El baile de la vida y la muerte. 
La muerte había invitado a su rival amado, la vida, preparando su mejor manto con tal de verse presentable. Acomodando cada pliegue para no dejar que las arrugas sobresalieran, prendiendo las antiguas velas en su palacio de oscuridad, poco a poco iluminado por cada cerillo utilizado. Se sentó a esperar en la entrada monumental, posando su mano izquierda en el mentón y sujetando en un hilo el ramo de flores que consiguió en el mundo humano.
La humanidad le devolvió lo que nunca tuvo: los sentimientos, algo tan preciado para ese tipo de especie. Durante su eternidad, no sabía que era sentir hasta cuando visitó a la vida. Ésta, en cambio, desde los primeros años de su creación especial deseó no ser la única que tuviera el sentimiento, no escatimó al prohibirle a su rival obtenerlo, viendo el futuro de lo que pasaría si la muerte llegará a experimentarlo, evitándolo a toda costa y fracasando por la culpa de sus hijos amados.
Balanceando la hilaza esperó paciente, quería tocar los pétalos, dejar su esencia en ellos pero no podía, se desintegrarían. Dejó que todo ser vivo respirara unos días más, su convicción de tener a la vida en sus brazos era mayor que cumplir su deber. Las peleas, los combates, quienes dabn paso a la guerra, creando lo malo y lo bueno; durante ese tiempo no sabía por qué luchar, desconocía el sentimiento del deber o la valentía, solo seguía los escritos de sus antepasados. Ahora teniendo la razón de ser, dejaría su labor para experimentar esa felicidad placentera.
Había aprendido tanto de los humanos, siendo aquel que esperaba calmo hasta sus últimos momentos. Observando desde su trono las largas tradiciones, los entretenimientos, los idiomas y el estilo de cumplir con el deseo de su projimo. Percibiendo la necesidad de hacer eso con el único ser que podía estar con él, hizo lo imposible para que su enemigo lo quisiera. Perdió la conciencia del tiempo, las velas deshaciéndose por el calor y las llamas perdiéndose en la intemperie, esperó hasta que comprendió que no vendría. Algo retumbó en su espacio, como si hubiera sido aplastado, lo incomprensible para los vivientes, eso que ellos temían y odiaban. Cayendo de rodillas ante su propio asiento, apretó el ramo contra su pecho, volviéndolo polvo al momento, se preguntó con furia: «¿Acaso es esto lo que los mortales tienen que sentir? ¿Por qué existe algo tan cruel como esto? Solo quería saber por qué ellos hacían muecas, realizaban sus tradiciones. Especulaba con tal de comprender lo desconocido, pero no estaba dispuesto a esto», las torres del palacio comenzaron a temblar, las almas que se resguardaban en los pilares empezaron a gritar.
La vida supo que la profecía ya estaba cumplida, corrió al lugar que odió desde su creación, un aborrecimiento impuesto por sus superiores. Escuchó aullidos y el retumbar del hogar de sus preciados hijos, matando lo que se conservaba de ellos, acabando con sus espíritus. La muerte gritaba como si de un ser humano se tratara, reclamando la devolución de lo que nunca tuvo. Vacilando si ayudarlo o dejar que exterminara a los dos se aproximó con lentitud, el eco de las enseñanzas de sus predecesores se hizo presente, proclamando la pérdida de sus proezas. La sensación hecha por su labor apareció, las emociones del mundo llegaron a ella, dejó de titubear y se abalanzó, abrazándolo al llegar.
La muerte sintió calor, sintió vida, volteó para ver a su pasión agarrándolo, presionando con fuerza su manto. Lo entendió al instante, los escritos de los dioses acababan de romperse, abandonando el propósito de su venida abrazó al ser despreciable que nunca debió tocar.
Tiempo después, el baile que antes era imposible se dio en el temblo de los dos: el santuario donde se complementaban en la claridad y oscuridad. La muerte viendo cómo se agachaba mientras sujetaba su vestido, estiró su brazo para tomar su mano, acercándose lentamente sujetó su cintura con fuerza, ella posicionó sus finos dedos en su hombro, el ritmo de la música marcaría los pasos. Los recuerdos de su aprendizaje se presentaban, en todos los bailes que presenció nunca faltaba: un paso adelante, un paso a la derecha, vuelta atrás; repitiendo los simples movimientos como lo imaginó, recorriendo el piso del palacio con cada movimiento que daban, sintiendo el cabello de aquella divinidad que se había transformado en su ideal.
Soltó su mano y le acarició sus bellas facciones pero por temor la retiró prosiguiendo con la ceremonia, agarró su antebrazo con delicadeza para hacerla girar, un suspiro escapó de sus labios, la rodeo en eje mientras se fijaba en las capas volantes de su gran vestimenta, Tomándola de la parte inferior de sus hombros la alzó al cielo de estrellas y negrura, su manto era cubierto por la sombra de la vida. Rieron sin una razón especial, sintiendo lo que tenían prohibido gozar, adhiriéndose al sentimiento de amar y cayendo en el incierto espiral.
-Briana Farrera.