“Cuando acostumbraba escribir mis sueños…”
Publicado en Apr 13, 2021
Antes, al despertar, apresuradamente escribía todo lo que pudiese recordar del sueño recién terminado. A veces, con suerte, lograba no solo escribir el último, sino varios. Los recuerdos llovían y ahí donde hubiese un vacío, mi mente rellenaba con la memoria de una aventura o de una canción; todo era parte de un sueño para mi mente que añoraba las horas de inconsciencia. Con un poco de timidez al comienzo, también relataba mis sueños a quien prestara sus a veces no tan atentos oídos, con el afán de hacerles partícipes de mi subconsciente. Inocentemente, creía que para ellos mis aventuras en las dunas de mis sueños serían tan fascinantes como para mí. Pero nadie se fascina tanto con uno mismo, como uno mismo…
Duramente vi, con el tiempo, aquella realidad tan difícil de aceptar. Cuando, de a poco, ya no habían más personas en mis sueños y éstos mismos perdieron el brillo que me inspiraba a relatarlos como si tuvieran un peso bíblico. Cuando comencé a verme como a otro, cuando ya no se trató de mí, cuando el peso del recuerdo en la mañana me impedía correr a tomar nota, se fue desgastando el gusto por el sueño… mas no por el dormir. Mientras más soñaba, más deseaba despertar. Mientras más despierto, más deseaba dormir… Lentamente logré hacer estériles a mis sueños. Inofensivos, casi. Casi imposibles de recordar… casi. Sin embargo un día, o una noche, aquel hilo que conectaba mi consciencia con mi alma se cortó, y ya nunca más volví a soñar. Escribí muchos cuentos intentando inventarme sueños. Inventarme ímpetus, esperanzas; inventando algo que decirme. Pero fue en vano. Mis sueños desaparecieron junto a la temeridad curiosa por la vida. El tiempo se volvió sistema, las emociones tabú, el pensar tortura, y los sueños, en mito. Algo que nadie, en su sano juicio, tomaría por verdadero. Dejé de inventar y escribir plagios de sueños, y ya tampoco me fue posible la experiencia de ellos en la vigila. Imaginar vidas, que antes fue buen sucedáneo, perdió su brillo en el papel y en mis ojos que, desprovistos de relato, tan solo descansaban físicamente, de vez en cuando. Y apagados mis sueños, amargadas mis historias, anticuadas mis formas, me deshice de mi. Me dejé ir un día a donde sería realmente feliz, donde alguna vez fui un fascinado cuenta cuentos, expectante explorador, ávido de relatar con detalles los recién descubiertos secretos de todo aquello que la realidad no abarca; que yo mismo ya no soportaba. De mis sueños sólo quedaron las notas que alguna vez hice, las que me recordaban el peso del espíritu, la desolación del ser. Habiendo decidido que mi propio ser fuese fuera de mi, mis notas ardieron, y mis sueños… desaparecieron.
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