LAS VOCES
Publicado en Dec 11, 2020
LAS VOCES
No podría precisar exactamente cuándo me percaté del asunto que atañe a esta historia, pero creo recordar que fue una tarde cualquiera, una tarde donde las voces se me aparecieron más diáfanas que en otros días, y eso fue quizás, por el repentino silencio que a veces ocurría en el edifico los fines de semana cuando la gente se marchaba a otros lugares. Siempre sucedía a la misma hora, la hora en la que yo me daba mi baño de sales. No era una novedad para nadie que el agua transmitía mejor el sonido que el aire, pero en este caso era muy significativo; solo faltaba que yo sacase mis oídos de adentro del agua, para que esas voces desaparecieran de mi mente al instante. Como dije antes, no podría afirmar cuándo se me aparecieron las voces, pero yo suponía que el hecho se correspondía con una familia nueva que se había instalado en el primer piso, el de abajo del mío, dos meses atrás, lo recuerdo muy bien por el chirrido de los muebles y los susurros de las escaleras. Por más que pareciera increíble, nunca me los encontré y eso era debido y casi con seguridad, a que yo no salía casi nunca de mi casa y si lo hacía, era en horarios muy distintos a los de una familia común y corriente. Digo familia común y corriente, porque eso me sugerían las voces que venían del piso de abajo. El fenómeno no pasaba de algunos minutos y coincidía con mi baño, yo pensé que tal vez eso se debiese a que ocurría en el mismo horario en que la mujer bañaba a los chicos, a eso de las veinte horas. Las voces eran más que nada las arengas de una madre con sus hijos en un baño, salvo algunas veces donde pude apreciar algo así como una fuerte discusión y acaso alguna forma de leve violencia doméstica, pero no podía afirmarlo fehacientemente. A decir verdad, esto nunca llamó mi atención, no era de mi incumbencia qué hacían o qué no hacían los vecinos de abajo, ya bastante tenía con mi propia vida como para estar pensando en otras cuestiones, ya tenía yo bastante con mis propias voces, las de mis seres queridos que ya no estaban. Pero sucedió que un día, por casualidad, me crucé con uno de los viejos vecinos de toda la vida y le pregunté al pasar y como quien no quiere la cosa, si sabía algo de los inquilinos de abajo. - ¿Qué inquilinos?, me dijo-. -Los de abajo- contesté yo. Los del primer piso. - Ese departamento está vacío desde hace dos años, ¿no lo recuerda? Ud. mismo demostró cierto interés cuando estuvo a la venta. Mucho antes de la tragedia. Le contesté que sí, aunque no lo recordaba y tampoco recordaba lo de una tragedia, pero no podía confiar en sus ´palabras, ya que con anterioridad me había cruzado con él por otras circunstancias que ahora no vienen al caso. Sin embargo, como un relojito, las voces seguían transmitiéndose por el agua como una vieja radio a transistor. Sospeché serian de otro de los departamentos, que por alguna extraña razón el sonido rebotaba y se filtraba hacia mi bañera y se amplificaban con el agua. Resolví que lo mejor, posiblemente, fuera cambiar mis horarios y así evitar las voces. Lo hice, al comienzo funciono de maravillas, pero luego misteriosamente ellas se adaptaron al nuevo horario y volvieron con más fuerza y ya no eran voces de niños jugando en una bañera, sino que eran gritos como de desesperación. Mi paciencia también tenía un límite y eso lo sabían muy bien en el edificio. En un pasado remoto, me quejé de otros vecinos más jóvenes que hacían fiestas hasta altas horas de la noche; pero tuve la suerte que lo pude resolver yo mismo sin molestar a nadie más. Decidí entonces, un buen día, bajar un piso, y tocar a su puerta; lo hice antes de las veinte horas, así me aseguraría que ellos estuvieran en la casa. Recuerdo que hacía calor, las paredes destilaban los despojos de un día de verano, el pasillo era como un calco del mío, pero más oscuro y desamparado. Toqué el timbre y para mi sorpresa, se me apareció una joven mujer como de unos cuarenta años, que por su aspecto diría que debería ser hippie o algo por el estilo, de pelo castaño ondulado, flaca y un poco desaliñada. Me