Yo te crucé sudamerica, de rincón a rincón, cada uno de tus muchos milímetros,
         te palpe las entrañas, la pulpa dura de lo estabas hecha,
          conocí tus marcados horizontes, tus cimas invernales,
          tus llanos fertilizados que daban el maíz, la yuca
         fuertemente pulposa que se volvía casabe en las manos
          del indígena de índices callosos, la naiboa creada para
          el vientre de las recién paridas y la boca mínima de los destetados,  de caras severamente frescas.
          mis ojos escrutaron todos tus elementos ordenados 
          y percibí la luz de tus inicios, el origen de tus ríos tremendamente caudalosos, la misma textura casi genital de tus magmas volcanicos, los arrecifes labrandose a si mismos, la pureza
           de tus golfos imperiosos, tus bahías multiplicándose por costados y cielos, las ciénagas que atrapan al venado y lo comen.
           Te crucé por caminos que se iban construyendo presintiendo a mis pies inerciales, que se movían sólos a cada centímetro de tu fulgor mientras que las veredas temblaban en su danza de extraño frenesí pululante, brotaban las carnosidades de tus animales como las estampidas que suceden impensadas, tus primorosas aves fluyendo de sus nidos y reinando con majestuosidad de aire que se suelta y hace desde brisas suaves hasta intensos torbellinos.
           Sentí como mi médula era parte de ti y que habías infiltrado mis delicadas venas, entonces me supe parte de te tus vitalicias estructuras orgánicas, de tus alientos básicos y que mi cuerpo era extensión de tu vida.