Mis manos,
             mis manos que se extienden sobre ti, derramada:
             Manos desparramadas por cabellos y nuca,
             manos devoradoras donde sucumbe el tacto y se abren codicias.
             Mi mano zurda te rozó la garganta, mientras en ti posó y rimara mi diestra .
          amaneciendo a la luz de tu tobillo frío, encendiendo el fogón de una aurora inminente.
       Tocáronte como el mar mis índices al nocturno, y el pulgar asimétrico te recorría toda,
             hundiéndose en tus muslos y lavándose en la música áurea que unge tus dos pechos.
      Mis dos manos se hurtan para mojar tu arena : trepadoras, te reptan blandas elevaciones
             y como ríos caen en tu delicia: escapan hacia el mar de tus pómulos.
       Hambrientas de tu gracia teñida de delicia, se espuman y te velan: lebreles en insómnio.
             Muriendo en tu desnudo, escalan donde flotan tu textura de gema y tu lento coraje.
    Por tu cuerpo de muelles se les ve atosigadas, al borde de unos poros abundantes en mieles.
             Manos que, en sus sentidos, se extasían en tus vados y curvos dobladillos
             y se hacen fino estambre de un manto que te cubre las aún aniñadas muñecas
          dándote la tibieza de los tizones básicos, amañando tu alma con uñas persuasivas.
           Ambas manos se van de mí y te bordan, te acorralan los dedos en tu textura enorme.
      Y se hacen satélites que orbitan tus encantos, enfrentando con celo el lodo que te vela.
      Y aviesas y traviesas, te van lavando toda con un agua celeste que no hay ni en los Urales.
 /Te protegen del ático que te vea y recele: son dos manos en guardia que se piensan guaridas/