C.VERNICA Y EL PALACIO DE CRISTAL
Publicado en Aug 19, 2022
MARIAM MILLER
VERÓNICA Y EL PALACIO DE CRISTAL A quienes velaron por mi seguridad. GRACIAS!!! “No hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente”. (Virgínea Woolf) Regresé, tengo asuntos pendientes… VERÓNICA Y EL PALACIO DE CRISTAL Habían transcurrido tres meses desde el terrible acontecimiento en el Cortijo Jurado, mi vida se había vuelto monótona, pero placentera: tenía un horario laboral que respetaba, disfrutaba de mi casa, de mis gatas y había consolidado la relación con Charly, era un buen amigo, más que eso. Nos veíamos los fines de semana, teníamos sexo, a veces salíamos a cenar, otras nos pedíamos la comida, a veces nos llamábamos entre semana, otras no nos mandábamos ni un mensaje. Era una relación a veces distante, a veces llena de amor, quizás algo extraña, pero la había admitido, porque a veces una simple caricia, es mejor que nada. También había vuelto a tener contacto con mi hermana Magda, fue quien llamó cuando compré el Ave Fénix, que tengo aún sin colgar. Estaba preocupada por mí, sabía que había ido de visita a Málaga (nadie quiere permanecer mucho tiempo, donde ha vivido la peor de las pesadillas) y le molestó que no la hubiese llamado, según decía: “a pesar de todo: soy tu hermana”. Una parte de mí sonreía por dentro, porque aunque la echaba de menos, nunca fue un gran apoyo, siempre me culpabilizaba de todo, era un poco fría, lo que no fuese perfecto, para ella significaba una desgracia, y a mí me veía como una pobrecita, que siempre se metía en líos, a pesar de no tener la culpa de casi nada.(No voy a hablar más de Málaga, ni de mis hijos, me produce dolor, solo comentar que creía que lo estaba haciendo bien: me estaba afianzando como buena profesional, y estaba en camino de relacionarme adecuadamente, para cuando llegase el momento, mi marido no pudiera reprocharme ver a mis hijos. Eso es lo que dependía de mí, en lo referente a las mentes de los malvados, nada podía hacer para controlarlos). Esta semana iba a venir a Madrid, porque su marido, un importante arquitecto, por supuesto, debía realizar un proyecto aquí, y le habían invitado a un acto en el Palacio de Cristal del Retiro, tenía buenos contactos, pero Víctor también, me había dado dos pases para la cena de degustación de comida árabe, donde asistirían grandes personalidades de Madrid, y donde debía relacionarme, para que tuvieran claro a quien debían acudir, si es que les surgía algún problema. A él no le gustaba ese tipo de eventos, a mí tampoco, pero “donde manda capitán, no manda marinero”, así que me pondría el vestido de cóctel que estaba sin usar, y me cogería del brazo de mi amante, para que me diese seguridad, además me sentaría al lado de Magda, quien no pararía de presentarme a las personas con prestigio, mientras Charly haría que fuese una velada agradable. PALACIO DE CRISTAL Había nubes, y crucé los dedos para que no lloviera, mi vestido era de palabra de honor, negro, de punto de seda, a media pierna, con algo de vuelo (si vas muy escotada por arriba, no debes enseñar mucho por abajo), me calcé las bailarinas un poco alzadas (Charly no era muy alto, y no quería sobrepasarle con mis zapatos de tacón de aguja), me puse medias claras (las negras las dejé para los funerales), me recogí el pelo con un moño bajo, me puse unas perlas, me miré al espejo, y me gusté, creí que no desentonaría con el resto de invitados. Cogí mi abrigo capa, que no abrigaba, pero era muy elegante, metí unas cuantas tarjetas de visita en el bolso, y pegué en la puerta de Charly, dejé que el escote se viera, quería impresionarle, antes de que su nariz descubriera el olor a rosas - Irresistible - Tú también - Lo sé. No has mirado la invitación, ¿verdad? - No, sabía que debía ir de etiqueta, y he pensado que era suficiente - Lo es, pero se exige que las damas vayan con un ramillete en la mano, y los hombres en la solapa. Realmente el Palacio se creó para que fuese un invernadero, y como ahora no hay ninguna exposición del Reina Sofía, lo han adornado con flores silvestres, para darle un aspecto envidiable. Creo que va un jeque, o alguien importante de esa cultura, y ya sabes, el dinero siempre manda. - Pues no lo tengo - Yo compré el mío y el tuyo, sé que eres despistada - Muchas gracias( abrió una caja, y me puso el ramillete en la mano izquierda, para que no me molestara) - Creo que está perfecto - Sí, como casi todo lo que haces - No siempre, pero me esfuerzo( me guiñó un ojo) Había llamado a un taxi, y nos montamos algo nerviosos, porque no sabíamos si estaríamos a la altura que se esperaba. Suspiré y me apretó la mano, dándome confianza, diciendo con la mirada que todo iba a ir bien, estábamos juntos, que era lo importante. Llegamos en menos de media hora, había un tumulto de gente en la puerta, y casi todas de negro (me quedé más tranquila). Dimos la invitación, y busqué a Magda, seguro que sería la más llamativa, le gustaba destacar, aunque fueses en la playa. Iba de dorado y rojo, la encontré rápido. - Menos mal, vienes bien arreglada - Gracias(era su forma particular de decirme que estaba guapa, porque le molestaba que tuviera más cualidades físicas que ella) - Te presento a Carlos, Charly para los amigos - Encantada - Igualmente - Vamos a buscar la mesa, que todo luego todo coge una velocidad, y nos perdemos lo mejores platos