Oculto entre las letras
Publicado en Nov 24, 2020
Oculto entre las letras
Alguna vez, no se podría decir en qué tiempo, porque los tiempos del Creador son distintos al tiempo de los humanos. Ese Creador en su omnipresencia y comprensión infinita se dio cuenta que los humanos se habían apartado más de lo permitido por él, de los principios establecidos para la convivencia entre ellos. Estremecido en la profundidad de sus percepciones llegó a la conclusión de que el hombre se había envilecido mucho más desde los últimos castigos de advertencia que les impuso. Habían olvidado los diluvios, las pestes y las otras señales que les fueron enviadas como muestra de desagrado de su creador. El género humano engrandecida su soberbia por su ciencia y la tecnología que había desarrollado, olvidando que éstas se debían a la bondad de quien los había dotado de un maravilloso instrumento llamado inteligencia. El Creador ya había castigado antes al hombre poniendo una densa niebla en su entendimiento para hacerlos olvidar su divino Nombre y aquellos no pudieran dirigirse a él directamente. No obstante la creatividad del hombre, también don de procedencia divina, llevó al humano a suplantar el verdadero nombre del Creador por otros, que fueron surgiendo a través de los milenios. Y así hubo muchas formas de nombrarlo, sin ser ninguna de ellas la verdadera, como cuenta la tradición milenaria que desde la Torre de Babel hubo distintos idiomas para que el hombre elevara sus alabanzas y pedimentos al que todo lo sabe y lo puede. Olvidó el hombre que la forma idónea de comunicarse con él es a través del pensamiento y la acción verdaderamente nobles. Pero cierto es también que el Creador, al fin Padre bienaventurado, dejó cientos de indicios donde el género humano podría encontrar su nombre oculto. ¿Dónde? En la opacidad blanquecina de las pupilas de los ciegos, en el titilar de las estrellas, en el primero y último centelleo de un arcoíris, en la sonrisa de un recién nacido y en el halo de un moribundo. Así mismo les dejó distintas formas de escuchar ese nombre en la propia naturaleza creada también por él. Podrían si tuvieran sus sentidos apartados de la maldad escucharlo en la primera ventisca de un invierno, en el zigzagueo de las hojas de los árboles que caen en verano, en el rumor del mar durante una puesta de sol, en el Himno de la Alegría cuando se escucha con la percepción plena del alma, entre otras formas. El hombre engreído no atendió a los indicios propuestos por el Creador para recordar su nombre. Entonces les hizo una advertencia más, les envió un virus para ellos desconocido que iba mermando su población por millones de seres. Esta malévola Creación divina traía un durísimo mensaje pretendiendo que el género humanos se religara con la esencia del universo. Era tan clara la advertencia, que el virus aquél los obligaba a convivir esbozados, les impedía reunirse en las edificaciones creadas por los vendedores de la fe y hasta los limitaba en fraternizar con la familia y a procrearse sin temor alguno al contagio. Aunque científicos en distintas áreas del conocimiento humano se dieron a la tarea de encontrar un antídoto en forma de vacuna para terminar con el mortal y expansivo virus. Pasaron muchos meses y los esfuerzos fueron inútiles, los contagios continuaban, aparecían nuevas cepas de la criatura aquella. Entonces se unificaron las iglesias, se multiplicaron en forma exponencial las plegarias pero todo en vano porque habían olvidado el verdadero nombre del Creador. Mientras en lo alto de una majestuosa montaña coronada siempre por la nieve, se dio un conclave entre los últimos cabalistas que existían sobre la faz de la tierra, filósofos esoteristas, simbolistas que abandonaron el anonimato en vista de la dramática situación que se vivía en el planeta. Todos ellos juramentados en no divulgar, en caso de encontrarlo, el verdadero nombre del Creador, pues estaban conscientes de que el ser humano no lo merecía. Pero también consideraron que gran parte de la humanidad no era perversa del todo y que por ello merecían ser ayudados a superar la crisis. Después de un gran esfuerzo conjunto lograron reconstruir el nombre olvidado del Creador, ese nombre que aun el estertor de la muerte humana ni su hijo predilecto que sabía cómo pronunciarlo, se atrevió a decirlo, “…Padre, perdónalos…” fue lo que dijo, está registrado que no lo mencionó. Aquel grupo de hombres extraordinarios reunidos en aquella montaña sin embargo, acordó darle otra oportunidad a la humanidad de recordarlo a través de una alegoría basada en la cábala y la numerología de inspiración divina. ¿Por qué en Cábala?, porque los números y las letras tienen en esta ciencia significado de progresión, expansión, amor, desgracia, creación, realización, magia, brillantez y éxito. Muchos de estos conceptos se dan en el contexto del maldito virus, si no es que todos. De esta forma, para no transgredir la voluntad del Creador ni la intención de secrecía de los que estuvieron en el conclave, basta con que los humanos supieran que el nombre, el verdadero, del Creador se encuentra inscrito en las letras que designaban al propio virus que en la actualidad es su peor enemigo. “Si deseas que el sol vuelva a brillar en toda su intensidad en mis dominios que ahora habitas y que el estado de sanidad vuelva a su punto de quiebre, es necesario que actúes con el doble de empatía y cariño con tus semejantes porque ellos y tu son uno. Y ese uno elevado al infinito es la creación misma. Duplica la fuerza de tu lealtad hacia tu Creador y no malgastes tus esfuerzos en buscarme en donde no me encontrarás, edifica para mí con paciencia y honestidad un altar en tu corazón que es el lugar a donde yo acudo para escucharte, manteniendo el Ara encendida con la luz perenne de la fe”. He aquí la alegoría que trae oculto entre sus letras el verdadero nombre del Creador. Bendecidos aquellos que logren descifrarlo.
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Jesus Eduardo Lopez Ortega