atendió amablemente y a mi pregunta por ruidos extraños que se filtraban por la cañería, me afirmó que ella no escuchaba nada y que no sabía de dónde podrían provenir, porque ella vivía sola. -Discúlpeme, no la molesto más. -No es nada, cualquier cosa que necesite… -Muchas gracias, le dije y me fui, sin dejar de pensar que quizás me estaría mintiendo o escondiendo alguna cosa. Las dudas siguieron rondando mi cabeza como una calesita, daban vueltas una y otra vez, imaginándome los rostros de los niños, como si fueran los de un carrusel roto y abandonado. Los gritos de los niños siguieron cada vez con más intensidad amplificando su dolor a través del agua. Esta mujer no tenía piedad y se las había ingeniado para evitar que la descubriesen. Sabía que con un solo llamado a la policía estaría terminada, pero quería evitar llegar a una instancia como esa. No era la primera vez que algo similar acontecía en el edificio, como dije antes. Fueron otras voces, que venían de más arriba, la de unos misteriosos jóvenes que no respetaban reglamentos ni horarios. Tuve la suerte de que se solucionó sin necesidad de intervención de las autoridades ni a otros vecinos. Logré que se fueran de un día para otro y yo volví a la normalidad, a la paz que me daban el silencio y la tranquilidad. Claro que esto nunca me lo reconoció mi vecino, el del tercer piso. En un momento dado llegue a pensar que el ocupante del tercero era sordo o algo similar, porque cada vez que me lo encontraba, se le notaba cierta dificulta para escuchar y esa creo era la explicación de por qué nunca me reconoció los sucesos que se daban en el edificio. Lo envidie ciertamente, hubiera hecho cualquier cosa por ser como el, tener esa enorme condición de ser un poco sordo. Recuerdo que los jóvenes eran curiosamente muy cordiales, y creo yo que eran estudiantes, pero llegado el fin de semana no me dejaban dormir. Una noche no tuve más remedio que subir al último piso, al cuarto. Les toqué timbre y hasta les golpee la puerta, pero no me sintieron, el volumen era tan alto que no me atendieron. Ahí fue que tome la decisión de hablar con el vecino. Me le aparecí al día siguiente en su casa. Me negó todo, hasta inclusive la existencia misma de los jóvenes estudiantes, lo que no me sorprendió en absoluto, porque él era el que les alquilaba y por esa razón, pensé yo, no quería tener problemas, ni perder tan jugoso negocio. Pero esa historia ya pertenecía al pasado, ahora yo tenía que resolver la de las voces de los niños que cada jornada acrecentaban su volumen, a tal punto que ya me era casi imposible realizar mi baño de sales, tan recomendado por mi médico personal. Debía pensar alguna estrategia para terminar con este suplicio, ya lo había hecho en el pasado y con resultados positivos para mis frágiles oídos. Lo primero, cavilé, es en volver a hablar con la mujer y si pudiese, sería bueno poder entrar al departamento y verificar si ahí vivían niños o no. Esperé un par de días, me relajé un poco para estar más tranquilo y poder organizar la pequeña aventura. Lo hice a eso de las veinte horas, pero esta vez no tuve respuestas. No se encontraba en su domicilio o no quería atender, pero recordé que yo tenía las llaves del departamento de abajo, porque una vez, cuando las relaciones eran buenas con el viejo de arriba y el departamento estaba vacío, hubo que hacer un arreglo y el hombre del tercero me dio las llaves para hacer ingresar a los obreros. Subí a mi casa y busqué las llaves lo más rápido que pudiera, por si la mujer volvía. Irrumpí en la casa, examine todas las habitaciones y descubrí que la mujer mentía, había ropa de niños desordenada por todos lados, como si alguien hubiera entrado a robar, y por lo que pude observar, había una hornalla prendida, lo que inmediatamente concluí estarían por volver en cualquier momento. Sali sin dejar rastro, pero sabiendo que la mujer mentía, al igual que el vecino del tercero. No sabía bien por qué, pero todos parecían estar en contra mío. Pasaba el tiempo, y todos los días aparentaban ser un calco uno del otro. Las voces se manifestaban a la misma hora, y