Estábamos un poco apartados, me extrañó, porque imaginaba cogerían un buen sitio, seguro que tenía alguna explicación. Nos habían sentado con el jefe de policía de Madrid y su mujer, junto con el concejal de cultura del Ayuntamiento y la pareja. El concejal era español, pero el jefe de policía tenía ascendencia árabe, porque su nombre era Basil y tenía unas pestañas largas y espesas, ninguna otra raza las tiene igual. Pensé que mi cuñado estaba interesado en coger confianza con dichas personalidades, por eso eligió esa mesa. Charly muy educado me quitó el abrigo, le sonreí y nos sentamos sin mencionar palabra, hasta que de repente entró alguien importante, eso se nota en los andares. Era una Princesa Persa llamada Esther, que se había casado con un conde italiano, quien asistió a la cena, simplemente para ampliar los contactos. Iba vestida de blanco, con una especie de túnica, con diamantes por el cuello, que resaltaban en su piel morena, por el sol, no porque fuera muy oscura, o eso me parecía. Llevaba un ramillete de flores que no conocía, y hacía conjunto con su belleza exótica. Mientras la observaba, durante un par de segundos vi la imagen de otra mujer, también bella, pero de nuestra raza, con otra túnica manchada de sangre en el corazón. Cerré los ojos, y todo volvió a la normalidad. No quise darle importancia, a veces veía imágenes de muertos, que me llamaban, me había acostumbrado, y los intentaba ignorar, para poder tener tranquilidad, resignándome con la vida que me había tocado, y a la que esperaba dominar.. Esther nos cautivó a todos, incluso Magda fruñó el ceño de celos, a mí no me importaba que Charly se hubiese impresionado, porque jugábamos en otra liga, no había nada que temer, por el momento. Se dirigieron a la mesa del centro, con el Alcalde, y otras personas de dinero. Se levantaron los hombres, y cuando se sentó ella, todos cogieron asiento. Estaba claro, que por mucho que me arreglase, no creía que fuese a dar ese efecto entre los asistente de cualquier evento. Empezaron a traer los plantos, y me entró un apetito, que no tenía desde hacía tiempo. Cerré los ojos de deseo porque, entre los primero manjares, se encontraban los dátiles con beicon. Debía controlarme, no estaba en casa, y los modales siempre son muy importantes. Tomé uno, me encantó, me ofrecieron más, pero lo rehusé diciendo que había sido suficiente. Una mentira, me hubiese comido el plato, es lo que tiene ir bien vestida, debes guardar la compostura, para no parecer una cateta arreglada. No parábamos de mirar a la Princesa, comía, pero le quedaba bien, algo extraño porque el acto de llevarse comida a la boca, no es muy elegante, aunque fuesen manjares. Tenía un pelo rizado largo, que su pareja le tocaba encantado, parecía suave, y a Charly lo tenía tan cautivado, que no probó bocado, nada más que hacía observarla, como el resto de los hombres de ese Palacio de Cristal, que parecía sacado de su particular cuento de hadas. Seguían con la cena, y de repente ocurrió algo inesperado: la Princesa se desmayó, cayendo en brazos de su amado. Los de la mesa la rodearon. No sabíamos qué había pasado, pero Magda me miró y dijo: “sabía que si venías, ocurriría algo”. Siempre aprovechaba cualquier circunstancia, para menospreciarme. De pequeña pensaba que me tenía envidia, pero luego, cuando me fueron mal las cosas, llegué a la conclusión de que se había transformado en rechazo, por no ser la hermana que ella hubiese deseado. Lo había admitido, como casi todo, que remedio, además no vivíamos juntas, podría llevarlo sin necesidad de que me creara algún trauma. En un solo segundo un hombre corrió, había un médico en la sala, la auscultó y ocurrió lo peor, la taparon con un mantel blanco (todos sabemos lo que significaba eso). Magda se abrazó al marido, Charly y yo nos miramos, sin reaccionar, la gente chillaba, el conde italiano lloraba, me senté pensando que estaba harta de tantas desgracias, pero a veces la vida no se elige, si no que te lleva por caminos inescrutables, que hay que afrontar. Una de cal y otra de arena, para que puedas sobrevivir en este mundo sin piedad, pero hacía tiempo que no se me daba una tregua, donde la esperanza reinase en paz. Después de unos minutos en silencio, me pregunté: ¿la habían asesinado?. Era demasiado bella para que pudiese tener una vida tranquila, ¿en medio de la celebración?. Me pareció extraño, pero había que esperar, seguro que las noticias dirían algo a la mañana siguiente. Llegó una ambulancia, con una camilla, y sucedió algo trágico: el conde le descubrió la cara, y la besó en la boca, lleno de lágrimas. La quería bien, me pareció tan hermoso y tan difícil conseguirlo. Se la llevaron, él fue detrás consolado por el Alcalde, y aunque parezca ruin, todo volvió a la normalidad en un par de segundos, eso sí: la cena se suspendió, y poco a poco dejamos el Palacio de Cristal, para marcharnos a nuestro hogar, nuestro tranquilo hogar. Charly me cogió la mano durante el trayecto (volvimos paseando), mientras comentábamos cómo había sucedido todo. Me preguntó si quería que durmiéramos juntos, a lo que contesté que sí. Me había acostumbrado a la soledad de las noches, a moverme en la cama, a levantarme sin molestar a nadie, a toda esas cosas que da vivir sola, pero quien no echa de menos un abrazo durante el sueño, acompañado de un te quiero. Así que subimos a casa, él