Noches de sofá.
Publicado en Dec 09, 2020
Se me han vuelto a romper las manos de acariciarte y recojo los añicos con la boca, suerte de cristal de copa rota que humedece mis labios con el calor de la sangre y el vino, consuelo de tu temperatura para un soldadito sin victorias ni medallas, solo hojas y carbón. Es extraño cuánto tiempo has llenado las nubes de mi cabeza con la tempestad de tu nombre hinundando los campos infértiles de mi alegría, más de lo debido, lo prometido, apalabrado, soñado y desesperado; y nuestros labios todavía son dos desconocidos que aún no saben que se extrañan, y sin embargo los tuyos siguen aterrizando en otros puertos extranjeros y los míos cada día más flacos, de pómulos hundidos y revisando el correo para encontrar la declaración, la carta de amor suicida que jamás escribirás. ¿Oyes eso? Es la noche colándose por las rendijas de la ventana, levantando la ceniza y enfriando los vasos, riéndose con la fuerza de la madrugada desde una esquina, sin disimulo, observando cómo desaparezco y me convierto en dormitorio: cambié mi pecho por una almohada de motel, mis brazos por sábanas y mantas que sostengan como cabos y abriguen como el champán en otoño, como por casualidad, mis manos por plumas que no escriben, mi ropa por pañuelos donde robar el maquillaje y la sal a tus ojos, son mis piernas de madera barata las patas que sostienen y mi voz, el interruptor que apaga la luz del mundo desatando la oscuridad que tú decidiste plantar y regar en mí, sin culpa, sin consuelo. Dijo un cantautor que toda historia de amor deja algún damnificado, y pesa la guillotina del personaje sobre mí, balanceante y burlona, esperando el momento azaroso en que caer sobre mí. Y sería mentir decir que no sé que ocurrirá, que no necesito de videntes ni tarot para acertar al decir que será mi sangre la que tiña las sábanas de la felicidad de otros. Que el tiempo pasará y mi recuerdo será la alegría del reto superado, que hice más fuerte a quien me mató... y como suicida por coincidencia suspiro estas palabras enterradas en mi garganta mientras sostengo tu sueño, entre vapores de ginebra, y tus manos yacen vacías buscando a otro, y las mías, llenas de ti, tiritan de frío y soledad.
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