Atado a un muelle y mirando al mar se quedó mi corazón, el horizonte poco a poco se llevó tus recuerdos haciendo de las estrellas un pensamiento al sollozo de las olas. Siempre creí que volverías a mí, en forma de sueño, y entre las nubes quise bajar la luna para que me acompañara en esta soledad.
 
Ahora tengo la nada, que es lo poco que me queda, y aunque siento que me muero, no lo consigo. Pasan lentos los años que el reloj camina al compás de mis latidos. Cada amanecer trae consigo la brisa del mar, que acaricia mi rostro con la misma suavidad con la que solían hacerlo tus manos. El eco de tus palabras aún resuena en mis pensamientos, como un susurro lejano que se niega a desaparecer.Las olas continúan su danza eterna, rompiendo en la orilla con una cadencia que refleja mi propio vaivén interno.
 
En cada cresta veo tus ojos, en cada rompiente escucho tu risa. Pero la marea se lleva todo, y me deja con la amargura de saber que cada día que pasa es uno más sin ti.La noche llega, y con ella las estrellas que una vez fueron testigos de nuestros sueños compartidos. En su brillo, busco consuelo, pero solo encuentro reflejos de lo que pudo ser.
La luna, mi eterna confidente, ilumina este rincón de melancolía, recordándome que la soledad también puede ser hermosa, aunque duela.Y así, el tiempo sigue su curso. Los años pasan, pero el amor que una vez sentimos permanece, atado a este muelle, mirando al mar, esperando un regreso que quizás nunca llegará.