Las enseanzas de Confucio
Publicado en May 25, 2024
Por Roberto Gutiérrez Alcalá
Un empresario poderoso llegó un día a un pueblo miserable ubicado cerca del mar, para ver qué podía hacer por la gente que lo habitaba. De lo primero que se dio cuenta fue que toda la gente de aquel pueblo se moría de hambre, por lo que, sin dudarlo, tomó la decisión de ir a la costa, lanzar una gran red al mar y sacar una buena cantidad de peces para alimentarla. Y así lo hizo, y la gente de aquel pueblo comió por primera vez como Dios manda. Esta acción se repitió uno, dos, tres días..., hasta que el empresario poderoso recordó las enseñanzas de Confucio -porque, además de poderoso, era bastante culto- y resolvió enseñarle a aquella gente a pescar para que comiera el resto de su vida. Y así lo hizo. Entonces, la gente del pueblo comenzó a pescar y a comer todos los días, y así, bien alimentada y fortalecida por el esfuerzo físico que hacía al lanzar las redes al mar y jalarlas hacia la costa llenas de suculentos peces, también pudo desarrollar, poco a poco, su inteligencia y su creatividad, de tal manera que, al cabo de unos meses, ideó un sistema de pesca novedosísimo que con relativa facilidad le permitía arrebatarles a las aguas marinas toneladas y toneladas de peces -y aun camarones y pulpos- que vendía en la ciudad a un precio razonable. Pronto, aquel pueblo miserable se vio convertido en una próspera comunidad donde todos -hombres y mujeres- trabajaban y comían todos los días, y se cultivaban a sí mismos y se divertían y eran felices. Sin embargo, al enterarse de tan extraordinario éxito, el empresario poderoso receló que aquella gente podía volverse muy codiciosa y en un futuro no muy lejano quitarle a la mala sus empresas -entre las cuales, por cierto, se contaba una empacadora de pescados y mariscos- y llevarlo a la ruina. Por eso, otro día, con el apoyo de las fuerzas del orden de su compadre el gobernador, se presentó en aquel pueblo ahora boyante y, a punta de pistolas, rifles y ametralladoras, obligó a sus habitantes a venderle el novedoso sistema de pesca que habían inventado y a cederle todos los derechos sobre él, con lo cual las cosas no tardaron en volver a lo que casi todo el mundo consideraba su estado natural.
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