La soledad es un vocablo profundo
que ha devorado al solitario en destierro.
La soledad no conoce más que el páramo
y la afilada espina de la rosa.
He sido un reflejo caminando en ella
y a veces me ha engañado con falsos oásis.
Mi tez amarillenta se ha añejado como rima
y me he topado con sus ojos infernales y lúgubres
fingiéndo no devolverle la mirada.
Voy en aislamiento, desprendiendo mis temblores
y ella me ha atrapado con su mano rigurosa.
Posiblemente ya mi corazón no ventée
porque ha sido destronado por sus truenos.
Yo que alguna vez amé y entre libaciones existía
heme aquí, muy por debajo de las flores.
Cubierto de élitros sollozantes:
Lleno de vacuidades y de contrasentidos.
Soy sólo un vestigio de lo que antes fue osadía:
Un desprestigio de lo que fuera cierto.
Mis manos ya no palpan otras manos
y me voy acostumbrando lentamente a morir.
He perdido la risa y la elocuencia
enfrente de mi yo subestimado
ignorado por una mujer rebelde y bella
que jamás quiso darme ni un abrazo.
Mucho menos el beso que una vez me jurara
con su boca de pérfida gladiola.