Poblana,
         algo rapáz 
         y violento te envuelve:
         Gira sobre ti con ganas de rapiña.
         Aun subliminalmente lo percibe tu aldea
         y las tatarabuelas indígenas lo saben por presagios.
          Puede ser emplumado y nutrido de garras,
          o vestido de indio juntando sus texturas.
          Hay algo que socava las cuevas del auxilio,
          Hay un peligro que calla sus rugidos de fiera mutilada.
          Con todos esos enigmas e indicios alcanzándote,
          muy despreocupadamente te acercas a vergeles engañosos, sinientros,
         en las perforaciones del jardín aparentado una pantera vegeta:
         Puede levantarse en sus bizarras garras y proclamarte victima.
         Casi sin cautela ignoras el asecho y tomas los frutos del follaje,   
         como si habitaras un mundo de matices benditos,
         sin turbiedad estrecha o alejada en alguna diáspora.
         Con esa ingenuidad tus prolíficas manos,
         se extienden laxas y tomas del pelo al maíz y al recatado afrecho muy estimado
         y levantas la leña con la que harás comidas, alegrándo a tu casa y a tu prole.