Chente el loco
Publicado en Nov 17, 2020
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 ¡Ya viene el loco! ¡Ya viene el loco!... gritaba con una campanilla en la mano, recorriendo de ida y vuelta la calle principal de aquel pueblo. Vestido estrafalariamente, el pelo enmarañado, la cara enrojecida por el sol del mediodía, con los pies descalzos, agrietados de tanto andarle a su periplo extravío.
 
Así lo veían a diario, sólo cuando llovía no salía a realizar su pregón. Parecía tener un pacto con el sol calcinante hasta las tres de la tarde. Porque Chente el Loco tenía su horario inflexible, nunca se le vio o se le oyó gritando antes o después de esas horas. Su reloj biológico era exacto, infalible. Los habitantes del lugar a pesar de la locura de Chente, le tenían más confianza a su desvarío que al pronóstico del tiempo de la radio. Cuando se anunciaba iba a ser un día lluvioso y el hombre salía a gritar con su campanilla en ristre, los vecinos estaban seguros de por lo menos hasta las tres de la tarde no llovería.
 
El loco del pueblo tenía su historia, como cualquiera de nosotros. Era huérfano, vivía con sus dos hermanas solteronas —siempre enlutadas— en las afueras del pueblo, en una casa enclavada en el centro de una gran extensión de terreno de cientos de hectáreas. A la propiedad nunca entraron más hombres, sólo el hermano y el cura del pueblo. Todos los jueves y sábados por la tarde el padre Guillermo iba a rezar el rosario con las hermanas —éstas nunca fueron a la iglesia— y se quedaba a cenar con ellas.
 
Durante el verano, en los tiempos de lluvias y aguaceros, los habitantes del lugar encerrados en sus casas o negocios eran presa del tedio y la nostalgia, sin saber bien a bien la razón extrañaban el pregón del loco. De vez en vez se asomaban por las ventanas o salían a los corredores deseando ver aquel seño adusto, a veces iracundo, la baba escurriéndole por la comisura de los labios, imagen hermanada a la sonrisa maliciosa o a la carcajada estridente utilizada por ellos para hacerle comparsa.
 
Chente el Loco era parte de la imagen del pueblo, con sus ideas como luciérnagas en noches sin luna, sólo luces efímeras, guiños de conciencia incapaces para alumbrarse a sí mismo. Siempre con la misma cantaleta, desmembrando la lógica y enhebrando las ocurrencias.
 
A veces —cuando quería hacerlo— inventaba historias, entonces su imaginación era como un caracol cuesta arriba o un potro a galope y sin brida desbocado en una pendiente. Su mente no conocía lo especulativo porque no había salido de lo abstracto. Con una locomoción enemiga de la prisa, pero luchando denodadamente por dejar de ser lento.
 
Así fue Chente el Loco hasta fines de un verano atípicamente lluvioso, en donde hubo en las cercanías del pueblo grandes desbordamientos de ríos, arroyuelos vueltos importantes caudales de agua arrastrando todo a su paso, deslaves de cerros y pérdidas humanas y de animales de labranza.
 
De la noche a la mañana las hermanas enlutadas y Chente desaparecieron del lugar. Se supo —nadie identificó la fuente— habían partido a la gran ciudad para tratar de curar la locura del hermano. Otros y otras, la gente con lengua viperina, esa que no mata pero hiere de verdad, soltó el rumor de que una de las enlutadas estaba embarazada, todo porque Nicanor el arriero un día de mañanita al estar meando cerca de la casa de las solteronas, vio a una de ellas vomitando en el cobertizo de la casa.
 

 
Pasaron los meses, nadie se dio a la tarea de contarlos, hasta aquella mañana cuando reaparecieron las hermanas enlutadas, de Chente no se volvió a saber nada. Las mujeres no regresaron solas, traían en brazos a un niño de escasos meses de nacido. Nuevamente el morbo del populacho le encontró de entre lo más negro de la imaginativa de su propia condición humana la paternidad al crío.
 
 
Aquel niño, desde sus primeros pasos empezó a manifestar la misma insania de Chente. Pasados nueve años aproximadamente, un medio día en tiempos de la canícula, por la calle principal de aquel pueblo olvidado hasta de Dios, apareció un niño totalmente desnudo gritando a todo pulmón: ¡Se mulio la loca! ¡Se mulio la loca!
 
Había pasado un buen rato y el chamaco seguía en su loca carrera gritando el mismo estribillo. Entonces el padre Guillermo en un gesto tan humano como paternal lo llevó por la fuerza a su casa, patas arriba y ronco de tanto gritar.
 
Efectivamente, una de las hermanas había muerto. Nadie del pueblo acudió al velorio y fue enterrada muy cerca de la casa por el padrecito Guillermo y la otra enlutada, en un atardecer lluvioso, como único testigo aquel niño enfermo, quien ahora campanilla en mano repetía por lo bajo, como aleccionado desde los vericuetos donde se trenzan y desenlazan los genes: ¡Ya viene el loco! ¡Ya viene el loco!
 
A partir de aquel atardecer se vio todos los días al niño en su desvarío, en el mismo horario usado por Chente. Como si hubiera encontrado el reloj biológico de aquél, perdido en el baúl de los recuerdos congénitos.
 
