Concierto por los ciento catorce años de la Universidad Nacional
Publicado en Sep 23, 2024
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Por Roberto Gutiérrez Alcalá
 
Los músicos de la Orquesta Sinfónica de Minería ya ocupan sus lugares sobre un espléndido escenario montado al aire libre en las Islas de Ciudad Universitaria y, apenas escuchan el “la” ritual del oboe, comienzan a afinar sus instrumentos.
Mientras tanto, en la inmensa alfombra verde que se extiende a los pies de dicho escenario, una multitud conformada por unas dos mil quinientas personas de todas las edades espera alegre y relajada el inicio del concierto que conmemora el ciento catorce aniversario de la fundación de la Universidad Nacional.
Muchos asistentes están sentados en el pasto, en las sillas plegables o en los banquitos que trajeron consigo, en compañía de sus respectivas mascotas perrunas, otros permanecen de pie y otros más caminan de aquí para allá, viendo qué van a comprar, pues la oferta es amplia: raspados, nieves, chicharrones, papas fritas, tlayudas, tacos sudados…
Hay familias enteras, parejas de novios, grupos de amigos, hombres y mujeres solitarios... Eso sí, casi todos se cubren con una sombrilla, porque, a pesar de que una buena parte del cielo está cubierta de nubes, el sol pega duro.
 
¡A bailar!
Hacia las 14:50 horas, el director Raúl Aquiles Delgado sale al escenario, recibe el aplauso del público y empuña la batuta. Segundos después se dejan oír los primeros acordes de la primera obra programada: el Himno Deportivo de la UNAM, cantado por los tenores Alfonso Navarrete y José Luis Ordóñez.
Un éxito. Cuando esta obra de Fernando Guadarrama concluye, la multitud entona feliz -francamente entusiasmada- un “Goya” que retumba por todos lados.
Cerca de la ciclopista que circunda las Islas, a un costado de la Facultad de Filosofía y Letras, unos niños juegan futbol, mientras su perro los persigue y salta para atrapar la pelota. De pronto suenan las notas de los Sones de mariachi, de Blas Galindo. Alguien grita: “¡Ay yayaaaiii!”, y otros le hacen eco. Sin duda, la formalidad y la circunspección que imperan en las salas de concierto hoy están ausentes aquí… ¡Muy bien!
La tercera obra interpretada es la Suite de la película Redes, de Silvestre Revueltas, a la que le sigue el famosísimo Danzón número 2, de Arturo Márquez, el cual hace que no pocas parejas se levanten del pasto y se pongan a danzonear.
Ha transcurrido una hora y cuarto, y sólo fata cerrar con broche de oro este magnífico concierto. Entonces irrumpe, luminoso, el Huapango, de José Pablo Moncayo, considerado el segundo Himno Nacional de México… El júbilo se desborda entre el público, y así lo demuestra al final con el aplauso arrollador que le brinda a la Orquesta Sinfónica de Minería y a su director.
“¡Otra, otra, otra…!”, pide el respetable. Y como ésta es una tarde en la que no cabe la pichicatería, Aquiles Delgado vuelve a levantar la batuta para que fluyan el Prólogo de Harry Potter y la Marcha Imperial de Star Wars, de John Williams, así como Qué rico mambo, El ruletero, el Mambo número 5 y el Mambo número 8, de Dámaso Pérez Prado, con los cuales ahora no unas cuantas, sino decenas de personas bailan en distintos puntos de las Islas, en una coreografía improvisada.
El concierto para celebrar los ciento catorce años de la Universidad Nacional termina. Mucha gente empieza a abandonar las Islas, pero mucha también se queda a seguir su día de campo. Una joven le dice a su acompañante: “Estuvo muy bonito. Ojalá haya más en el futuro...”
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Foto del autor Roberto Gutiérrez Alcalá
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