Entre los arroyuelos brillosos y sus juergas de gotitas azulinas,
                 apaceces pura, mojada de independencia, moviéndote entre candorosidades ,
                 pisando los colores de piedrecillas fúlgidas cansados de ser guijarros de orilla,
                 chapoteas y esas ondas se vuelven reverberaciones de breve avistamiento.
                No hay cielos artificiales ni prodigios que puedan darte una apropiada sombra,
                ni pequeños cielos insípidos capaces de reflejarte o abstraerte y llevarte en su vuelo.
        Monumental eres para los íris de los alcornoques y las retinas de los ausentados almendros.
                y cada vez que le das de beber de tus aguas a las aguas, se sueltan exclamaciones   
dejando a los predios verse en sus desnudeces, demostrando que toda arborescencia es frágil
 y que sólo tú eres el refulgente árbol de los absolutos: la que se cristaliza extendiendo ramajes.
           extensa verdad que remoja ríos, lagos, desconsuelos, mares vueltos lloviznas
              lloviendo en los elementos que claman que se les reverdezca y rutilar un poco.
              Y aquí permaneces, decolorando la tez de este arroyuelo que se iba esterilizando
                   para resucitarlo a un mundo donde sus exiguedades palpiten esperanza.