Entra, oculta en tu vestido
         la fragancia fraterna de la miel y el almizcle
         y aquel almíbar dulce que en tus poros recala
         impregnada de una rabia falaz que mal te sirve. 
 
  Pasa a mis corredores y  a mis muy densos derroteros.
         Pasa a degustar mi luz de lumbre viva que lanzo en las escarchas de los seres mareables.
         Ven y levanta la piedra grís sin peso que desgajé del aire,
         el suspenso suspiro que llevaré a tus manos.
         Mirame ser Sol, lumbre, flama, fuego, delirio:
         Copa de marejadas que roen los abismos con su empuje de aguas procelosas.
       /  Canta conmigo, amiga, el canto del prosélito que nació entre castañas que almidono la luna/.
         Une tu voz al ave que vuela en melodías, en rimas de mi selva y el arte de mi jungla.
         Déjame que te libre de febriles congojas que aún tu mente trillan.
         Y saca de tus prendas la dulzura de carne, la flor en su diadema, la piel apetecida.
   Permíteme que sople en ti el soplo del vibrante, la sonrisa del hombre que desconoce al tedio.
    /    Serás entonces la rosa que enarbola el niño displicente al vencer la manigua que trajera la hiedra/
         el iris que contempla a seres desgarbados....
                                 la diadema rugiente con la que sueño y brego
           al lanzar las campanas de mi voz asonante.