Ushuaia, el fin del mundo.
Publicado en Dec 15, 2021
El grupo corre entre los árboles de un tupido bosque. Llevan al menos quince minutos corriendo sobre la nieve luego de escapar a duras penas de aquel supermercado a las afueras de la ciudad. Jesús, el único oriundo de Ushuaia, les había indicado a los demás que dentro del laberíntico bosque se escondía una cabaña. ¡Eva nos va a recibir! Supo animar a los viajeros que recién llegaban al fin del mundo. Claro, si Eva seguía con vida. En cada paso que avanzan, sus pies se hunden en la gruesa capa de nieve, y por consecuencia convierte a la huida tediosa y desesperante, porque, les comento, nuestros chicos están siendo perseguidos por al menos dos decenas zombis. Ustedes saben -al igual que los sobrevivientes que tenemos aquí- que los muertos no se cansan, son capaces de correr y correr durante días sin tener que detenerse a recuperar el aire o estirar los músculos. En cambio, los vivos sí. Corremos con esa desventaja. He escuchado, gracias a tener el don de ser un Dios que todo lo ve y todo lo sabe, que más de un sobreviviente en este mundo apocalíptico ha comparado a los muertos con maquinas robóticas, destinadas para matar y sin necesidad de combustible, así como un arma militar del futuro. Pero ese testimonio pertenece a otro trozo de papel, ahora sigamos con este puñado de vivos que escapan del terror a sus espaldas. Recemos por ellos, y esperemos que encuentren la bendita cabaña cuanto antes. Franco, el joven que supo ser bombero en el pasado, se posiciona primero en esta persecución. Piensa lo fácil que sería perder a la horda si en vez de correr sobre nieve, sea sobre los campos del norte del país, donde el suelo es firme como la piedra y no hay árboles a los que esquivar. Lo que le recuerda su viaje a Tucumán junto a sus compañeros de secundaria hace ya unos diez años. Él tenía apenas catorce años y la escuela había organizado una excursión a la Casa de la Independencia, un icono de la historia argentina. Las imágenes se le cruzan por la cabeza como un televisor en modo zapping, y la nostalgia reaparece. Se le cruza por la mente su primera novia, Ángeles, una hermosa niña con dos coletas que le colgaban sobre sus hombros, y una multitud de pecas sobre sus mejillas, lo que -según Franco- la convertían en la muchacha más hermosa del mundo. A él le gustaba tanto, que en horas de clases solía escribir el nombre Ángeles en la palma de su mano y luego quedaba como un niño hipnotizado repitiendo el nombre en sus pensamientos. Ya sabes, la magia enceguecedora del primer amor. Ya te vas dando una idea de la cantidad de información que puedo obtener de cada personaje de este universo. Impresiona ¿Verdad? Los límites para un narrador como yo no existen, podría penetrar en la mente de cualquier ser vivo y revelar los secretos más oscuros, o incluso hasta contarte qué ocurrió con la hermosa de Ángeles, pero ese destino prefiero guardármelo para mí. Me gusta que la incertidumbre haga su trabajo y fastidie como una espina en el cerebro que es imposible de quitar, tanto para ti como para Franco, quien sigue escapando de la muerte mientras lucha con la nieve. Es más, si prestamos atención, vemos que algo está ocurriendo allí abajo en el bosque. Ven conmigo y te cuento. Una raíz emergida del suelo -y cubierta por nieve cual trampilla mortal- hace trastabillar al bombero y lo saca de sus recuerdos nostálgicos. El televisor de su cabeza que estaba en modo zapping se apaga y vuelve a la desesperada realidad. Su instinto protector lo obliga a apretar con fuerzas la mano de su pequeño hermano Kevin, quien le escupe unos insultos a regañadientes. Ah, claro, me olvidé de contarles del mocoso. Tanto amor nostálgico en la cabeza del bombero me desvió de la tensa persecución que se está viviendo aquí. La cuestión es que Franco tiene un hermano menor, en realidad es medio hermano, hijo del padre con su segunda mujer. Pero no nos explayemos tanto en su historia, no por ahora, después te seguiré contando sobre el niño. Concentrémonos en los dos hermanos y la persecución que se está viviendo ahí abajo. Te dije que Franco había trastabillado con una rama y en una milésima de segundo (lo que tarda en reaccionar el instinto animal, o humano), aprieta con fuerzas la mano con la que sostiene a Kevin. Y al niñato le duele, sí que le