UN CUENTO DE INVIERNO
Publicado en Oct 19, 2021
UN CUENTO DE INVIERNO
Leony Érase una vez una niña llamada Susana, rubia, de ojos azules, y bella como la flor de Loto, a la que su nombre hacía referencia. Vivía a las afueras de un pueblo del sur de España, con su madre, una importante pintora realista, a quien adoraba, porque muy bien la cuidaba. Se habían mudado hacía poco tiempo, quizás evitando alguna guerra, y no precisamente Santa, pero estaba feliz porque era una niña buena, que a todo se adaptaba. La casa era sacada de un Cuento de Hadas, con tejado triangular, con ladrillos vistos, y con una puerta de madera roja en la entrada. Al salir había un sendero, que se dirigía al colegio, donde encontraría nuevos amigos, y estaría contenta, como siempre lo había sido. Lo único que no le gustaba era el nombre de la casa, se llamaba “ La Bruja”, y le decía a su madre que lo cambiase, que no quería que se confundieran en el colegio, porque los niños son muy crueles, si se les da motivos. Su madre sonreía, le quitaba importancia diciendo que nadie se había dado cuenta, aunque a la mañana siguiente ella misma descolgaría el nombre, y en la cena pensarían como llamarla. Su antiguo cuarto tenía cortinas blancas rodeando la cama, una colcha tejida por la abuela, juguetes y muñecas en una estantería baja, lo que echaba de menos, cada vez que le entraba la nostalgia, por eso su madre le había prometido que todo volvería a ser como siempre, otra vez decorarían su dormitorio, e incluso por Navidad pedirían a los Reyes que le trajeran un gatito, para que no se sintiese sola. Todo era muy bonito, aunque no entendía el motivo por el que habían dejado su antiguo hogar, donde tenían su vida, ¿por qué salieron corriendo?. Según su madre fue por “ la perfecta inspiración”. Susana no comprendía nada, pero cuando la peinaba con una trenza para que tuviera la cara despejada, le aseguraba que pronto se sentiría como en casa, y sabría la razón de la rápida mudanza. Después de la ducha, de lavarse los dientes, de hacer todo lo adecuado para ir bien a la cama, su madre cantó la misma canción de siempre, y a pesar de que no entonaba muy bien, le gustaba, se sentía querida al escucharla, aunque el lenguaje no lo dominara, pero era su nana, la que de bebé la acunaba, y le hacía tener unos bonitos sueños, porque aún no había conocido el miedo, ni siquiera el nocturno, el que muchos niños temen en silencio. Esa noche, a pesar de que nevó mucho, pudo ver la luna con sus estrellas, y cuando reconoció al búho, pidió un deseo junto a la estela que se dibujó en el cielo. Fue uno sencillo: tener muchos amigos en la nueva escuela, porque siempre cabía la posibilidad de que se sintiera como la rara, la nueva, y eso no le gustaba. Se lo había contado a su madre, pero ella siempre la animaba, y le decía que no se preocupase, que iba a entrar en un mundo donde la maldad no era bien recibida, donde todas las personas creían en el amor al prójimo, sin dañar ni siquiera por envidia. Cerró los párpados de cansancio, contando los astros, para saber si había los mismos que en el otro lugar, donde fue tan feliz con su blanca conejita Bibi, su peluche de la suerte, con quien dormía tocándole las orejitas, y pidiéndole que no le fallara, para conseguir cosas, como ir al cine los fines de semana. Así que cogió el sueño tranquila, mientras estuviera cerca su madre y su conejita, se sentiría segura, pensaría que la buena ventura la acompañaría, pues tendría el amor que se debe tener desde niña, el que no quieres ni pensar que desaparecería, porque estarías perdida. Se despertó y continuaba nevando, pero el camino estaba intacto, no se había borrado. Desayunó sus cereales, luego eligieron la ropa que se pondría. Ella quiso ponerse el vestido que tenía reservado para los Domingos, y su madre le dejó que tuviera ese capricho, aunque no se lo pondría con medias, hacía frío, sería con leotardos, que eran más calentitos. Tenía florecitas blancas sobre un fondo azul como sus ojos, con vuelo, con un pecho de nido, con mangas abullonadas, y nada más ponérselo, dio vueltas, jugando a ser una bailarina. Su madre la paró, y le dijo que iría con ella por el sendero, para que aprendiera el camino a la escuela, los restantes días tendría que ir solita, porque todos los niños lo hacían así en ese nuevo pueblo, pues un Hada los protegía. Ella confió