El artista Nadie.
Publicado en Jan 03, 2022
«El arte en lo cotidiano», pensó el joven de cabello cenizo. Sería un narrador mentiroso si proclamara que el muchacho no tuviera buenas ideas, debería dejar mi trabajo si minimizara sus creaciones. Hoy les contaré esta historia, depositaré mi franqueza en mi manifestación. Los pinceles se remojaban en el agua, un nado de colores. En el cuarto del pensativo niño se podían encontrar gran variedad de cuadros, provenientes desde el carril de su imaginación; una galería de arte sujeta de muchos clavos, demasiados. «¿Por qué debe ser esto realista?», se cuestionó por segunda vez Bruno, durante su reflexión tejía un nuevo personaje ayudado del estambre que su abuela le había obsequiado por su cumpleaños. ¿Quién sabe? A la mujer le debió parecer un excelente regalo. Su madre tocó la puerta cerrada con los dos pestillos, indicio de un solitario gruñón. Sus ojos rasgados se estrujaron, la ignoró. No deseaba salir en ese momento, por fin estaba viendo un lado desconocido. En su alcoba saturada por la fragancia de aceite de linaza, un cuadro era extrañamente particular a simple vista: un hombre de tez oscura poseía en la extensión de su piel desnuda doce ojos, detrás suyo había unos más, sin embargo, no tenía pupila pero tampoco fondo; si veías detenidamente encontrarías tarros de vidrio escondidos entre un fondo rojo escarlata. Sólo él lo sabía interpretar pero evitó contarlo, es quisquilloso. Bruno se levantó de un salto, prendió el encendedor y tomó su cigarrillo, sus dientes seguían blancos pese a ser un fumador tacaño. El orden de las cosas no venía junto a él, nunca asistió a una clase; se había guiado en un libro de arte, estaba en remate. Frente al espejo, enfocándose en sus ojos color miel exploró características inusuales, tenía la fé de encontrar algo. ¿Pestañas más largas que otras? ¿Un lunar en el ojo? ¿Pupilas dilatadas? ¿Un corte de la infancia? ¿Un lunar en el ojo? Él no lo había visto en sus diecinueve años, agradeció no darse cuenta antes, se habría librado de ese momento sino fuera ignorante. Agarró el pincel con la mejor punta fina que encontró, las hebras se situaron milímetros antes de tocar su ojo. Dando círculos mantuvo la figura del lunar, asimétrico y grisáceo. Bruno podía ver el escenario de la vida desde otra perspectiva. Su comprensión tenía un bosque diferente al de los demás, estaba deshojado. Sus trazos firmes y sutiles le brindaban el aire de un artista digno de ser descubierto, un poeta sería cautivado al ver su postura llena de expresión. Agarró el bastidor que había hecho meses antes, un hombre como él no se permitía improvisar, tampoco gastar. ¿Qué haría esta vez? Abrió sus frascos de pigmento combinados con el aceite, el color amarillo y blanco lo alentaron. Sus manos sin callos y cuidadas temblaban ante la emoción. El bello arte de crear sólo lo sentiría el humano capaz de amar, no necesariamente a un ser vivo, quizá uno muerto. Los rayos del sol lo convertían en un buen escenario para una fotografía, huía de la luz artificial y eso sólo provocó que usara lentes de una graduación alta, nada que los lentes de contacto no pudieran solucionar. Bruno, el pintor particular y avaro. Su mamá volvió a tocar, él exasperado tiró su paleta al suelo y abrió la puerta. Se encontró con la frente de su ella, bajó la vista para sujetar el pedido de hamburguesa para niños, dentro de este una figura coleccionable lo esperaba. —Gracias, mami —dijo retirándose. Sentado en su cama, observó su bastidor llano mientras daba varios mordiscos—. ¿Por qué es tan pequeño y grande a su vez? En ese espacio debería existir una idea, algo que lo llenara. No necesitaba pintar botánica o expresiones realistas, tampoco quería ser Miguel Angel o Vang Gogh, quería ser Bruno Leone. «Un dios que todo lo ve, un dios que no notó la deficiencia de mi lunar», pensó irónico. Atraído por su pensamiento, depositó la basura en el bote y se sentó. Ya no había un atrás. Esta pintura la amaría o la odiaría, su tiempo no valdría nada sin importar la opción elegida. —Debería dejar de inventar sin saber a dónde me dirijo —murmuró. Contemplando la degradación del amarillo. En un momento de distracción se desvió a los recuerdos de su papá, no me malentiendan, él hombre seguía vivo, casado con otra mujer que conoció en el supermercado y ahora está cenando con sus cuatro hijastros. Enojado aplicó presión en el lienzo, cada trazo dejó de ser delicado para volverse en uno digno del espanto de Tiziano. Un ojo se iba formando en