duele, lo podemos observar en su reacción al abrir los ojos de par en par al igual que su boca, como un niño viendo un fantasma. Sobre las mejillas de Kevin se abren paso dos surcos provocados por las lágrimas que limpian la suciedad del rostro. Claramente, el llanto no es provocado por la bruta reacción del hermano, sino que fue minutos antes cuando escapaban del supermercado. El niño es un malcriado, todo el grupo lo tiene claro, pero no es estúpido. Nadie lo es cuando la muerte acecha. Y los muertos le aterran, todavía sigue sin acostumbrarse a su temible y acosadora presencia. Cuando sabe que hay uno cerca, su estómago se revuelve como si una mano se metiera en sus tripas y agitara todo en el interior, seguido del lloriqueo. Aunque ahora aprendió a no hacer ruido con su llanto, limitándose a únicamente derramar lágrimas para canalizar el miedo, sin que la muerte pueda oírlo. Quince minutos atrás, cuando los monstruos habían encontrado la forma de ingresar al supermercado a por la suculenta carne viva, Kevin supo que era hora de correr, como si no hubiera un mañana, tal y como lo habían hecho en el pasado incontables veces. Y en este preciso momento, también es consciente de que si frena morirá de una manera espantosa y desgarradora, por eso cuando su hermano se tropieza con la maldita rama, Kevin lo empuja con su mano libre para que ambos no se desplomen en la nieve y así continúen escapando. No sin antes escupirle unos insultos a Franco por el apretón que retorció su mano. Te dije, Kevin es un verdadero mocoso. Detrás de ellos vemos a un hombre de gafas, Moriset. Un veterinario que ahora cumple el rol de médico en el grupo. Su camisa a cuadros está totalmente empapada de sangre, como si le hubiesen arrojado un balde de la sustancia viscosa. Lo que ocurrió fue que, escapando del supermercado, una mujer de más de cien kilos, y con la mandíbula destrozada, se le arrojó encima, y el delgado hombre cayó como si hubiese sido golpeado con la fuerza de un tornado. Con la desesperación del momento, sólo pudo dar una firme estocada en la panza de la señora, abriéndole el saco de carne que mantenía las tripas en su lugar. El amasijo de órganos y tripas, acompañados de mucha sangre -y recalco, mucha- fue esparcido sobre el torso de Moriset, seguido por el vómito del hombre. Por suerte, Jesús estaba cerca y supo ponerle fin a la señora que Moriset le había practicado una liposucción. ¡Oh, alabado seas Jesús! Moriset, quien corre como si no hubiera un mañana al igual que Franco y Kevin, tiene una doble personalidad ¿Recuerdas que te conté que tengo el don de revelar los secretos más oscuros de cualquier persona? Bueno, este poder te va a interesar aún más cuando sepas que Moriset, detrás de esas inocentes gafas de erudito, esconde unos colmillos filosos hambrientos de sangre. No, no es un vampiro, pero sí un asesino serial, de hecho, uno muy buscado justo antes del estallido zombi en Argentina. De sólo saber su pasado se me eriza la piel, y eso que he visto muchos locos sueltos en el Nuevo Mundo. Luego revelaré más detalles del lado oscuro de Moriset, sus crímenes pasados y la historia de la moneda. Ahora volvamos a la persecución. Unos metros detrás del asesino serial vemos a una señora. Y te llama la atención, lo sé. ¿Qué demonios hace una señora, que podría ser nuestra abuela, corriendo a la par de un grupo de sobrevivientes? Bueno, te presento a la majestuosa Moria. Te sorprenderías si te digo que es la que en mejor estado físico se encuentra del grupo. Viendo la agilidad con la que esquiva los árboles y cómo controla su respiración nos damos cuenta de que es toda una señora Rambo. Le falta la tira de tela roja en la frente y tendríamos un spin off de las películas de Stallone. Rambo: la venganza de la abuela. O algo así, no soy bueno con los títulos, pero estoy seguro que las imágenes venderían muy bien para enganchar al público. La verdad es que Moria tiene apenas sesenta años, y digo apenas porque las arrugas de su rostro nos llevan a pensar que tranquilamente se acerca a los ochenta, pero no. La genética le jugó una mala pasada, nada más. Y, por último, detrás de Moria, cierran el grupo Jesús y Vanessa. A Jesús ya lo he nombrado en otra ocasión. Es un hombre de no más de cuarenta años, alto, delgado, y con barba y pelo largo. Si, igual que Jesús, el