El gato en la tortera.
Publicado en May 10, 2021
El gato en la tortería.
En mis días libres frecuentaba una tortería para desayunar, una amable señora atendía el sitio junto a su pequeña hija. Los viernes siempre ordenaba un champurrado espumoso, tan delicioso que impulsaba a distraerme de mis tristes problemas. Cada martes era un día especial, la mujer vendía una torta proveniente de su receta única, he de admitir que los sabores eran insuperables. Sin notar el paso del tiempo me volví una cliente frecuente, saludaba a los demás visitantes cotidianos; una mañana tranquila llegó un gato, lo acaricie desconociendo que desde ese punto mi vida mejoraría. El papeleo del divorcio había sido completado, al fin tenía la libertad que tanto anhelaba las noches de gritos y golpes. Tomándome la molestia de decirle a mi jefa que faltaría, me encaminé triunfante a mi mesa favorita, saludé al gato acostado en la entrada y proseguí mi camino. Pedí lo mejor del lugar consintiendome, sujete mi cartera para pagar hasta que vi a un niño molestando al felino. Irritada por los gritos del maleducado infante me dirigí a enseñarle que eso no era correcto, recibí una mirada molesta de parte de su madre pero decidí ignorarla. Por primera vez me percaté que el lindo animal tenía un ojo verde mientras que el otro era amarillo, cautivada le tomé una foto para enviársela a mis amigas. Estresada al buscar la llave correcta entre todo el manojo; escuché un ronroneo debajo mío, asustada ojee cansada así encontrándome con el gato de la tortería. —Buenas, ¿tienes hambre pequeñín?.—pregunté divertida al observar su cola erguida. Me escoltó hasta el autoservicio meneando su frágil cadera, se sentó a esperar los minutos que tardé en comprar su sobre y un plato desechable. Tomando un café lo vi comer con tranquilidad, de pronto los recuerdos de mi infeliz matrimonio retornaron, no pude evitar lagrimear en la banqueta. Al término voltee para descubrirlo dormido. Lo desperté dando un toquecito en su frente, me acompañó inclusive al patio de mi casa y al ver que tardaría en irse le regalé una franela que había guardado para el bebe que nunca se presentó. La señora rió cuando supo que el gato del local ahora ya tenía una dueña, aun así siguió dejándole su cartón para que vigilara la entrada los días que yo no estaba. Poco a poco se volvió mi familia, mi dulce mascota dándome compañía las épocas de duelo y de consuelo, cada mañana al despertar él se recostaba en mi regazo. La tortería y Mishu se convirtieron en una alegría rutinaria. -Briana Farrera.
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