hacer; además, de seguro, las autoridades se encargarían, por las buenas o por las malas, de que en un lapso corto todo volviera a la normalidad... La normalidad, ese concepto tan relativo como engañoso. ¿En qué se había transformado la normalidad después de la pandemia de 2020? En una continua pesadilla, a pesar de que finalmente se contó con una vacuna contra el SARS-CoV-2. Ante la debacle de la economía mundial y los conflictos sociales que trajo, la mayoría de las personas ya no pudo deshacerse del hábito de experimentar miedo, incertidumbre, ira, incredulidad, suspicacia... Y ahora que un nuevo virus se hacía -o se decía que se hacía- presente, esos ingredientes de un coctel tan inaudito como explosivo se agitaban y desataban el caos, como bien lo había anunciado el Diario Global. Para no estar dándole vueltas al asunto se metió en el laboratorio y pretendió adelantar lo que tenía previsto hacer al día siguiente, pero desistió al darse cuenta de que no lograba concentrarse. Podía organizar sus apuntes, leer o pedalear un poco más en la bicicleta fija. A final de cuentas resolvió asomarse por la ventanilla y observar la Tierra mientras imaginaba lo que a esa hora podría estar aconteciendo en la ciudad donde él, su esposa y sus hijos vivían: tumultos en los supermercados, largas filas de automóviles afuera de las gasolinerías, actos de vandalismo, enfrentamientos de la población con las fuerzas del orden... Más tarde trató de establecer comunicación con H. y, también, entrar en internet. Ninguno de los dos intentos tuvo éxito. Cuando llegó el momento de acostarse y dormir, el insomnio lo atenazó un largo tiempo, hasta que cayó en un sueño inquieto y discontinuo. Al otro día, el comandante W. se despertó ansioso. Apenas probó bocado. No obstante, cuando, al primer intento, la portada del Diario Global se abrió en la pantalla de la computadora, incluso sonrió. Se puso a leer con avidez. Todo era confuso. El número de infectados por el flamante virus, recién denominado ZTR-01, aumentaba en cada rincón del planeta a una velocidad pasmosa y los muertos ya se contaban por cientos de miles. Los gobiernos de las principales potencias se acusaban entre sí de haber diseminado el microorganismo a propósito, aunque nadie entendía qué ventaja supondría esto para nadie. La Comisión Sanitaria Internacional no dejaba de emitir llamados urgentes para que la gente hiciera caso a sus gobiernos y permaneciera confinada en sus casas; y la gente, aterrorizada y enardecida, no tanto por el supuesto virus como por el abismo económico que ya vislumbraba a la distancia, salía a las calles de las ciudades para exigir que esta medida fuera cancelada y era reprimida por las fuerzas del orden. Entretanto, los ejércitos de la mayoría de los países empezaban a sellar las fronteras y, en no pocas ocasiones, a detener, a como diera lugar, a quienes se proponían cruzarlas... El comandante W. quiso abrir otra nota periodística, pero no pudo porque la señal de internet se había perdido. A través de la ventanilla vio la Tierra. Quién lo diría: desde el espacio exterior parecía tan apacible, bella y armónica, y, sin embargo, era el escenario donde, en ese instante, todos los humanos, a excepción de él, se debatían contra un nuevo enemigo microscópico, pero también donde luchaban entre ellos mismos. ¿Qué resultaría de aquello? El resto del día lo dedicó a llamar a H., pero nadie contestó del otro lado de la línea. En los días subsecuentes, la comunicación con la Tierra no se restableció. Para no ser dominado por la desazón y el pánico, el comandante W. se entregó obstinadamente al trabajo y al ejercicio. Una mañana, mientras aún permanecía tendido en la cama, puso en la balanza las dos opciones que tenía: quedarse en el espacio hasta que la crisis se resolviera de algún modo y así se lo hiciera saber H.; o bien, emprender el retorno a la Tierra. La primera no implicaba ningún peligro, pues disponía de provisiones suficientes para tres meses más, lapso más allá del cual resultaba imposible que se alargara la crisis, según su razonamiento; en cambio, la segunda era muy riesgosa debido a que, sin una vía de comunicación abierta con H., el ingreso de la nave en la atmósfera terrestre y su posterior amarizaje en el océano Pacífico podrían complicarse mucho; además, ¿los radares estarían en funcionamiento para rastrearla y ubicar el sitio exacto donde caería en el mar o también habían sido afectados por los ataques de los hackers? Aunque la idea de regresar lo atraía poderosamente, sobre todo porque no tenía noticias de su esposa y sus hijos, y temía que la estuvieran pasando mal, el comandante W. consideró que lo más sensato era seguir orbitando la Tierra y esperar a que la situación por la que atravesaba la humanidad mejorara, lo cual, por cierto, no podía tardar... Concluyó sus labores en el laboratorio, flotó hasta la parte delantera de la nave y se asomó por la ventanilla. En ese momento, el vehículo espacial pasaba, a más de veintisiete mil kilómetros por hora, encima de la península Ibérica en dirección a Francia. Los contornos del continente europeo se apreciaban con nitidez. Al contemplarlos, el astronauta experimentó una mezcla de ansiedad y nostalgia. ¿Cuándo podría volver al hogar?, se preguntó. Estaba por darse la vuelta para hacer ejercicio en la bicicleta fija cuando percibió, a lo largo y ancho de aquella zona del planeta, el surgimiento escalonado de una gran cantidad de puntos luminosos que poco a poco aumentaron de tamaño hasta tomar la forma de bolas humeantes y rojizas. Se quedó viéndolos como hipnotizado. Era un espectáculo realmente fascinante. Aquellos puntos luminosos no cesaban de encenderse en otras partes como si fueran los focos de un inmenso tablero electrónico. No entendía... Sólo observaba, absorto, aquellos destellos. Al cabo de un minuto tuvo una noción más o menos clara de lo que ocurría, pero todavía pasó un buen rato antes de que, paralizado por el horror, pudiera aceptarlo.
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María José Ladrón de Guevara
Me tientan los deseos de agregar más aspectos que en mi consideración brotan respecto de esta compleja situación, pero me los reservo para no ser latosa.
Mi admiración y cariño, amigo.
María José.