verdadero Jesús, el de la biblia. De hecho, años atrás sus amigos se reían con él diciendo que era la verdadera reencarnación del hijo de Dios, y él actuaba interpretando las escenas de la biblia con el fin de incrementar las risas de los demás. La agilidad mental para hacer chistes era su don, y en sus escenas bíblicas era el condimento que hacía rebalsar el vaso de las carcajadas. ¿Qué más quieres que te cuente de su vida? Era la típica persona querida por todos y odiada sólo por los envidiosos. Alegre, deportista, sociable, profesor de yoga y dueño de una cabaña escondida en el bosque. ¡Oh, alabado seas Jesús! Volvamos a rezar otra vez, pero ahora sólo por él. Porque Vanessa, que corre a sólo un metro detrás del hombre más carismático del mundo, acaba de descubrir que la remera de Jesús está rasgada a mitad de la espalda, y deja al descubierto la marca de un mordisco. Si, nuestro queridísimo Jesús ya tiene las horas contadas. La verdad es que él ya lo sabe. Si volvemos a retroceder quince minutos en el tiempo y nos ubicamos en el estacionamiento del supermercado donde el grupo se defendió de los muertos que merodeaban entre los autos, podemos ver a Moriset tirado de espaldas al suelo, luchando con la señora de cien kilos sobre él. Y a su lado, a Jesús batallando con tres zombis, que, siendo honesto entre nosotros, tiene la agilidad de sobra para derribar a los tres caníbales utilizando sólo un palo de escoba, y así fue. ¡Oh, alabado seas Jesús! Pero de lo que no se percató el hombre, es que uno de los muertos a los que derribó hacía unos segundos, se volvió a levantar y lo atacó por la espalda. Un traidor, pensará alguno de ustedes. Pero son zombis y no entienden de traición, sólo diferencian la carne viva de la muerta; la nuestra de la suya. El hambre insaciable es el único motor que los mueve. Vanessa se da cuenta de que Jesús baja la velocidad y ella se pone a la par de él con sólo unos pasos. -Te han…- le exclama ella, sin querer terminar la frase y con un tono que quiere decir: “dime que es mentira, dime que te ha mordido Kevin por alguna estúpida razón y que tendremos Jesús para rato”. Pero la mirada de lamento del hombre hacia ella confirma su propia sentencia. Tanto Vanessa, como el resto del grupo, conocieron a Jesús hacía sólo tres días, cuando todos habían quedado encerrados en el supermercado al costado de la ruta. Pero ya te lo dije, Jesús es un tipo muy carismático, y sólo hizo falta una noche para que todos le tomen cariño. -Sigan corriendo. Continúen dos kilómetros en línea recta y llegarán al santuario. – Vanessa lo mira desconcertada, y sin perder el ritmo en las piernas. La palabra santuario le hace ruido en su cabeza, pero rápido deduce que habla de la cabaña. Él solo se limita a esbozarle una humilde sonrisa que se traduce a un “todo va a estar bien”, con la típica honestidad que siempre lo caracterizó. -Dile a Eva que la amo… que la buscaré en el gozo eterno... – Jesús frena el trote y apoya sus manos en las rodillas, cansado de huir y dolorido por la herida en la espalda. Se gira para observar cómo las bestias ya están a metros de él, y pareciera que la mirada desafiante del hombre las enfurece aún más. Levanta los brazos a la altura de sus hombros (si, como el verdadero Jesús cuando fue crucificado), y apoya su revólver en la sien, sin bajar el otro brazo. Lo último que hace es mirar al cielo, como quien busca el consuelo en una madre, y aprieta el gatillo. El sonido retumba en el bosque, y todos los pájaros que se encontraban a kilómetros a la redonda salen despavoridos por la copa de los árboles. El cuerpo de Jesús cae hacia la izquierda como un muñeco de trapo, pero no llega a tocar el suelo. El primer zombi, un hombre canoso y de lentes rotos, impacta con el cuerpo de quien supo ser profesor de yoga, y ambos caen en la nieve. Le sigue una niña, que se arroja encima de los dos, e inmediatamente comienza a desgarrar la carne del reciente cadáver. Al instante un tercer zombi, y otro zombi más, y otro más. La sangre se expande por la nieve tan rápido como el virus Nova lo hizo en la sociedad. Las tripas vuelan por los aires y las extremidades son arrancadas y devoradas, como si se tratara de un festín de hienas hambrientas.
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Lucy reyes
Felicitaciones León.
Cordial saludo.
Lucy