Te convoqu.
Publicado en Jan 01, 2024
Te convoqué en el tiempo en que capeaba el frío: me era necesario saber que tu llanto y sollozo se habían marchado. Con el gemido de las nieves viejas: nunca vivirán más de un invierno. Cuando el calor levantaba en sus ventiscas a las primeras cañas que encontraba. Ansiaba verificarcar que tu gimoteo se desplazó a otras ciudades, hecho luto. Acércate a mí, al resolano, porque la era ya quema a los retoños. Vayamos a ver virar lo que la tierra ilustre engendró cuando el hielo se rompía y una gota celeste halló la grieta para extenderse a los retoños, que en el sembradío se repiten como instinto o ciclo inmaculado. Marchemos a ver al árbol verde que se esquina y a sus cerezas lavadas en bondades. Ya no quedan recordatorios de que el légamo hacía que se hundieran venas tristes. Vayamos a degustar con los ojos gemelos que cada mortal carga sin fatiga las legiones de maíz incipiente, la caña coloquial que da su aroma y desnuda su presencia. Visceralmente, sentí que el blancor te espantaba porque el otoño atrevesó los lienzos del color que disfrutabas, cuando la primavera desertó de ti, silente. El rigor en el campo se vendaba de lozano y contraía el mundo bueno sin granizo. Pero, volvió de su aventura el campo vivo: lo rosado ya soltaba su envoltorio y el higo se volvió gentil bocado, vitualla para los que esperan en prudencia. Acontece, que debe dejarse ir a la congoja, con sus ramales grises ya vacíos. La providencia se sentó en las copas altas de los árboles que multiplican sus anillos y sus años. Pronto se arrodillarán los amores que persisten y que duetos de dolores no les hallan. Se amarrarán los besos a lo denso, sujetándose a palabras dictaminadas. Apuesto al azahar que no ve azares, a la lágrima extraviada que se reencuentra y olvida. A las parejas perdurables que fondean su querer que no corta ni trilla y se navegan ambos. Arde la tarde como la vida abierta a recoger lo dorado que se entrega, sin pedirlo. Hagámos de esa viña espacio de lagares: démos gusto a la placidez de la fiesta. Todo es fugaz y se ha fugado el tiempo de la amargura con su álgido sopor: hemos vencido. La alegría es el escape más profundo que puede desmembrar gruesas malezas que a los seres más tiernos traspasaran, pues no era su corazón más que quebranto. Las estaciones pasan como odas y como odas también retornan con lo ajeno. Este es un momento para soltarse las amarras que lo esencial del frío había creado. Tan solo saboreemos el minuto de vendimia y celebrémos al Sol, siempre imponente. No te daré hoy el nardo rojo, ni las pasiones a las que guardo como a rayo mío. que se inflaman cuanto tu paso se enardece por esos golfos que traza la paloma. Hoy seré para ti amigo cauto, aquel que abre tu oído al violonchelo que en esta hora se destaca. haré menguar mi fuego hasta que puedas disfrutar de la fruta rebrotada y seas Rugido del cantar que se repite y llama la atención del cielo vivo.
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