Un amanecer del siguiente verano, cuando el sacristán de la iglesia del pueblo acudió para hacer el primer repique de campana del día, se encontró con el dantesco espectáculo del cuerpo del padrecito Guillermo colgado por el cuello de la campana principal. La misma que estuvo doblando a misa de muertos durante todo el día, pues también fue encontrado el cadáver de la otra mujer enlutada, completamente desangrada y un niño sin alcanzar a nacer, mitad dentro, mitad fuera del cuerpo de la mujer.
 
La maledicencia del pueblo enmudeció ante el impacto social. Luego, como suele ocurrir cuando nos desagrada o tememos algo, la gente se esforzó por olvidar el incidente. Hasta aquel medio día cuando el primer automóvil apareció por la polvorienta calle del pueblo. Avanzó hasta la mitad de la misma y se detuvo. El conductor no descendió, como esperando algo o a alguien. Desde el otro extremo de la calle se empezó a distinguir la figura menuda del loquito y a escucharse el sonido de su campanilla y cantaleta.
 
Cuando el niño estuvo próximo al auto, se quedó quieto... dejó de tocar y de gritar. Los presentes vieron la escena como congelada, como queda la imagen en la mente del escritor cuando imprudentemente trata de darle un cierre predestinado a su historia. Olvidando que las historias son como la vida misma, fluyen y ya.
 
La inmovilidad fue rota por el conductor del auto, abrió la portezuela y bajó del mismo. Era un caballero por la forma como vestía y de conducirse, difícilmente alguien podía siquiera suponer estuviera loco alguna vez.
 
Con andar pausado pero lleno de seguridad el recién llegado se acercó al niño demente, lo miró fijamente, le tendió la mano, el niño respondió entregándole la campanilla. El caballero la alzó sobre su cabeza y la tocó repetidamente con gesto sombrío, luego dejó escapar un largo suspiro. El niño lo miraba escurriéndole las lágrimas y la baba. Luego el hombre encaminó sus pasos al almacén principal del lugar y dejó encargo al propietario de vender todas las propiedades de las enlutadas.
 
Después de dejar instrucciones precisas el caballero regresó a su automóvil, al intentar abordarlo sintió un fuerte tirón en sus ropas, al dar la vuelta se encontró nuevamente con el niño enfermo quien lo miraba con ojos suplicantes... y le ofrecía otra vez la campanilla. A tanta insistencia el hombre la tomó sólo para lanzarla lejos de él y del niño.
 
El loquito corrió a recogerla y regresó haciendo muecas y gritando incoherencias, en un instante que Schlegel llamó “genialidad fragmentaria”, el niño atinó a decirle al caballero: “Seha que sólo un oco econoce la ocura en su sangre y un cabaero jamás”
 
Luego regresó a su estado mental de siempre y empezó a tocar, ahora sí, "su campanilla" y a gritar: ¡Ya se va el loco! ¡Ya se va el loco!
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Relato

Palabras Clave: insania padre hijo el padre

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



Comentarios (9)add comment
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Francisco A. Baldarena

¡Qué cuentazo! Me gustó, pena que me dejó con ganas de más. Me has hecho recordar al loco del pueblito donde crecí, un tal Carlitos, que recorría las calles con unas cajas de zapatos atada a un piolín, a modo de autito, y de tanto andar, vez por otra, se le reventaban las varices. ¡Genial!
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December 04, 2020
 

kalutavon

Gracias por el generoso comentario Francisco. Saludos.
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December 04, 2020

Julio Beltrn

Sólo me queda expresar mi asombro, por un momento ese "pueblo" me recordó a Comala o Macondo y la historia cíclica de este último. Excelente cuento.
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November 19, 2020
 

kalutavon

Es muy amable tu comentario Julio, lo cual se agradece.
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November 19, 2020

Liaazhny

Hola amigo Kalutavon,claro que es Mexicano Jesús Eduardo, mi paisano.
El relato que realizar lejos de divertirme me hizo pensar en los renglones torcidos de Dios de Torcuato Luna de Tena, donde se ven personajes como el de tu relato y tantos más que en todos los lugares existen y deambulan por las calles ante el asombro e ignorancia de la gente.
Me gustó, muy interesante,gracias por compartir.
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November 17, 2020
 

kalutavon

Ah, Luca de Tena y sus Renglones, que no tan torcidos, sino muy lúcidos, aportó una novela que al final nos hace ver que algunas veces la locura supera a la lucidez, Gracias amiga por comentar. Afectuoso saludo.
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November 18, 2020

Magnolia Stella Correa Martinez

Jajaja, hay unas letras invisibles que percibo en medio de las líneas de este texto que me permiten descubrir al personaje, la situación, la campanilla, jajaja... y hasta el verano... Jajaja, me deslumbra tu genialidad. Me he divertido mucho con esta analogía.
Gracias por la enseñanza.
Un abrazo, Kalutavon.
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November 17, 2020
 

Jesus Eduardo Lopez Ortega

En cada pueblo que he estado dando clases existe un personaje como el que describes en tu cuento. Muy bueno.
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November 17, 2020
 

kalutavon

Es verdad lo que dices Jesús, personajes como Chente el loco son reales en los pueblos de México, como el borrachin, la solterona, el sacerdote perverso, los politiquillos que describe muy bien Rius en los Agachados. Hasta este momento no leído tu perfil en esta página, pero me late que eres mexicano, ya me cercioraré después, por ahora dejo mi agradecimiento por lo bondadoso de tu comentario y mis saludos.
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November 17, 2020

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