en su madre, aunque en el fondo estaba un poco asustada con el nuevo plan, siempre la había acompañado a todo, no sabía si esa libertad le iba a gustar, pero es lo que tiene cumplir años, vas pasando por nuevos retos, el siguiente sería arreglarse sola, y ese le gustaba más porque elegiría su ropa. Poco a poco se convertiría en una adolescente, que tendría hasta un nuevo olor, ese que acompaña en todas las etapas de la vida. Se puso su abrigo rojo con capucha, y marcharon. No pasó nada, era un paseo bonito, rodeado de árboles, ardillas y algún otro animal que no conocía. Llegó a una casa parecida a la suya, sin huella de la tormenta. Se sorprendió, porque se suponía que la nieve no tenía exclusiones desde el cielo, más bien caía sin saber cuál sería el destino de sus copos. No pensó mucho, menos cuando su madre la cogió de los hombros, le dio un beso en la frente, y le dijo que se portase bien, pues era muy importante tener un buen comienzo, facilita mucho las cosas, cuando eres la forastera en un pueblo. Se puso nerviosa al no saber que le esperaba en la nueva escuela, llena de niños desconocidos, quienes podrían provocar su llanto, si no se convertía en una más, en una del círculo. Su madre la colocó frente a la puerta, la misma que la de su casa, y le dio una palmada en el trasero, para que cogiera fuerzas al cruzar el umbral de la nueva guarida. Entró directamente a la clase, le resultó extraño porque la casa daba la impresión de ser bastante más grande. Consistía solo en un pequeño salón donde había una pizarra, unos pupitres, y niños sentados de dos en dos, quienes no paraban de mirarla, y todos gritaron a la vez “ Bienvenida Susana”. A ella le agradó ese recibimiento, y se sentó en primera fila, porque querían que pensasen que era una jovencita aplicada, no de esas que se sientan en la última, para poder hacer travesuras. No tenía compañero, pero la chica de atrás le dijo que ese era el pupitre de Quino, que ya se sentaría cuando dejase de jugar, si es que algún día lo hacía. Entonces apareció el profesor, quien se presentó como Don Joaquín, y directamente empezó a escribir sumas y restas en la pizarra, la tarea de la mañana. Tenía la altura de un niño, aunque demasiado perfecto en su vestimenta y peinado, era como un chico jugando a ser un hombre sabio. Lo más singular era que también tenía la inteligencia de un adulto. Sus andares y su vocabulario, no parecían los propios de la edad de su cuerpo, así que pensó que quizás se tratase de alguna enfermedad, que ella desconocía. No sabía de muchas, pero sí que existían, y que hacía más dura la vida de quienes la padecían. Después de dicha reflexión, sacó su cuaderno, y se dispuso a copiar las cuentas. Durante un segundo se despistó, y empezó a inspeccionar la escuela. Parecía una normal, como la anterior, con la salvedad de que había un cuadro sin pintura de alguna escena, vacío, y no entendía muy bien su significado, aunque tuviera un bonito marco. Don Joaquín le pidió que no se distrajera. Al cabo de un rato corrigieron los resultados, leyeron la cartilla en voz alta, cada uno una parte, luego hicieron una breve redacción sobre las Navidades, solo faltaban pocas semanas para que llegasen. Cuando terminó la clase, Don Joaquín le preguntó a Susana si conocía la historia de su nombre en la Biblia. Ella contestó que no, e hizo la misma pregunta a los demás, quienes respondieron igual. Entonces puso como deberes que leyesen la Historia de Susana, y que en pocas palabras escribieran la conclusión que sacaban, porque todas las Escrituras Sagradas llevaban siempre un mensaje, para quienes supieran analizarlas. A la salida no estaba su madre esperándola, y entendió que ahí empezaba a ser un poquito mayor, con la vuelta sola. La acompañaron algunos alumnos, hablaron de Don Joaquín, contando que antes era Quino, pero desde que se marchó el anterior profesor, adquirió su papel, ya que siempre fue muy inteligente y maduro. Llegaron muy pronto a la casa, porque hicieron carreras para ver quién era el más rápido, entonces Susana tapó el nombre, su madre no lo había quitado. Los nuevos amigos se dieron cuenta, y sonrieron gritando a la vez que existían las Brujas Buenas. Ella se ruborizó, y marchó dentro. Lo primero que hizo fue regañar a su madre, por no haberlo desenganchado. Contestó que no había podido, que llamaría a alguien para