tenía un cepillo de dientes en mi cuarto de baño, por lo que no tuvo que ir por nada. Nos desnudamos, sabíamos lo que nos gustaba, lo que nos daba placer, sin tener que hacer ningún gesto, e incluso había superado el rechazo de que me viera desnuda con luz, con la juventud se me fue la idea de que si no era perfecta, no gustaría o se me rechazaría (inseguridades provocadas por los años y las malas vivencias). Había descubierto con la edad que el examen exhaustivo para sacar defectos era propio de las mujeres, e incluso más de las amigas, los hombres no hacían un análisis detallado de tu cara y de tu cuerpo, les bastaba con que hubiera armonía, y algo de belleza, que a sus gustos (porque hay muchos) les llamara la atención. No tenía que haber perfección, para que disfrutaran del sexo. Sonreía con las cosas que pensaba de joven, por falta de información y de temores. Ya pasó, que era lo importante, ahora quizás no tuviera el pecho firme, pero tenía la experiencia y la inteligencia para saber gustar, si quería conquistar a alguien. Solo necesitaba una buena conversación, una luz adecuada, y el deseo surgiría, como por arte de magia. Y así ocurrió, casi nos amamos, en vez de joder con ganas. Dormimos tranquilos, sin mencionar palabra. Mañana habría tiempo de opinar sobre lo ocurrido en un Palacio de Cristal, con una princesa muerta, sin que aparecieran ni su príncipe ni sus hadas. LA CASA DE LAS SIETE CHIMENÉAS Me desperté de mi tumba, llevaba casi un siglo descansando, porque nadie quiso interrumpir mi letanía, pero Esther había muerto, quizás como me sucedió a mí, quizás por el deseo de un hombre loco de amor, sin temer a la cárcel ni a ningún agujero. La sentí, venía hacia mí, íbamos iguales vestidas, solo que ella aún tenía su ramillete en la mano. Quería pedirme ayuda, quería dejar este mundo, pero acusando a quien hizo que su belleza quedase interrumpida. Temí salir del sueño profundo, porque los demonios a veces manchan más que una camisa, y me dirigí hacia ella, con la mano extendida. Lloraba, aún no se resignaba a estar casi dormida, pero el tiempo la enseñaría, a que la vida es más corta de lo que la gente imagina, y que ahora le quedaba una eternidad para recibir a su amado, y vivir en dicha. A veces esperas, y otras te resignas, porque el diferente camino que puedes elegir, lleva muchas espinas. La abracé cuando estaba cerca, y le enseñé mi casa, donde era bien recibida… DESPACHO DE ABOGADOS - Me he enterado de lo que ocurrió anoche - Supongo que soy un poco gafe - No digas esa tontería, todos los días muere alguien - Tengo algo de complejo por mi hermana - Por cierto, ¿cómo está? - Estupenda, como siempre, se ha ido sin despedirse, estará enfadada porque no pudo lucirse, iba muy guapa, y eso ella no lo perdona fácilmente. La llamaré dentro de un tiempo, para ver cómo van las cosas por allí, no me dio pie a preguntar, aunque creo que lo hizo para que no me sintiese mal - Bueno ya la telefoneas, cuando sepamos bien qué ocurrió en la cena - ¿Han dicho algo las noticias? - No, pero se te cayó una tarjeta de visita, y el jefe de policía, que te conoce, le habló de ti al marido, por lo visto en Conde de algo, aunque prefiere que le llamen Héctor, solamente así. Está destrozado, y quiere verte mañana, para saber qué fue lo que verdaderamente ocurrió. Le hablaron de tus poderes, aunque su mayordomo me ha pedido que no le hagas mucho caso, porque lo que realmente desea es comunicarse con Esther. Cuando estás desesperado, es lo que queda, y por supuesto su sirviente no cree en esas cosas, más bien piensa que le sacarás el dinero, como las gitanas del metro - No quiero ir - Pues tendrás que hacerlo, es trabajo - Pero ya te he dicho que mi intuición no es una ciencia exacta, no funciona siempre que quiero, a veces tengo visiones, siento emociones, y otras veces como si fuese volar a un cuervo, pero no puedo decirle que vaya a poder ayudarle - Solo vas, hablas con él, se lo explicas, y bueno si ves algo, lo comentas, y si no pues lo dejas claro, y que la policía haga su trabajo. Este caso será tuyo, tu sola te llevarás los honorarios, si consigues descubrir algo. - De acuerdo, pero por obligación, querría dejar atrás la idea de que me vieran una médium, o algo de eso, no me siento así. - Cariño eres alguien especial, deberías sentirte orgullosa de ello - A veces es casi una condena - Aprende a vivir con esa cadena, y te será más fácil. La aceptación es un buen principio, para superar los problemas - Gracias, voy a seguir con estos expedientes, ya me queda muy poco - Muy bien, buen trabajo. Luego solo te ocuparás de lo que vaya entrando, y estarás más tranquila. - Lo sé, por eso quiero acabar rápido HOTEL ALFONSO XII Todo era majestuoso, como un castillo encantado. Tenía la mejor Suite, y me hubiese gustado pasar una noche allí, incluso haber acariciado su pecho fuerte, con algo de vello. Era atractivo, muy varonil, tanto que no creo que ninguna mujer pudiese rechazarlo. Me abrió la puerta, se presentó, le estreché la mano, y me la besó, me estaba gustando, aunque no hubiera forma de alcanzarlo. No sentamos en el sofá, uno a cada extremo, frente a él había una mesa alargada de mármol, llena de cosas personales de Esther, quería probar si al tocarlas, sentía algo. Tuvimos una conversación amena del tiempo, mientras me sonreía, y yo caía presa de su sexo. Empezó a sentarme mal que