Donde Dios existe solo para sombras que se asustan de ti;
en el cielo que reventó el puño de la ira
y rezuma sangre sobre tu pelo de bello tinte rojo.

Ahí es tu sino, ahí tu lugar, agachada para que las medias nuevas te raspen el culo,
los muslos te masturben el coño
y enrojezcan entre si como dos monaguillos atrapados.
Son tus manos las que tocan sin cesar
esta carnadura que causa excitación hasta el desmayo.

Ellas quienes se despeñan por el vértigo de tu cuerpo magro:
agudos salientes, profundos abismos;
donde mi lengua desearía morir ahogada
con la sangre casi cocida de tu menstruación fabulosa.
Mis latidos, y el aliento… y la zozobra,
las sombras que te buscan pero no consiguen rodearte.

Mis deseos la niebla que esconder
deseara eso en ebullición de todo el resto de las cosas
y sin embargo tu sonrosada piel
surge con su brillo de mujer que usa los placeres:

Si, porque son mis manos las que no logran jamás enredarse con las tuyas.
Y por esto una voz grita “zorra!” de modo desalmado
y tu boca de vicio sonríe satisfecha.
Responderías “sí!” con gusto si hubiera alguien a quien responder.
Todas las catedrales están vacías a la hora en que tú reinas.
14/ 08/ 20014. A tu bella imagen.
 Imagen: Maurizio Barraco
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