Hoy marcho con mis compinches
con mis pantalones de salir los domingos.
No hay guardias barbados en las esquinas
ni esbirros que cuiden los ricos tamariscos.
Mis amiguetes son mis cómplices de juegos
y también son traviesos y malucos.
Nos gusta hurgar hasta las hélices
de un avión de guerra abandonado.
Nos encanta escaparnos a la usina
y ver como machetean a los cañaverales.
Observar a las viejas en pleno escándalo
por no saber donde dejó sus planchas dentales.
Ver a la vecina floreada lloriqueando
porque la burra de la doméstica le quemó la cocina.
Mirar los ataques de unas locas
que viven en una casa verde y opulenta.
Nos gusta ver a las muchachas equinas
pataleando su berrinche por un novio insufrible.
Seguir los cogollitos de montoneros
que obedecen las órdenes de otros maleantes.
Tambien nos alegra oír a las solteras paranóicas
reclamarle esposo u novio a su arcangel preferido.
Nos fascina lanzar mangos podridos
en los lugares en que se hacen verbenas o mítines.
Somos una muchachada espantosa
llenos de malos olores y de feos copetes.
Somos ventorrillos detrás de los almendros
e igual metemos la mano en plantas o retretes.
Nuestras madres son nuestras mayores diademas
y nos esperan siempre con la correa en alto.
Existimos para nuestras andanzas
y lanzarle terrones a los machacadísimos mineros.