hablase tanto de ella, hasta que dijo que el médico le había comentado que su muerte fue natural, un ataque al corazón, algo extraño porque no padecía de nada, pero la vida da sorpresas amargas. No había ningún caso que investigar, pero él insistía que quería saber cómo estaba, dónde, si la podría volver a tocar. Le expliqué mi situación, mis pequeños poderes, y sonreía mientras cogía un pañuelo de su amada, y me lo colocaba entre mis manos, sujetándolas. Suspiré, creía que no iba a ver nada, pero me confundí. Nada más rozar la seda morada, vi su cara, no sonreía, parecía enfadada, la acompañaba otra joven, también guapa, pero ensangrentada. La reconocí, era la misma persona que vi en la cena, cuando la confundí con la princesa persa añorada. Me aparté, me preguntó qué era lo que había visto, y le dije la verdad, pero también le advertí que no sabía lo que significaba. Héctor se conformó, era un buen comienzo, porque si había logrado tener esa visión, poco a poco podría comunicarse con ella, que era su cometido. Le pedí no meterme más en el asunto, porque en cada vivencia paranormal, mi corazón se debilitaba un poquito, así lo sentía, así me parecía que ocurría y no tenía mucho sentido, sufrir por alguien a quien no quieres, por satisfacer el ego de alguien físicamente bendecido. Pidió un aperitivo e insistió que me quedase hasta la hora del almuerzo, y la verdad que me encantó compartir más que un extraño encuentro. Hablamos de Italia, de mi visita a Roma, del Vaticano, y entonces me comentó que tenía influencia, y si quería podía conseguirme un pase con el Papa, para hablarle de mis poderes, quizás si lo veía algo sobrenatural, como un milagro, me harían Santa. Nos sonreímos, y le contesté que era bastante pecadora, que ni siquiera sabía si iría al Cielo. Me acarició el pelo, como a Esther, y yo deseaba que lo hiciera también en mis senos. Llamaron a la puerta, su secretario o mayordomo, le recordó que tenía una entrevista con un periodista en menos de una hora. Creo que intuyó lo que iba a suceder, y no era una buena forma de guardar luto. Me dio pena, no me sentía mal por Charly, tampoco me mimaba mucho, como para perderme cosas por él, pero le agradecía que estuviera en mi vida, aunque fuera solo en pequeños momentos. Se levantó, hice lo mismo, y me dijo que quería volverme a ver, cuando me fuera posible, por supuesto acepté encantada, deseando que fuera en el Hotel, y acariciara algo más que las manos y la cara. Me dirigí a la puerta, se despidió sonriendo, mientras mi corazón latía de deseo. Llegué a casa como una joven enamorada, incluso sintiendo celos por Esther, a pesar de que pisara El Firmamento. Era como cualquier persona, conocía que eran los celos e incluso la envidia, pero nunca habían dominado mi comportamiento, quizás había cometido algún error de joven, pero en mi madurez no mandaba ni en mi mente ni en mi cuerpo. Creo que eso era lo importante, no dejarse llevar por los malos sentimientos, aunque apareciesen culpa del amor y del deseo. Me tumbé en el sofá, mientras mis gatas me lamían, lo hacían pocas veces, pero en alguna ocasión me hacían sentir querida. Cerré los ojos, no sé porque estaba cansada, y creo que venció el sueño, aunque una parte de mí seguía viendo el juego de Marlene y Greta, mientras mi respiración cogía consuelo. Entonces apareció Esther, no tenía intenciones de verla, pero ahí estaba ella, supongo que habíamos conectado en la cena. Vi cómo se me acercaba al oído, y me decía con cariño que Héctor era su enemigo, seguía hablándome, pero no la entendía. Solo la veía en un tejado, con diferentes chimeneas. Mi respiración empezó a ser acelerada, sonaba fuerte, y me desperté sobresaltada. Había dormido durante una hora, parecía que había sido mucho menos, un breve instante, pero fue el tiempo suficiente para entender que a Esther no le había dado un ataque al corazón, que quería justicia que no venganza, por hacerla marchitar, cuando su estrella aún brillaba. Así que decidí intentar entender lo que me había comunicado, aunque a una parte de mí no le gustara, porque creí haber conocido de nuevo el amor, aunque él se fuese a marchar a Italia. Mi experiencias vitales me habían enseñado, que debía hacer caso a las llamadas, porque si no ellas no descansarían, me amargarían las buenas veladas, hablándome al oído, e incluso rompiendo cosas, o eso es lo que mi imaginación atisbaba. Me dejaría llevar, como hacen las mujeres apasionadas, y viviría el momento, porque seguro que en cada paso, una señal, una prueba me dejaba, para que descubriera el motivo por el que su alma vagaba. MUSEO REINA SOFÍA - ¡Qué guapa te has puesto! - La ocasión lo merece, no todos los Sábados voy a la inauguración de uno de mis pintores favoritos “Ferrán Escoté” (Me había arreglado con un vestido gris con bordados de flores en negro, por encima de la rodilla, de inspiración japonesa, parecía una geisha moderna, y aunque no iba tan espectacular como con un vestido rojo de Caprille, era un atuendo diferente a lo que me solía poner, algo más llamativo) - Maneja muy bien el color Escoté. ¿Qué tal fue la entrevista con el Conde? - Pues me encantó, lo volveré a ver, quiere más información - ¿Por qué te ruborizas como una adolescente?. Ten cuidado, no mezcles el amor con el trabajo, no sale bien - Ya, además no creo que quisiera, ya lo dije, no jugamos en la misma liga. - Bueno