Nunca nadie le ayudó, ni mucho menos le escucharon. Vivía gritando a los cuatro vientos que alguien la sostuviera, que la tomaran de la mano y la sacaran de aquel pozo en el que se encontraba; nadie llegó, nadie fue. 

Solo necesitaba salvación, un "Todo estará bien", siguiéndole a dichas palabras un abrazo. No pedía más (Nunca pedía algo) Pero al parecer sus intenciones no llegaron a personas; ni a sus cercanos, ni a su familia, ni a sus amigos. A nadie. 

Se ahogó en el agua salada que brotaba de sus ojos, se ahogó en ese manojo de pensamientos. 

Dejó de respirar un día nublado. Encontrada con sus ojos cerrados en la ducha del baño, pálida y con rojo a su alrededor. 

Una carta, palabras escritas con rencor, dolor y un último suspiro de ayuda.

"No es su culpa (Lo más probable es que sea mía) No supe hablar y ustedes no supieron escuchar. No se que más me faltó, ¿Pedir ayuda? rogué días, noches, meses, años por esa salvación, pero nunca llegó; nunca me la dieron. No culpo a nadie más que a mi: por ser débil y no querer seguir, por matar cada parte de mi todos los días, por dejar de sonreír, por no aprovechar mis días. No quería ser un(a) adolescente con problemas, que ustedes solo veían como una carga, pero lo fui (o lo soy) y no queda mucho por decir. Hoy ya no estoy aquí, y quizás es lo mejor. 

El sufrimiento y dolor fueron parte de mi. Me sumergí en lamentos, tristeza, agonía. Mi mente se llenó de súplicas silenciosas, me colme en defectos que todos señalaron con los dedos y exploté, salté al precipicio de la perdición y no supe salir. 

Y la única salida que encontré al caminar y caminar fue esta, la que hoy casi todos temen pero a la vez aman: La muerte"