Diseminarse en los arrabales
Publicado en Oct 09, 2009
Veo diseminarse en los arrabales
la sordidez de los Fénix incoloros. Es negra la masa insípida de casas que jamás tuvieron prestancia. Yo voy levantando las tejas y llevando quejidos a los umbrales. Mi amada transcribe sus errores mientras su silla se desconcha. De antemano ha puesto su idealismo en divinizar sus logros y sus faltas. Mi amada es pequeña y somnolienta y siente inquietud en las sombras ahumadas y, de lejos, la espía una humareda. sus ojos me han imaginado suyo. Entre turbas de ángeles y esqueletos, soledades vacantes y adúlteros custodios, con sus opacas greñas despeinadas ella siente mi necesidad carbonizante. Soy un aliento que ruge en las ruinas. Soy como un osario en luto permanente. Toco su piel y sus formas estriadas y su vasta melena de luna decisiva. Ella me ama desde las muchedumbres. Para los cuervos soy hipnótico pavor. Me plasmo en las paredes cíclicas y mi sentir es histriónico y mutante. Yo sobrevuelo la chatarra en exilio y deshumedezco las alas del gorrión con mi cuerpo de niebla levantisca. Sólo soy el viento sedicioso que acaricia a una muchacha recién hecha. La hago temblar con mis dientes sombríos y desfilar por tierras demarcadas buscando mis brazos invisibles. Ella quisiera deleitarse en mí como yo me desmembro en su hidalguía. Pero viento y carne no se juntan: Nacimos para amarnos a lo lejos.
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