Toco mi corazón como a una llama muerta:
           aunque palpita finge que está viviendo.
           Bombea sustanciosos ríos de sangre viva,
            me irriga con las regularides de la luz rodeando a los crepúsculos.
            Aún sube descalzo desde los rebrotes de mis pies simulándose lanzallamas
            y plena de lagunas rojas mi cerebro y recarga mis ojos, quizá con falsas músicas.
            lo veo hacer reflotar mi tórax lumínico, espacioso y simetrico, anterormente fuerte
            llevando hasta mis uñas las sustancias vitales, los minerales que forjan la existencia.
            Pero no me fió de él como no lo haría de somnolientos minotauros.
            Posee los cachos de los toros realmente mayúsculos.Incisivos colmillos en reposo.
            y, como dique contenido que no evita quebrarse, repite los descuidos de sus ancestros
       puede atacar de súbito como aguas subterráneas, como turbión que arrase aldeas negras.
        Sobrevivo y me vela un enemigo fantástico, una falacia multicara, que se echa en lo verde,  
            que podria lanzar sus manotazos de garra brusca a mi cuerpo, deleble, pasajero cruzado
            por mareas de enlazados tuétanos que se borran cuando la noche mengua
            y suelo reducirme a ser algunos pusilánimes respiros, a ecos paralizados en mi recintos
            claroscuros por donde jamás se extravió o extraviará una alabanza
            y llueve sobre mí la ceniza, sin jamás detenerse ni permutarse en perfumes o lirios.