como estas iban en aumento, yo me ponía tapones para los oídos. A los niños no les gustaba que los bañaran, esta mujer los torturaba y les gritaba durante media hora, y algunas veces hasta les pegaba; ahí se producía un largo silencio, seguido de un llanto desconsolado. Algo tenía que inventar para salvar a esos chicos, pero no sabía qué cosa hacer. No quería cometer de nuevo los mismos errores del pasado, cuando en una madrugada me despertó una alarma de la cochera y yo llamé a la policía, pero esta enigmáticamente se apagó justo antes de que llegaran los uniformados y yo hice el ridículo frente a los policías. No quería involucrar nuevamente a los guardias, ya no me creerían si los volviese a convocar por un hecho que no podría probar. ¿Como haría para demostrar las torturas de una madre mientras bañaba a sus hijos? Esto lo tendría que resolver yo de una vez por todas. Lo hice de la misma forma que con los chicos del último piso. Subí a las veinte horas, toqué timbre, me abrió ella, me dijo que me dejaba y que no me iba a entregar a los niños, forcejeamos en la entrada, y en un descuido, algo se prendió en la hornalla que estaba encendida y fue inevitable el desenlace fatal. Todavía hoy recuerdo lo inútil que fue la ayuda de los demás vecinos, quienes también sucumbieron en el intento de apagar las llamas. Lo recuerdo siempre, sobre todo a las veinte, a la hora que se me aparecen las voces debajo del agua.
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MAVAL
paso a dejarte un saludo de gratitud por todo lo compartido y esperando que sea lo mejor para ti en lo que viene
que la paz , el amor y la esperanza se renueve cada día y alimente a tu vida ...
Un día feliz que no se nuble en el camino, sino se refuerce en la unidad con quienes son tu familia.
Muchas felicidades y prosperidad siempre!
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gabriel falconi
Lucy reyes
Tantos ruidos de diferente índole desesperaban al protagonista de esta historia. Debía descubrir y silenciar los problemas. La primera solución fue positiva, secándose los oídos con una toalla, pero continuaron cada vez más los ruidos en el edificio. Todos los inquilinos negaban su culpabilidad, sin embargo, de alguna manera la diplomacia y prudencia del afectado, algo solucionaba los problemas. (Maravillosa imaginación)
En la medida que leía tu texto pasaba por mi mente varios sonidos que viví en mi casa con mis hijos, para ellos era fácil tocar mesas, sus piernas, imitando el toque de la batería, otros tipos de percusión con cucharas, botellas, ruido de la olla pitadora, el pío de los pajaritos, de todo formaban sonidos, yo no los silenciaba, porque me gustaba hacer lo mismo, pero los vecinos se quejaban.
Si yo pudiera meterme en esta interesante historia que relatas, aconsejaría al protagonista que entrara a la cámara Anecoica como lo hizo el compositor John Cage en su obra 4: 33.
Felicitaciones Gabriel, me encantó tu relato.
Lucy
gabriel falconi
Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
La vida en condominio tiene esos ritmos y muchos interrogantes. Vecinos, voces, ruidos, mudanzas y en este caso ese baño (cuya tubería central es común a todo un edificio) transmite fácilmente a veces diálogos ruidos y tragedias. Sin embargo la cadencia del relato nos lleva a un protagonista solitario y de gran rutina que tampoco está muy integrado al mundo actual, nos lleva con sus interrogantes por otros pisos y otras afirmaciones… pero, y allí viene el núcleo de esta alarma; la queja, el llanto, o los castigos a niños llamó poderosamente la atención del protagonista que con las mejores intenciones y haciendo comparaciones con hechos anteriores solucionados, esta vez, una hornalla y forcejeo terminó en una tragedia.
Moraleja nunca entrar forcejeando con una vecina con las hornallas prendidas….(una cargada de buena onda) Buen relato, bien llevado y la intriga y curiosidad del protagonista tuvo éxito al descubrirlo aunque no para el resto-
Felicitaciones Gabriel
Y lo mejor para el 2021
Y ojalá el Teatro Colon este nuevamente en funcionamiento
gabriel falconi