Las Cartas Crudas al Mar
Publicado en Jan 27, 2021
La primera vez que te vi, sabía que no eras para mí. Mis ojos no te podían observar, mi vista no estaba libre, aprendí que al verme al espejo de mi mente no era posible siquiera verte. Nunca vi que tus ojos se desviaran a verme, yo en tu mente no respiraba, ni tenía ojos o esencia. Cuando te divisaba a lo lejos, mi vista tenía que cambiar, porque en mi mente tu tampoco tenías lugar. El tiempo tan maravilloso supo porque no me podía detenerme a pensar que estabas a una distancia cercana. La vida llegó a pasar como un suave pestañear, hasta que un día, alguien toco a mi puerta, pensándolo bien, nunca debí a abrir, nunca en mi vida supe lo que era la guerra en casa ajena hasta ese día.
Mis palabras fueron un regalo divino, que, si bien eran la cosa más bella y bien estructurada, tu nunca las pudiste leer, mis cartas jamás llegaron a ti, y si dos llegaron, estaban desechas, no se les podía entender el inicio, solo el final. Me di cuenta qué mi capricho fue mayor, fuiste el deseo que nunca se tuvo que cumplir, en mi mente tu eras un trofeo más, me equivoqué. Yo pensé que el cruel había sido yo, pero no fue así, tu marcaste que mis plegarias no serían cumplidas, usaste tus palabras como una puta cualquiera, las paseaste y pateaste. Un día prometiste que volverías, jamás regresaste, me dejaste en forma de aval a tu alma, que ya estaba quebrada, no valía nada, no la pude intercambiar para poder salir de aquí, varías noches mi sueño se hizo pesado y el tuyo liviano. Me pregunto para quien fue mas humillante, si para mi o para ti, quien mintió más, quien fingió en la historia. Yo hace dos noches me quedé esperando que por última vez aparecieras, pero solo para tirar un puño de arena al mar, y dejar que la espuma se llevará mi esperanza. Ya no tenía más palabras, pensé que podía cambiar mi historia, no pude, no regresé a casa con la victoria que había anunciado antes, eso sí, no rompí las reglas, yo sigo aquí, yo sabía que tu anhelabas a otra persona, por eso no me corrompí y tampoco me sentí mal. Había conocido por primera vez a la desolación, fue uno de los tragos más amargos, lo desastroso es que fue mi culpa. La primera vez que paso el invierno, me sentí bien, el aire frío me hizo sentir en casa, ya para eso ya estaba cansado, viejo y enfermo, no podía recordar que me había tumbado la mente hace un tiempo, pero podía ver tu camino, tus huellas seguían frescas, solo que no estabas por ninguna parte, es lo último que recuerdo, mis mejillas estaban heladas y mis manos vacías. No me importaba empezar de cero, porque siempre estuve solo, nunca tuve a nadie, de hecho, solo me perdí a mi con tanto pensamiento sobre el que será, que nunca fue. Quien te puede extrañar, si tienes odio por ti, el mundo lo nota, yo lo pude ver, jamás dije nada, solo veía como tratabas de salvarte tratando de evitar lo inevitable, mi cansancio para ese entonces ya era demasiado, ansiaba que la primavera llegará, para ver las flores rojas renacer y poder estar menos viejo y fatigoso.
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