La dama en el jardín de la dulce eternidad.

—¿Por qué los gatos desaparecen al cruzar la puerta del reloj? —preguntó curiosa la niña, acariciando su mechón naranja sobresaliente de su coleta.
—Les gusta ir de un lado a otro, ¿ves a los perros? —cuestionó sonriente la dama—, ellos se sientan a esperar, muchas veces con la esperanza de volver a ver a su amigo.
—¿Entonces los gatos no son queridos?
—¡Claro que sí! —aclaró riendo con suavidad—, les gusta pasear mientras buscan a su alma gemela. Los perros aman y admiran, los gatos adoran y desean. 
Avanzaron un poco más ante el gran reloj de arena, los felinos subían por el exterior de las paredes de vidrio y se extendían al futuro. La pequeña con pecas corrió a ver a los cachorros sentados y acostados, a diferencia de los otros animales estos se mantenían en paz. 
—Linda señorita, ¿le gustaría ir a un lugar más bello que un atardecer?
Curiosa, se acercó y apretó el delantal de la mujer, asintió frenética. Llegaron a una cascada, las rocas que le rodeaban estaban cubiertas por extensas enredaderas, sorprendida al no escuchar un gran ruido sino una melodía proveniente del agua chocando entre sí, siguió a la dama. Cuidadosamente, la elegante mujer, sujetó el crisantemo reposante en su cabello castaño, arrancó un pétalo y deseando tener la sutileza necesaria la sumergió en la fuente.
—¡Son demasiadas! —gritó la niña sorprendida.
Un manto de flores se extendía hasta el anochecer y finalizaba al amanecer. Había cielos de muchos colores, las nubes se mezclaban entre sí creando colores fascinantes. Frente a ellas estaba un manantial.
—¡Señorita!, ¿puedo tocarlo? —preguntó extasiada por todos los tonos y aromas del lugar.
—Sería un honor que una princesa como usted pulse sus manos en las mónadas, pero la invito a tomar un pétalo de la flor que ame.
—¿Puedo amar un pimpollo?
—¿Por qué no se podría? Es un ser vivo en donde viven criaturas en busca de amor. Prosperan cerca del agua para oír su silbido al pasar junto a ellas, también el sol es necesario: aman ser acariciadas por los rayos que regala. 
Alucinando corrió a escoger, regresó sosteniendo un ser blanco en sus delicadas manos.
—¡Me enamoré! Es tan bella, la vi y supe que la amaba. 
—¿Me permite tocarla? —dijo, la niña estiró los brazos con dulzura y dejó reposar los pétalos azulados de toque marfil, agradables por su textura suave y densa—, muy bien, has escogido una criatura rebelde.
—¿Rebelde?
—A ella no le gusta que le amen, podría decirse que es un gatito. Prefiere mantener el deseo del sol para sentirse querida pero no necesita sus rayos. ¿Sabes cuál es su nombre? —al no oír respuesta, prosiguió—: es conocida como Flor de luna. Adelante, se complementan, ella te cederá un pétalo de su vida.
Temerosa de lastimarla, arrancó lentamente un fragmento y lo introdujo en el agua cristalina. Similar a un tornado en movimiento, se encaramó sobre las aguas una hiedra de pétalos blanquecinos de destellos celestes. Un frescor la invadió. Impactada observó cómo se extendía hasta el cielo y se convertía en una nube. 
—Lo que parece un algodón de azúcar, lo nombramos: vapor de esencia. Su alma está conectada a esa figura desuniforme en el cielo, bella niña. Por lo tanto, en todo el firmamento existen fragmentos de personas que decidieron dejar su legado.
—¿Flor de luna me olvidará? —cuestionó titubeante, ahora jugueteaba con dos mechones.
—Nunca señorita —Unas campanas sonaron desde un lugar lejano—. Me temo que es momento de regresar. ¿Le gustaría volver a visitarme? —recibió un sí al ver los ojos ansiosos de la pequeña—, esperaré con anhelo. Recuerde: debe volver a disfrutar su vida y cuando el campaneo resuene, nos reuniremos en busca del flamante ciclo.
—¡Prometo volver! —afirmó la niña de coletas.
Corrió hacia la fuente y desapareció en lo que sería su nueva plenitud. 

-Briana Farrera.