eso no quiere decir que pueda haber encuentros amistosos - ¡Pues ojalá!. He sufrido tanto, que dudaba que pudiese volver a ser una buena compañía, pero esa tarde se me olvidaron hasta las pesadillas. Me gusta hasta el nombre: Héctor, como uno de los protagonistas de Troya, un hombre apuesto, inteligente, fuerte, lleno de honor y nobleza - Creo que lo estás idolatrando, es sencillamente un Don Juan Italiano, como tantos, pero con título nobiliario. - Bueno si me quiere ver, lo visitaré, tampoco pierdo nada, no creo que le quede mucho tiempo en Madrid, y puedo añadir un buen contacto a mis clientes, si es que algún día me atrevo a abrir una consulta como vidente - Creo que a tu marido no le iba a gustar nada eso - Lo sé, jamás lo haría por mis hijos, era una broma - Pasemos, quiero que conozcas la obra, está Raúl dentro, y odia que le hagan esperar Nada más cruzar el umbral de la puerta, empecé a sentirme mal. No podía respirar bien, pero quise pensar que había llegado un poco sofocada. Saludé a los acompañantes de Raúl, entre los que estaba el diseñador Palomo Spain y Raquel Sánchez Silva, amigos de la hija del pintor, María Escoté, y empezamos a ver la exposición. Los cuadros eran muy bonitos, y además agradables, que es importante, porque hay algunos que te dejan mal cuerpo. Me estaba poniendo cada vez más blanca, e incluso me entraron sudores. Se dieron cuenta, y me acompañaron hasta unos bancos, que había en uno de los descansillos - ¿No estarás embarazada? - Por supuesto que no, pongo medios - Quizás haga demasiado calor - No es eso, creo que estás sintiendo el alma del edificio - ¿A qué te refieres? - ¿Sabes la Historia del Museo? - No, ¿la tiene? - Todo edificio antiguo tiene su historia - ¿Y cuál es? - Está construido en un solar donde había un albergue, donde los mendigos iban a morir, después fue construido como Hospital, en una época de grandes pandemias, como la peste y la gripe española, por lo que hay muchos esqueletos en el subsuelo, incluso en unas obras se encontraron los restos de tres monjas momificadas en la capilla del Hospital. Ha habido muchas sesiones de espiritismo en este lugar, por ser un gran centro de sucesos paranormales. Había un fantasma (Ataulfo), quien adivinaba cosas para los asistentes de las reuniones de parapsicología. También se llegó a hablar de que con el traslado del Guernica, Picasso rondaba las salas enfadado por el cambio. Es un lugar con mucho guardado entre sus paredes, como tantos muchos en Madrid, por ejemplo la casa de las siete chimeneas. - Puedo entender mi malestar - Sí, creo que presientes las cosas que pudieron pasar aquí, fueron malos momentos para la ciudad Una vez contada la historia, empecé a sentirme mejor, aunque escuchaba aullidos de animales o bebes, no lo tenía claro, pero lo ignoré, como tantas veces hago. Se me quedó en la cabeza la mención de la casa de las siete chimeneas, quizás fue donde vi a Esther por última vez. Víctor estaba muy entretenido con la conversación, y no quise preguntarle más sobre el tema, además para eso habían inventado internet, para poder buscar curiosidades, que antes eran posibles de encontrar fácilmente (por primera vez me alegré de haber conocido la era de las tecnologías, aunque no fuera una gran amiga de ellas). Después de la exposición, hubo unos entremeses, y me fui encontrando cada vez mejor, pero no tenía la intención de alargar mucho la visita, deseaba volver a casa, encender el ordenador, tenía cosas pendientes, quería volver a ver a Héctor con muchas pistas sobre su amada. Si tenía que utilizar mis pequeños poderes, para volver a estar cerca de ese hombre tan diferente a los que estaba acostumbrada, los utilizaría, no quería que pasasen los años, y pensar que fue una pena no despedirme como una amada entregada. Tenía la excusa de que no me encontraba bien. Víctor pidió un taxi, y me fui corriendo al apartamento. Había luz en el piso de Charly, pero no le llamé, si no se había pasado por casa, es que tenía algún otro plan, y no quería encontrarme con una sorpresa. Sabía la relación que teníamos, pero no me haría gracia verlo con otra mujer, y empezar a compararme, como siempre pasa. Cerré la puerta fuerte, para que supiera que había llegado, pero tenía claro que este sábado no iba venir, y no iba a preguntar, quería pensar que sería una historia sin importancia. No estaba loca por él, pero no lo quería perder, tenía poco en Madrid, y me daba pena quedarme sola los fines de semana. Encendí el ordenador, y rápidamente busqué la fotografía de la casa de las siete chimeneas, por si era la misma que vi en mis visiones con la desaparecida:” El edificio estaba situado en el barrio de Chueca, y la historia cuenta que era la casa de un montero del Rey Felipe II, quien tenía una hija muy bella, llamada Elena, la amante del hijo de Carlos I, cuando era príncipe, con quien vivió una auténtica pasión, aunque ella se casó con un Capitán del ejército, llamado Zapata, fallecido en la batalla de San Quintín, sobreviviendo poco tiempo después de su ausencia. Hay dos versiones de la muerte de Elena: unos decían que murió de pena, otros decían que se encontraron puñaladas en su cuerpo, que murió asesinada, habiendo dado a luz antes a una hija del príncipe, y para que no hubiera problemas sucesorios, la mataron. Cuando fueron a investigar la muerte, el cadáver había desaparecido, por lo que