que lo hiciese, pero antes encargaría el nuevo nombre. La tranquilizó con un maternal beso, y entonces Susi, como ella la llamaba, le comentó lo que había ocurrido esa mañana, lo bien que habían ido las cosas, aunque no entendía muy bien lo de Don Joaquín y el Cuadro. Su madre le puso la comida, su pasta favorita, y le dijo que no le diera importancia, que a veces las cosas son más sencillas de lo que parecen, y más cuando solo hay niños. Sacó la Biblia, la colocó encima de la mesa, aclarando que luego leerían la historia de su nombre. Susi se asombró, no le había mencionado nada relacionado con eso, pero quiso pensar que había sido una coincidencia, que no se había convertido en la Bruja que decía la puerta, a quien había empezado a respetar, sin temer a su magia ni a su posible apariencia A la mañana siguiente seguía nevando con más fuerza, y a pesar de eso, quería ir sola a su escuela, la que le gustaba, no le daba miedo el largo sendero. Su madre le avisó que pronto se encontrarían. Susana estaba segura de que algún secreto guardaba, pero se fue sin preguntarle nada. Cuando llegó, todos estaban dentro esperándola, y eso la hacía sentir importante, sonrió orgullosa cuando se quitó la mochila, y la puso en el sitio vacío de Quino. Don Joaquín preguntó si habían hecho los deberes. Contestaron que sí, y recogió las redacciones. Entonces dijo que si Susana había dado con la solución adecuada, conocería el secreto de la escuela, el del cuadro. Se puso nerviosa, porque todos la miraban con agrado, pero de forma extraña. Siguieron con las sumas y rectas, mientras Don Joaquín leía las exposiciones, puso algún problema, y luego dejó que tomaran el almuerzo. Susana estaba intranquila, algo presentía, y no sabía si sería bueno. Al cabo de un momento, Don Joaquín pidió que recogieran las migas. Sus nervios crecieron, mientras observaba el cuadro, donde no había nada, ni una sombra de ese misterio que le intrigaba. - Bueno Susana, cuéntanos la conclusión de la Historia de tu nombre en la Biblia - Creo que se refiere a que si uno continúa con una actitud correcta en la vida, aunque haya adversidades por los enemigos que puedan surgir, vencerá a los malos, porque ellos, con su mal comportamiento, caerán en el pozo que construyen para su adversario. - ¿ Y crees que eso siempre pasa en la vida? - Soy joven para saberlo, pero mi madre dice que la vida está llena de injusticias. - Entonces, ¿ no harás caso a lo que dice la Biblia? - Haré caso a mi conciencia, pero sé que algunas personas carecen de ella. Lo que ocurra, será según la suerte que algunos tengan. Mi madre también dice que la Fe ayuda a sentirse fuerte, y más si estás sola ante los problemas - Muy bien Susana, es una conclusión inteligente para la edad que tienes, supongo que será porque tendrás una madre con suficiente experiencia en la vida, y te aconsejará bien. - Sí, son sus palabras Todos aplaudieron, y a ella le entró la timidez del ganador. Entonces Don Joaquín se levantó, y pidió que hicieran lo mismo para acompañarla, porque iba a conocer su premio. Se colocaron frente al cuadro, Susana cada vez más excitada, Don Joaquín le cogió la mano, parecía su novio, más que el maestro, y le insistió que se relajara, no tenía que preocuparse por nada. Los restantes alumnos la rodearon, cantando la nana de su madre, mientras ella permanecía confusa y asustada, no le parecía normal lo que estaba viviendo. Don Joaquín le aproximó la mano al vacío interior del cuadro, y de repente, después de un relámpago, apareció su madre, con un gatito persa, junto a más animales, con Quino, con sus nuevos amigos, llena de flores, porque el invierno desapareció, surgiendo La Primavera con todo su esplendor. Susana seguía sin comprender nada, y su madre, que más que una Bruja, parecía un Hada, con una dulce voz le dijo que ese era el Cuadro que había pintado para ella, donde podrían vivir sin miedos, ni tristezas, rodeados de amigos y de la naturaleza, donde sentiría esa Paz y ese Amor tan necesarios, cuando eres joven en la vida, pues había creado el lugar perfecto para que se criara su hija. El Sol había aparecido, dando paso a la luz, en vez de a esas noches oscuras y frías, porque creó la más bonita y real de sus obras, donde la Felicidad sería la protagonista, y Susana la acompañaría toda su vida.
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