El Cocoliso y su Postre.
Publicado en Nov 03, 2021
Eramos veinteañeros, trabajábamos por primera vez en una empresa metalmecánica en el área de ingeniería, recién egresados, el Fito y yo. Equipo multifacético; había personas de más edad, de más antigüedad en la empresa, casados, profesionales, en fin… todo lo típico que podría uno encontrar en la fauna industrial de aquellos años.
El Cocoliso era un recomendado de alguien, que trabajaba en esa oficina de ingeniería y que si tenía algún mérito, era ése precisamente, ser recomendado de alguien; porque méritos de tipo intelectual no tenía a pesar de que sí era buena persona. El Cocoliso no había sido de aquellos niños que cuando su mamá se lo mostraba a su tía, ésta exclamaba: ¡Pero qué niñito más inteligente! ¡No! el Cocoliso había sido de aquellos niños que cuando su mamá se lo mostraba a su tía, ésta exclamaba: ¡Por Dios, qué manera de crecer de este niñito! Era mente de pocas luces el Cocoliso, y nosotros no perdonábamos a las mentes de pocas luces, no lo queríamos... poco inclusivos éramos. Todos los santos días después de almuerzo, el personaje llegaba a la oficina con su postre en la mano para comérselo durante la tarde. Lo dejaba encima de su escritorio y partía al baño a lavarse los dientes; se entiende que todo esto lo hacía fuera de las horas de colación, total, los jefes estaban todos almorzando a esa hora. Era un rito, hasta que con el Fito se nos ocurrió romper con el rito, había que entretenerse en algo. Un día en que el Cocoliso se fue al baño a lavarse sus dientes, el Fito me propuso comernos la fruta que esperaba dócil encima del escritorio. ¡Dicho y hecho! Nos comimos la manzana a mordiscos entre los dos a vista y paciencia de todo el resto de los compañeros de oficina, dejamos la coronta encima del escritorio y apretamos cachete a la fábrica,,, a terreno… a trabajar. No supimos nada más. Al otro día de nuevo llegó el muchacho con su fruta y de nuevo la dejó encima mientras se iba a lavar sus dientes y de nuevo se la comimos dejándole los restos en reemplazo y de nuevo a apretar cachete a terreno. No me pregunten cuántos días estuvimos comiéndonos la fruta del jetón de encima del escritorio, dejándole los restos (cuescos de durazno, cáscaras de plátano, lo que fuera) en el lugar de la occisa fruta. Quedábamos con la trompa toda embadurnada; a esas alturas el objetivo no era comer fruta, era molestar… y el resto de la oficina se mataba de la risa. ¿Y el Coco no reaccionaba? preguntarán ustedes; sí, reaccionó y a partir de cierto día tomó la decisión de dejar la fruta dentro del cajón del escritorio… ¡Sin ponerle llave!… ¡Flor de gil!... ¡La mesma no más! dijo el huaso; repetíamos la rutina sacando la fruta desde adentro del escritorio y dejando los restos ahí mismo. A estas alturas, ya todos en la oficina y alrededores se mataban de la risa porque se había corrido la bola. No me pregunten cuántos días estuvimos comiéndonos la fruta de adentro del escritorio, dejándole los restos (los mencionados cuescos de durazno o cáscaras de plátano, lo que fuera) en el lugar de la occisa fruta. ¿Y el Coco no reaccionaba? preguntarán ustedes; sí, reaccionó y a partir de cierto día tomó la decisión de dejar la fruta dentro del cajón del escritorio…¡Con llave!… Hasta ahí no más llegaron, dirán ustedes… ¡No señor!... con un atornillador grande forzábamos la cerradura… ¡Oh maravilla de aquellos escritorios de metal que permitían ser violados flectándoles la cubierta sin dejar huellas!... y seguimos con la misma la rutina día tras día. No estoy muy seguro de porqué dejamos de molestarlo… ¿Sería que comenzaron a servirle mermelada de postre y se la comía en el casino?... ¿Sería porque el Coco nos paró el carro amenazándonos con acudir a las jefaturas (las cuales estaban todas enteradas de la locura que cometíamos)?... ¿Sería porque una vez el jefe nos llamó la atención?... ¿Sería porque me confesé y el cura me dijo que era pecado y que no lo hiciera más? El hecho es que un día dejamos de molestarlo y, si te he visto, no me acuerdo. Y colorín colorado, este cuento se ha terminado… y si miento, que me resbale en una de las cáscaras de plátano que le dejábamos al Cocoliso… o si no, pregúntenle al Fito, él podrá dar fe de que lo que cuento es verdad.
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|