existe la leyenda de que su cuerpo vaga por la casa, con una antorcha, y desde el tejado de las chimeneas señala el Alcázar, lugar de residencia de Felipe II, a quien se le acusaba de su muerte.” No había fotografías de los personajes, pero sí de la casa, y era la misma que la de mis visiones, por lo que concluí que la muchacha que se me aparecía junto a Esther, era Elena, ambas asesinadas, quizás por hombres de sangre azul, o eso imaginaba. Lo peor de todo es que me seguía atrayendo Héctor, no me parecía un cruel asesino, era demasiado encantador como para matar a sangre fría, pero creo que las señales que recibía, me obligaban a investigar y a no conformarme con pensar que había sido una muerte natural. Apagué el ordenador, e intenté recordar lo que vi la noche de la cena, intentando descubrir algún error, del que no me había dado cuenta. Cerré los ojos, y sin querer, me quedé dormida. ESTHER Se comunicaron con ella, porque no siempre llegas al corazón de las personas, a través de una buena conversación, a veces están los sentidos para captar las necesidades de otros, y más si son espectros. Esther no se sentaba ni un solo momentos, tocaba el ramillete de su muñeca, arrancando los pétalos con genio. Verónica lo estaba viendo, y solo esperaba que su intelecto captase el mensaje, que ni ella sabía con acierto. Las dos amigas paseaban entre las chimeneas, asustando al vecindario, porque sus almas vagaban sin consuelo, pero pronto llegaría la heroína, que calmaría el dolor como cualquier droga el sufrimiento. Elena y Esther se miraban, hablaban del amor y del deseo, dos poderes destructores, porque las personas son muy capaces de hacer horrores por ellos. Miraban las estrellas, deseando pisar el firmamento, porque aunque no eran castas, no eran lo suficientemente malas, como para que las echasen del cielo. Solo necesitaban una cosa, que el asesino pagase por ello, porque Esther podría quedarse tranquila, y Elena sería recompensada por algún ángel, si creía en ellos. En el ramillete quedaban pocas flores, pero las enseñó a las estrellas, para que fuesen testigo de lo que escondían dentro, intentando hacerle ver a Verónica, que cada enjambre guardaba un secreto. Se tumbaron en la azotea, esperando al Conde, si es que le quería dar el último beso, porque en eso consistía el engaño: parecer amor, cuando solo se trataba de un oscuro sentimiento… EL CONDE Me desperté tranquila, había tenido un extraño sueño, en el que vi a las dos mujeres vagando por las chimeneas. Tenía claro que allí se encontraban, y quizás estuviesen esperando a Héctor (ya dije que intuía cosas, pero no siempre acertaba). Decidí ir al Hotel, era domingo, no creía que saliese temprano, más bien le pondrían un buen desayuno con chocolate y fresas, manjares del amor y del dinero. No me arreglé mucho, no quería darle la impresión de que iba buscando sexo, pero me acicalé con esmero, por si quería ver otras partes de mi cuerpo. Me puse un traje de chaqueta entallado (iba a ver a un Conde, no pegaban los vaqueros), me hice el mismo moño alto de la noche anterior, con algún pelo suelto, sin mucho maquillaje, pero oliendo a rosas, que generalmente es un acierto. Dije en recepción que necesitaba ver a Héctor, que seguro que me recibiría, aunque fuesen poco más de las nueve de la mañana. Me dijeron que podía subir, y en el ascensor me pellizque las mejillas, porque estaba un poco blanca, me miré al espejo, me gusté pero ceñí el entrecejo, pensando en mi pelo. Tenía una figura bonita, no tenía aún arrugas, pero mi pelo era de ese color que gusta o te disgusta, y sabemos que cuanto más poder, más exigente te vuelves con el aspecto. Crucé los dedos, porque yo estaba dispuesta, él aún vestía con luto, pero no pensaba que fuese uno de esos hombres que lo guardaban, no creía que estuviera mucho tiempo sin un mujer, aunque siguiera enamorado de Esther, y desee que tuviera ganas, y fuera yo la que estuviera a mano, porque a veces es la suerte de estar en el momento adecuado, mientras otras con más valor buscan en el lugar y hora equivocados. Me estaba esperando en la puerta, y lo vi como una buena señal. Le miré a los ojos, quería que leyera el pensamiento. Llevaba un pijama de seda con sus iniciales grabadas. Me daba igual lo que llevase puesto, me parecía tan varonil sin ser rudo, tenía clase, algo que no se encuentra en los tumultos. Mi marido también la tenía, pero había pasado tanto entre nosotros, que me alegré encontrar a alguien que me recordara que amar no siempre te hace bajar a los infiernos. Nos sentamos en el mismo sofá, pero más juntos. No dijo palabra, solo sonreía, creía que sabía cuáles eran mis intenciones, así que empecé a contarle mis visiones, advirtiéndole que no podía cerciorar a ciencia cierta de que fueran verdaderas, pero si pensaba que su espectro deambulaba por la casa de las siete chimeneas. Se acercó, y me tocó el pelo extrañado, dudé si se trataba de un rechazo, hasta que me abrió la entrepierna, y me acarició el muslo, sin que yo me resistiera. Quería esperar a que me diera el primer beso, pero no lo hizo, solo se quitó la parte de arriba, y como sospechaba tenía el torso como el David de Miguel Ángel: perfecto. Me tumbó en el sofá, me desnudó con solo una mano, mientras con la otra tocaba mis genitales, sin haber bajado el pantalón a las caderas. Y ya solo pude pensar, que a veces la vida te