Sin dejar de olvidar la selva de palabras que me absorve y persigue, y levanta sitios y me espía,
             enfundado en los aleteos en que suspiran y de los que se cuelgan los pájaros matutinos,
             metiéndome en el traje intranquilo que fue y será esta piel casi ensangrentada mía,
  veo que comienza una balizada de frutas, como gotitas que sepultarán a los mendrugos de ayer.
         El mundo comienza a ser de nuevo mundo, incapaz de desceñirse de sus sólidos contornos.
         Te busco con las miradas que se sueltan de mis manos. No te hallo, me inquieto.
       No sé si ya te vestiste de pluma o viento ligero y saltaste por la ventana hacia lo imaginario.
       Mi amor primitivo, inseguro pero jamás errático arranca los minutos que caen de los relojes.
         Mi tranquilidad de lobo añoso se afirma al sentirte cercana y yo en tus respiraciones.
    Sé que mis defectos superan mis trilladas manías y que la sinrazón me puebla como cicatrices.
     Por favor no rehuyas de mi y mis uñas ansiosas y este beso que quiero colocarte en el  cuello.
      El fulgor sólo lo es cuando se desternilla tu presencia de copa rebozante de nieves
   y llueves sobre mi, ahogándome en refrescamientos en cascadas de risotadas que me asedian.