Ya no deseo ser yo: simplememente desprecio hasta  mis mancuernillas.
               el pantalón fosfòrico tan consuetudinario en el que estrechado entro,penosamente
 
 
               la costumbre advenida, el pasar por los mercadillos seleccionando anémonas,
               arrastrar cada dìa el peso dilatado de mi vulgar sangre en mi sombra grasienta.
         El río de rutinas que me arrastra como unas anclas arrojadas a sotavento y son refreno y
         adversidad patente, adversiòn descaradamente indecorosa. 
 
      Vagar de aquì hastá allà, pendular entre lo trágico y lo fatídico, arterialmente demacrado,        golpearme con la greda que se levanta en murallas y me mantienen en vilos estrambóticos,              Volverme cada dìa a lo que me es trillado y extensamente fastidioso hasta el sadìsmo.
             Quiero ya el receso de lo que ha cumplido con su áspera agenda ignominiosa.
              Tiritar bajo nubes intensamente blancas que no alcance el mechero del petróleo ,
              hacer lo que me venga en gana, volverme fruslería, nimiedad, bagatela:
              Cosa menuda envuelta sin cinismo, regalo precario, éter que se disuelve.
       Olvidarme de las raidas penurias que se encaraman a mis espaldas y me rompen la corva.
     El uso desmedido de mí y de mis confusiones me va desgastando visceralmente y llevando a sus hipnòticos mausoleos equinocciales en los que mueren tròpicos y es endèmica la escarlatina
 
             y literalmente deseo liberarme de los pergaminos y la persecución de las lilas
             y arrojar mi tintero y sus sonrojamientos a un piélago de hogueras.