EL EMBRUJO DE LA TIZONA
Publicado en Mar 15, 2022
EL EMBRUJO DE LA TIZONA
Volví a visitarla, volví a leer su inscripción “Ave María Gratia Plena Dominus Mecum”, sin tener muy claro el significado. No comprendía porque iba todos los días a verla, porque la admiraba tanto, porque en mis sueños se aparecía, como queriéndome decir algo. Había leído el Cantar del mío Cid en la escuela, y desde que me mudé a Burgos, su espada me tenía cautivado, como si fuera una mujer de perfecta silueta, con la que gozar a cada rato. Mi inteligencia no llegaba a razonar la situación, deseaba cogerla, tenerla entre mis manos, acariciarla e incluso clavarla a quien quisiese despojarme de su encanto. Rodrigo Díaz de Vivar era un héroe, una leyenda en España y una pesadilla en el mundo musulmán, pero no había dejado en mí una gran huella, ni para reconocer bien a su Jimena y a su Babieca; sin embargo cuándo cerraba el Museo, y me tenía que marchar, mi corazón latía, parecía que iba a estallar, dando miedo volver a la soledad, esa que hace que tu cuerpo enferme, porque si el amor lo cura todo, su ausencia mata poco a poco, aunque abrazases a la nada y a su pedestal. Era difícil de admitir, me había enamorado de una reliquia casi sagrada, que no respiraba, ni tenía voz con la que poderme conquistar, ni siquiera se trataba de una guitarra con la que soñar. Consistía en un objeto brillante, recto y frío, pero mi cerebro me repetía que la debía idolatrar. Las luces se apagaron, y con ella el día empezó a sangrar. Reconocía lo que me pasaba, lo había vivido en otras ocasiones, no sabía amar sin llorar. A esa conclusión llegué en mi madurez, por eso prefería el sexo con desconocidas, con quienes no fuese a existir un vínculo con el que sufrir por disfrutar. Sabía que la forma elegida para practicar el acto sexual, describe tu manera de vivir, por eso hay quien es tierno, mientras otros desahogaban su ira, incluso rugiendo. No podía decir cuál era mi opción, porque ya no recordaba la pasión de un beso, ni la de una caricia, parecía un espectro despojado de cualquier compañía. Hay quien muere de amor, aunque más bien se muere por no tenerlo, y tenía la cordura suficiente para comprender que no era racional querer a quien no posee corazón, ni lágrimas en su vagina, porque son las mujeres más hermosas, las que han sufrido, las que aprecian lo que das, cuando para otras solo es una lujuria casi perdida. Llegó la oscuridad, y la miré diciendo hasta mañana, porque así serían mis días, serían así hasta que tocara su alma, algo bastante complicado cuando naces del esfuerzo de un herrero, pero ¿quién dice qué es lo correcto?, si quería poseerla, carecía de importancia que no fuera de carne mi deseo. Caminé largo rato, no quería volver a casa, allí solo estaba una estufa, una cama con buenas sábanas, y la luna mostrando su cara, donde fantaseaba viendo el reflejo de ese metal, que enloquecía hasta a mis entrañas. A veces le ponía rostro, a veces incluso me ardía la mano bajo la almohada, y suspiraba pensando que no debía seguir con esa historia, una que me llevaría a un hospital o a una cloaca. En el trabajo no se habían dado cuenta, solo me preguntaban por qué no quería salir a pasear con Blanca, una chica algo tímida, pero guapa, y seguro que podría desahogarme en la cama. Durante un segundo dudé, cabía la posibilidad de fingir pensando en mi Tizona y en su filo que mata, pero era tan irreal, una locura desear lo que para muchos solo consistía en una especie de alhaja. Volví a suspirar, volví a meterme en la cama, rezando a algún Dios que me salvase de esa enajenación improvisada. Pasé la noche en vela, cada vez me relajaba menos, y eso trae como consecuencia la demencia y los miedos. Muchos monstruos aparecen, si no logras alcanzar el sueño, muchos temores asoman por la rendija de algún agujero, si tu alma no duerme, si no coge el vuelo, porque la vida necesita un descanso en donde sanar las heridas y los desconsuelos. Regresé a mi trabajo con ojeras, Blanca seguía coqueteando, y decidí llevarla a que conociera mi tesoro, era forastera. Aceptó encantada, es lo que tiene la inocencia, te compromete con la propuesta del que no sabe qué se espera. Fuimos esa tarde, incluso pensé “¿quizás mi Tizona se ponga celosa?”, Blanca era guapa, educada y tenía los modales de una buena enfermera. ¡Qué cosas se le ocurría a mi