El corte de la luz a las 20:30
Publicado en Feb 27, 2022
¡Tengo miedo!, susurró a su mujer que se encontraba al lado de él leyendo. En ese momento, ella soltó el libro pues las tinieblas se habían apoderado del edificio en el cual habitaban. A lo lejos se escuchaban las voces de los vecinos del nivel del arriba diciendo: ¡se ha ido la luz!
Ana se levantó del sillón y su figura recortada por la oscuridad se dirigió hasta el frigorífico. Lorenzo no despegaba los ojos de su mujer. ¡Como si la oscuridad se la fuera a robar! Ella abrió la puerta de la heladera y dijo: —Amor, ¡se va a echar a perder la carne! Mañana vienen tus amigos para el asado. —Déjalo —respondió Lorenzo, un tanto desganado. Ana cogió una cerveza y volvió de nuevo al sillón, se dejó caer cerca de Lorenzo. —Me decías que te daba miedo que no tengamos luz eléctrica, ¿por qué? —preguntó Ana a su marido. —Porque cuando hay luz no pensás, estás con la mente en otra parte. Ahora solo puedo pensar en este calor del demonio, en que quizás si hubiéramos comprado el apartamento en un sitio rodeado de naturaleza no necesitaríamos de aire acondicionado en un día como este. Pero a vos te gusta la ciudad; en cambio yo la odio. —Cada vez que te molesta algo explotas en contra mía, Lorenzo. ¡No es mi culpa lo del corte de la luz! Él no dijo nada más, se limitó a guardar silencio absoluto; luego su mujer se fue al dormitorio y cerró tras de si. Lorenzo se quedó en la sala de estar pensando en cómo hacer las paces con Ana. El tiempo transcurrió en la penumbra. Dos horas pasaron cuando Lorenzo fue a la recamara; en seguida, abrió la puerta y con la vista un tanto enceguecida logró ver que su mujer se encontraba durmiendo, aliviado volvió a la sala de estar y pensó en salir a los jardines para despejar un poco la mente. Abandonó el apartamento y comenzó a andar por el pasillo del edificio, que mas bien parecía el túnel de un subterráneo. En el transcurso del camino logró escuchar que una pareja discutía a gritos, también el sonido de unas pisadas detrás de él. En ese momento se detuvo y preguntó: ¿quién anda allí? Nadie le respondió. Lorenzo siguió caminando hasta que palpó lo frío de la puerta metálica que buscaba, o sea las escaleras de emergencia. Una vez abrió la puerta, una corriente de viento le dio contra el rostro y entonces sonrió al sentir el alivio del frescor. Como pudo se aferró a la barandilla y fue bajando las escaleras de poco en poco. Al llegar al campo abierto, es decir a los jardines, notó que tenía la vista opaca y descubrió el brillo de estrellas que no había visto antes del corte de la luz. Respiró hondo y se sintió inspirado. Una mujer a la que no pudo distinguir bien por la oscuridad le dijo: —Acá se está mejor que allí dentro, ¿no? —Se está mejor aquí. Mi mujer se fue a dormir. Yo prefiero esperar afuera hasta que vuelva la luz. Al menos acá puedo ver la luz de la luna. —¡La luna! Sabes que la luna tiene un solo defecto… —dijo ella. —¿Cuál? –preguntó Lorenzo. —Posee cierto grado de egocentrismo. Busca llamar la atención, con la luz que refleja del sol nos opaca las estrellas que hay detrás, y nos obliga a apreciarla y profundizar en ella. —Es verdad —dijo Lorenzo y continuó —, pero también hay que resaltar su virtud de enseñarnos que aunque no nos sintamos completos, podemos brillar igual. Y no busques el egocentrismo en la naturaleza porque no la vas a encontrar; eso es solo una característica de la estupidez humana. En ese instante la mujer caminó hacia Lorenzo hasta quedar lo más cerca que pudo y cuando la luz plata bañó su rostro, ella sonrió y él descubrió que aquella chica era su mujer. —Perdóname por haberme hecho la dormida. Entiendo que es parte de la estupidez humana, el orgullo. Enseguida lo tomó por el brazo y ambos se quedaron viendo el firmamento hasta que regresó la energía eléctrica; a partir de entonces, pactaron seguir realizando estos cortes una vez por semana de forma intencional para encontrarse con sus pensamientos y perderse en la oscuridad de la noche, que irónicamente ilumina el alma y despierta la luz que llevamos por dentro.
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Raquel
Gonzalo