regala maravillosas experiencias. Todo fue en el sofá, pero parecía una cama de más de noventa, y sin dudarlo un momento, me sentí más que una condesa, me sentí mujer, y eso sí que realmente merece la pena, porque por mucho que puedas comprar en la vida, no había nada como que te amen, con la elegancia de un Príncipe, aunque fuera de las tinieblas. No recuerdo como me vistió, tampoco como me desnudó, pasó tan rápido todo, que me dolió, pero mi inteligencia sabía, que al menos había conocido la dulce pasión, porque en mis anteriores relaciones había sufrido con mucho amargor. EL ÚLTIMO BESO Pasamos el día en el Hotel, aunque el acto no se repitió, ni cuando se duchó, y me entraron ganas de desnudarme y acariciar su cuerpo mojado, con el agua caliente goteando, pero me controlé, no quería ser pesada, no quería que me viera vulgar, a pesar de mis ganas. Además estuve todo el tiempo hablando de Esther, mientras el atendía con todos los sentidos, y ni se extrañó cuando le dije que me parecía que estaba bastante enfadada, más bien volvió a sonreir. Cuando anochecía, sobre las ocho, nos dirigimos a la casa, quería entrar solo, pero también necesitaba que lo orientase, vaya que Esther no se manifestase con él a solas. Me pidió que fuera discreta con lo que allí viera, debía guardar el secreto profesional que tienen los abogados. Asentí, estaba tan eclipsada que hubiese por él matado, pero sabía que cuando dejara de verlo, mi voluntad volvería a la normalidad, de eso no tenía miedo. Mandó a sus escoltas que se quedaran en el Hotel, solo me iba a acompañar al taxi. Una mentira, pero es lo que pedían las circunstancias. Nos montamos, y una vez sentados, nos cogimos las manos. Me sentí mal, porque si Esther nos veía, quizás algo malo iba a pasar. Llegamos pronto, no había tráfico. Le enseñé la casa, y la puerta se abrió, por arte de magia. Todo estaba oscuro, y todo pasó de una forma muy rápida. Notamos como los cristales se rajaban, como las paredes sudaban, e incluso psicofonías que no se distinguían las palabras. Me dio miedo, pero Héctor parecía que con ella hablaba. Vi pasar la imagen de una mujer con una vela encendida, que se dirigía hacia el tejado. Creía que era Esther, porque Elena, según decían, llevaba una antorcha. Se lo fui a decir, pero él asintió como diciendo: “la he visto”, así que me pidió intimidad, y que me marchase fuera, donde hubiese cámaras. Me asusté por él, no sé porque quería darme una coartada, pero a veces es mejor hacer caso, que pasar por traumas. Me fui a la calle, mientras miraba el tejado, por si ayuda necesitaba. Vi la imagen de Esther hablando con él, mientras Elena con su antorcha alumbraba. Discutían, pero él sonreía y le acariciaba su pelo, como en la cena pasada. Todo se oscureció, una nube tapó la luz de la luna, y empezó a llover, y mientras Héctor se mojaba, Esther parecía intacta. Se acercaron poco a poco al precipicio, sin querer, pero el peligro avisaba, y cuando fui a decirle que tuviera cuidado, que el suelo resbalaba, vi como Esther lo empujaba. No pude hacer nada, no me dio tiempo a reaccionar, y ahora estaba bañado de sangre a los pies de la casa, mientras una cámara lo enfocaba. Corrí a su lado, sin tener claro que era lo que debía hacer, si debía irme, socorrerlo.. Miré al tejado, y estaban las dos juntas susurrando. Esther se quitó el ramillete de la mano, y tiró lo que quedaba de él, porque estaba muy destrozado. Entonces reaccioné, y me fui corriendo a recogerlo, no sé el motivo, pero quería guardarlo. Miré al tejado, y ya no estaban, se habían marchado. Dejó de llover, y la luna volvió a salir, iluminando su cuerpo demacrado. Estuve unos minutos a su lado, incluso le besé, mi amor por él duró poco, pero fue tan bello como un relámpago. Parecía que todo había vuelto a la normalidad, pero con un muerto acostado. Cogí al móvil, iba a llamar a la ambulancia, pero al mirar la guía, vi el número del inspector de la policía, que conocí en la cena, así que no lo dudé y marqué. Se sorprendió mucho, me dio miedo pensar que me involucraran, fue entonces cuando entendí la insistencia de Héctor de ponerme frente a las cámaras. No sé si fue intuición, o que sabía lo que ocurriría, si Esther por allí andaba. Colgué, cogí el ramillete de recuerdo, y esperé a que el inspector llegara. Me acordé de mi hermana, de lo que decía sobre mí, creyendo que no se equivocaba. UNA MENTIRA PIADOSA El inspector llegó pronto, se cercioró de su muerte, llamó a la policía y a una ambulancia, mientras me hacía preguntas - Cuéntame tranquila qué ha sucedido - Como sabes soy médium ( la primera vez que lo admití), y me ha pedido ayuda para comunicarse con su mujer. Le comenté que la había visto en este lugar, y ha querido venir por si podía hablar por última vez con ella. Ha subido al tejado, donde dicen que está Elena, ha empezado a llover, y creo que se ha resbalado. Me pidió que le esperase abajo, y esa cámara lo puede verificar, no sé si enfoca también la fachada. - Con las tonterías ha muerto otra persona, veremos si no te culpabilizan. Debes tener cuidado con los que llamas poderes, te pueden meter en líos, pero si es verdad que ha pasado así, las cámaras funcionan, y de este lio te salvas, pero no juegues con la suerte, no siempre acompaña. - Lo sé, muchas gracias por la ayuda - Puedes irte a casa, estás empapada, pero no salgas de Madrid, hasta que todo esté