Inicio mi día amargamente.
Quito tus fotos y quito tus relatos.
Cuelo el café en un tamiz sucio
y siento que la recámara me cabe en el bolsillo.
Tengo la seguridad del ser que está caído:
Aquel que bebe sus arreglos y lágrimas.
Quepo en la vastedad prolífica
de un recinto plagado de galaxias.
Adelante de mí se mueven las salidas
y se añaden nuevas puertas cerradas.
Pero no quiero tocar las cerraduras
pues detrás pueden haber tragedias conspirando.
Salgo a la calle casi sin arreglarme
y mi alma va en completo desaliño.
Debo redescubrir mi prestigio nuevamente
y recuperar lo que fuera mi honra.
Obligarme a mirar tras los cerrojos
e ir por veredas semi sólidas.
No estar para siempre débil e indispuesto:
Volverme a orquestar en mis instintos
y recordar que soy sólo y sin prole
y que ninguna está sentada a mi lado.
Y resignarme a que probablemente nadie
cerrará mis ojos una vez apagados
ni llorará mi soledad inaudita
pues estoy de tránsito, como lo estamos todos.