mente enferma!, como si un metal pudiera sentir amor o cualquier quimera, pero era mi dueña, con quien dormía abrazado, aunque no lo supiera. ¡Qué triste mi vida!, soñar con quien posa en una vidriera. Si era amor, quería vivirlo junto a ella, porque el dolor que sentía era tan fuerte cuando no estaba cerca, que caería dormido hasta en una guerra, no en un sueño reparador, sino en alguno donde la muerte acecha, pues la pena trae consigo la pérdida, y no solo de quien deseas. Blanca se puso su abrigo, mientras yo sonreía por su tragedia. Me preguntaba si le sorprendería. Y así fue, se quedó impresionada al ver una espada tan grande, exclamando lo fuerte que debía de ser el hombre que la levantase. También me asombré, porque no había llegado a esa conclusión cuando la admiraba, solo en la suerte que tuvo quien conoció el éxtasis al limpiarla, aunque en la mano dejase cicatrices por no saber usarla, pero era como aprender a hacer el amor, todo consistía en coger práctica, y a pesar de llegar al clímax con dolor, alcanzarías el placer por gozar con quien deseabas, algo muy difícil cuando cumples años, y ves peinar solo canas. Me la imaginaba bailando, a la vez que le sacaba brillo a esa hojalata, con movimientos sensuales, como una bailarina musulmana, porque en España tenemos el flamenco, donde echar el fuerte carácter que nos caracterizaba, pero nada como una danza del vientre para despertar a las almas angustiadas. Me la imaginaba con velos, con curvas y con gracia, con todo lo que la vida da a una mujer para derribar al hombre con su arrogancia. Y mientras pensaba, Blanca se asustaba, porque mis ojos se salían de la cara. Le conté la leyenda, la que conocía, a saber cuál era su verdadera trama. Creo que descubrió el secreto, de repente se quería marchar. No me había excitado como otras veces, pero le incomodó mi derrota no disimulaba, y quien iba a comprender eso, si es que no estaba loco de amor, así que obedecí a sus deseos, alejándome, mientras Blanca aligeraba el paso, queriendo separarse de lo que me hacía enfermar. Me sentía culpable, porque alguien como ella quisiera besar a quien solo vive para una espada vieja. A veces no somos dignos de los buenos sentimientos que nos acechan, el alma que sucia habita, no merece más que miserias, si no llevarías al infierno a tu compañera. Me reconfortó saber que aún diferenciaba la maldad de la bondad, dejándola que eligiese, sin influir, sin derrumbarla por el egoísmo de mostrar la oscuridad del delincuente; así me sentía, como alguien que pecaba, alguien que no había tomado el camino adecuado para vivir sin que lo persiguiesen. Blanca se despidió en la puerta, se marchó sin mirar atrás, podía volver a admirar a mi amada en su altar. En pocos segundos me situé frente a mi Diosa, me entraron temblores, empecé a sudar, todo me daba vueltas, creo que no aguantaba más, y sin mucho meditar, sin pensar, llevándome por los impulsos, cogí un macetero para romper el cristal. No sabía cómo, pero estaba cerca, la oía respirar, brillar, subí a donde mi reina podía besar. Agarré la empuñadura, sentí un frenesí, escuché el susurro del viento, un tumulto, incluso los gritos de alguna batalla, y de repente sangré al clavarme su hoja afilada en mi corazón, como si fuese una estaca. La Tizona sonreía, yo partía a otro lugar, y en ese estado de inconsciencia pude verla bailar, porque antes de morir me dijo que era una concubina del Rey Búcar, quien la castigó por no dar placer a quien la quiso comprar. Me estaba desmayando, sin saber qué papel tenía en esta tragedia llena de maldad, entonces mi princesa mora aclaró que solo la muerte de un inocente la sacaría de su prisión en ese metal, pues había acabado con muchos hombres, pero fui yo quien primero se acercó, sin querer asesinar. Se arrodilló ante mí, oliendo como cualquier manjar, me dio un apasionado beso con sus labios rojos y gruesos, algo arrepentida, pero aliviada porque conocería el Edén, después de tanto llorar. La luz, de la que todos hablan, se acercaba cada vez más. Cerré los ojos resignado y asustado, reconociendo que por pasión se puede matar, pero arrepentido de que fuese mi final, porque la vida se terminó con dolor, admitiendo que no supe vivir, no supe gozar, cuando existían tantas almas en este cruel mundo para amar en paz…
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