cerrado, por si necesito alguna declaración más, no por mí, sino porque me la pidan. Era un hombre importante, y necesitarán más que una excusa, para explicar su muerte trágica - De acuerdo, mi móvil ya lo tiene, espero su llamada. - Por lo menos hasta que se vea lo de las cámaras, y le hagan la autopsia, no te muevas de casa - Eso haré No pude dormir, no por la mentira, si no por todo lo sucedido, y el dolor que sentía, porque había muerto un hombre que casi despierta en mí la felicidad, aunque fuera unos segundos. Mentí un poco, pero creí que no era muy acertado comentar que Esther lo había empujado, eso era demasiado incrédulo, empezarían a buscar a otra mujer, y creo que se liaría más la cosa, pero si en las cámaras salía la imagen del fantasma, lo explicaría todo sin dudarlo, si no, creo que era mejor dejarlo estar, porque si no puedes arreglar nada, es mejor parar de liarla. Cogí el ramillete y lo puse baca abajo sujetándolo del cuadro del Ave Fénix, había leído que era la forma mejor de hacer que las flores se secasen sin estropearlas. Quería tener un recuerdo de él, y no me importaba que fuera de su amada. Sobre las dos de la tarde sonó el teléfono, era el inspector - Puedes estar tranquila, las imágenes hablan por sí solas, además la autopsia ha dejado claro el motivo de su suicidio. Era un enfermo de cáncer terminal, le quedaban pocos meses de vida, y creo que acabó rápido con el sufrimiento, y más después de haber muertos su mujer, la viera o no como fantasma - ¿Bueno entonces no me acusan de nada? - La policía no, quizás la familia quiera alguna explicación, pero si saben lo de su enfermedad, no creo que te pidan nada - Menos mal, estaba un poco asustada - Bueno ya puedes hacer vida normal. Una pena todo lo ocurrido, y hazme caso, mantén tus poderes tranquilos, y lleva la vida lo mejor que puedas, sin que haya cerca desgracias. - Lo tendré en cuenta, pero a veces ser de una forma no se elige, sucede, y no te puedes librar de muchas cosa que ocurren cerca de ti, parece que el destino me llama - Intenta controlarlo, porque podría asegurarte que de otra no te salvas, nadie cree en las coincidencias, y menos cuando alguna vida no se salva - Tienes razón, intentaré hacerte caso, pero no prometo nada - Haz por ello. Buena suerte, guapa - Gracias Me había quedado tranquila, agradecí a Dios y al espectro de Héctor, que me dejase estar en la calle, mientras ellos hablaban. Me había librado de un gran lio, y estaba algo cansada por tanta emociónes. Comí un sándwich, no me apetecía nada más, y me tumbé encima de la cama. No había ido a trabajar, pero Víctor lo comprendería, le había mandado un mensaje diciendo lo ocurrido, el martes le explicaría todo en el despacho, nuestra segunda casa. Recé un poco, hacía tiempo que no lo hacía, pero a veces como que me reconfortaba, no sé encontraba algo de paz, en esta vida a veces tan complicada. Pedí por Héctor y por Esther, porque sus almas descansaran, y también por mis hijos, porque sus vidas fueran más afortunadas. Dormí, la mayoría de las veces me costaba. Y entonces tuve un sueño, otra premonición, que explicaba la trágica muerte de Esther, porque ya casi nadie se acordaba. Me vino la imagen de Héctor y de Esther en el Hotel muy contentos, y preparados para la cena. Vi como el conde sacaba una caja con las flores, que llevó luego en su muñeca. Se la colocó mientras sonreía, como siempre hacía. Y marcharon juntos a la puerta, como dos enamorados que acaban de conocerse, y por quien suenan las campanas en primavera. Me desperté con buen sabor de boca, pero sabiendo que algo escondían esas flores tan misteriosas, porque no conocía ni si procedencia. Así que sin dudarlo, intenté buscar su nombre entre las flores de la tierra. Me costó mucho dar con ellas, pero las encontré, su nombre Adelfa (una flor venenosa, también conocida como laurel de flor o rosa laurel). Todo cobró sentido, así la mató, sin que nadie sospechase, sin que la autopsia lo delatase, cuando ella las oliera con ahínco. Lo tenía claro: sabía que se iba a morir, y no soportaría dejar a Esther viva, para que acabase en manos de otro amante. Muchas personas mueren matando, no aceptan su destino, y los malos sentimientos ganan a la bondad, si es que alguna tiene el acto. Mi Príncipe de las Tinieblas había dejado claro su cometido, pero si nadie sospechaba, no iba a ser yo quien levantara acusaciones sobre un muerto, para aún más destruirlo. No sé porque, pensaba que se lo debía, que debía silenciar sus oscuras intenciones, quizás por ser un hombre, como ya dije, bendecido. Me dio pena que a quien había idolatrado, se hubiese convertido en alguien ruin y mezquino, pero quien no se equivoca, y más cuando vas a dejar este mundo. Quizás lo quisiese justificar, por el amor que sentí durante unos segundos, pero que Dios me perdone, no iba a solucionar nada con decirlo, así que lo dejé estar, e incluso comprendía a Esther antes de desaparecer totalmente, porque la madurez me había traído la sabiduría suficiente, para no condenar una justa venganza por un destino no escrito. Miré el cuadro, las flores y la figura de Plutón, que me traje del despacho, como aguinaldo del primer caso, entonces decidí poner en la coqueta los recuerdos de mis difuntos, creyendo que ese pequeño altar me ayudaría a vencer a los malos espíritus…
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