la parte superior, la matización del color estaba reflejando lo que él deseaba: dolor e imperfección. Ya habían pasado dos horas, ningún boceto de lo que haría se presentaba. Bruno, cansado, se tiró al suelo y su cabeza golpeó fuertemente. Hecho un ovillo lloró por no entender qué es lo que pintaba, la frustración lo embargaba. Levantándose buscó entre las gavetas sus colores favoritos: café, rojo y negro. Con el pincel mediano de su cartuchera recorrió el telar en una onda suave, no se detuvo hasta llegar al final, no mantuvo la duda en su cabeza después de eso. Lo tenía, ya sabía su deber. De nuevo, soy un narrador complaciente, sólo alguien como yo toleraría el sin fin de emociones del niño; tristeza, odio, insatisfacción, horror, conformismo. Una mano perfilada no pasó desapercibida en su huída a la realidad, el café lo estaba ayudando a darle un lugar en el espacio recóndito en la obra. Repetía un nombre cantarino: Mano de dios. Se rascó la mejilla por un momento con el lado incorrecto del pincel, no se percató de su error. Con el rojo trazó una línea entre las dos figuras, en la llegada de la pupila mantuvo con fuerza el trazo en círculos. Su lunar imperfecto debía estar en aquel lugar. Nada más. El joven, sonrojado al sentir que estaba llegando al final y la luna avanzaba, se apresuró. Esta imaginación sólo pertenecía al jueves, ningún otro día. Utilizó más pinceles y colores hasta llegar a un final realista, uno cotidiano, lo que la gente desconocedora del arte esperaría. Pero nadie experto en el mundo artístico entendería, su estilo era único, no eran garabatos, formaban una unión simétrica y bella. —¿Cómo lo llamaré? —preguntó curioso mientras ponía su firma en el cuadro: Santiago Leone. No era su nombre, pertenecía al muñeco que había tejido como regalo de cumpleaños, llevaba el mismo nombre que su hermano pequeño—. Debería preguntarte a ti, Santi. Tu eres el autor al final, ¿cómo lo llamarás? Observó al muñequito de aspecto viejo, se aventó a su cama y lo abrazó. Todavía deseaba no haber sido tan tacaño el día que le regaló ese peluche, se arrepentía de no haberle comprado uno de buena calidad. El suyo se estaba deteriorando con cada estrella, el día que se desarmara perdería a su hermanito. —¿Qué opinas de «La burla de dios a su creación»? Siento que le queda bien pero a mamá le sentará mal un nombre como ese. Sólo responde, por favor. Elegir nombres no es bueno para mí. El silencio estuvo en su habitación seis minutos más, suspirando lo interrumpió. Tenía tantos cuadros a la vista pero había más al fondo de su armario, todos eran lo mismo pero con mayor técnica hasta alcanzar su estilo realista: la cara de Santiago. Cada uno tenía una frase de alguien que no supera el duelo: «Te extraño», «Juega conmigo de nuevo», «Miremos la película el viernes, se estrenará y sé que te gustará. Deja de ser sólo una pintura». Bruno comenzó a llorar, la luz del sol lo dejó en la oscuridad. No soy complaciente y honesto, pero me encontré con este muchacho agraciado y con un cabello ondulado, soy un narrador conmovido por el amor del arte a lo cotidiano. Nadie no puede crear sin un sentimiento como él, desearía que el albino fuera Nadie. -Briana Farrera.
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Gustavo Adolfo Vaca Narvaja
Bueno, un relato interesante del niño/jóven ya pintor y curiosamente con mucha producción por lo que describes en su habitación, El arte tiene todos esos condimentos, siempre en la búsqueda , en la creatividad, el la sorpresa Todos con algunas diferencias, el poeta puede borrar o tachar y seguir escribiendo; el músico puede interrumpir y cambiar acordes; pero el pintor se encuentra en un dilema porque su trazado no puede borrarse, y si no esta de acuerdo entra en una crisis que en este caso Bruno manifiesta en dos oportunidades con su llanto, el recuerdo del peluche de su hermano, el sentimiento de culpa, la búsqueda del color en los ojos que no logra encontrar. Sin embargo, es un pintor de encierro, dos pasadores en su propia casa manifiesta una personalidad muy particular. Pero bueno, Un relato bien llevado, tal vez si lo trabajas más se pueda aclarar algunas cosas pero vale y mucho lo que escribiste. Interesante la crisis de la búsqueda del nombre.
Felicitaciones Briana y a seguir
aljana pausinni
Creo que has interpretado el punto de muchos de nosotros, los que buscamos transmitir un concepto a través de nuestras artes.
un abrazo, Briana.
Aljana
Briana Farrera
Lucy reyes
Te felicito. Me encantó.
Lucy
Briana Farrera