No me veas
          como no ves a la niebla.
          Mi voz y mi piel llegaron del pantano.
          Sometido al malabar del mar amargo.
          Regreso por un canto de coyote que malsuena.
          Soy lo que queda de mí en esta angosta bruma.
          Molido mis íjares de añoso sacerdote.
          Vengo buscando el canto del olivo...
          Y el candór que me dabas, fruta fresca:
          Nacida para mí y mis fragores,
          vibrante en tu talle de castaña.
           No hallé otra cintura ni entrejí lejos de ti un hijo.
          Por lo que he vivido en mis azotes sé que eres la que el destino prometía:
          Tierra a mi corazón dada para volver a ser labriego.