No intuiré lo que escondas en el alma.
               No intentaré contactar al secreto femenil que enclavaste,
               en la inespecificidad de alguna monótona región sin yerro.
               No te he citado para interferir con desaciertos ni buscarte desatinos.
              Mi comportamiento no inspecciona ni socava ni penetra con lámpara.
              La serenización de tu ánimo es lo que pretendo: Quitar azoramientos.
              Me ataviaría de arrullo si lo necesitaras para mantenerte riente.
              Y dejaras de apenarte por el que el pasado siempre cabalga en fuga.
              No más áyes, ni clamores ni lamentaciones que desmedidamente perturban.
              No eres yesca ni piel pisoteable o desecho para arrinconar en un baldío.
              Eres la mujer que me escogió para desenmarañarse en carcajadas,
              la que se acercó a mí, con unción de amores como si fueran manos.
              Gentilizada flor abierta a los vocativos que suelen venir de mis pupilas.
              Deferente, sincerizada, dispuesta a adentrarte en una disputa de besos.
              La que conoce que la invoco antes de que mi ánimo lo entrevea.
              La que se consagra a ser vindicada en una sábana sin vejámenes.
              La que no contraviene mis desarticulados deseos tendenciosos 
              cuando porto el bouquét de una pasíón sin corporales conmiseraciones.
             La que no se hace espejismo ni distancia cuando gravito sus aureolas
             y sabe detener mi reciedumbre volviendo mis vigores, sutilezas.
             La que se ata conmigo en la humedad de los solticios que vienen con las auroras                    extrayéndome de las yemas rígidas de la desesperanza si estas llegaran a atraparme.
            Amaneciendo con mi cuerpo amoratado de las que creí desterradas confusiones
            columpiándose junto con mi cuerpo sedientoen elipses prohibidas y provocadoras.
      Balsámica, cariñosa, agua de ensenada virginal para mis eventuales silencios conflictivos
           Alfombra en la que puedo extenderme y libertar mis quereres casi inmisericordes.
           Hendidura en que puedo sentir mi hombria si después rozo tus aliviados labios
  con el mismo regocijo del que se siente encontrado y correspondido por una lengua solidaria.