Un fondo azul
Publicado en Oct 02, 2024
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         No sabía cómo abordar el dibujo, cambié el boceto varias veces y tardé mucho en dejarlo listo. Decidí hacerlo porque lo que ella había generado en mí era tan grande que necesitaba plasmarlo cantando, o escribiendo, o con el pincel.
          Ella es tan bella que cualquier artista la representaría indignamente, pero me animé a comenzar el trabajo. No iba a regalárselo, no, seguramente pensaría que soy un demente o algo parecido. Sería para mí, para poder verla cada vez que invadiera mi mente.
          Estaba el dibujo a medias cuando nos juntamos, por primera vez, afuera de la escuela. Fue una tarde de junio, en la plaza, lo recuerdo muy bien: me invitó con su amiga a tomar mate caliente, el cual me da acidez, pero no quería ser descortés así que lo bebí igual. Me convidaron emparedados y, cuando atardecía, mencionaron que tenían ganas de comer algo dulce así que les regalé dos chocolatitos que había llevado por si acaso.
         Trataba de deslizar el lápiz con suavidad, sabiendo que el poder cubritivo del acrílico es bajo y que la piel tan blanca de ella me dificultaría tapar cualquier manchón que la goma no pudiera borrar.
-Me arriesgo a que, mientras aplique el color, el lápiz no se vea y no pueda saber por dónde pintar -pensé.
          Pero, con paciencia, quedó algo un poco parecido a ella.
-¡Cuánto trabajo me queda aún!
         Comencé, indeciso, a colocar el color de fondo. ¿Azulado, rojizo, amarillento, violáceo, verdoso, anaranjado? El rojo, además de relacionarse con la pasión, opacaría la rosa que ella está sosteniendo, así que está descartado. Lo mismo podría provocar el amarillo con sus ondulados cabellos. El verde, anaranjado y violeta me convencían por igual; pero pensé que podría ser la única pintura que le diera, y ya que el azul simboliza el amor eterno, este fue mi elegido.
-¡Me encanta esa canción! -me dijo sonriente en una ocasión que estábamos juntos.
          Entonces la oímos, y mientras leíamos (o intentábamos leer) un texto de tiempos verbales para hacer un trabajo luego, ella no se resistía a susurrar las frases de aquella pieza musical al compás de su cabeza moviéndose de un lado a otro. Descubrí aquella vez que yo era feliz cuando ella lo era.
          Comencé a colorear su cabellera. Los tres colores primarios para formar el pigmento apropiado, más rojo que azul y mucho más amarillo que rojo: la mezcla parecía mostaza. Cómo adoro sus cabellos. Pelo suelto, o una sola trenza, son los peinados que usa y ambos le quedan muy bien. Con una corona y un vestido sería idéntica a una princesa medieval. Lo primero no lo apliqué, porque habría sido quizás muy exagerado, pero sí lo segundo. Ojalá yo con vestimentas de ese tipo pareciera un príncipe.
          Un día su amiga faltó a clases, así que me di el atrevimiento de acompañarla a su casa, algo que acostumbraba a hacer la ausente. Esto le sentó bien, sonreía mientras miraba hacia el suelo en el trayecto. Qué bella se ve contenta, y cuando no lo hace, pero cuando su boca es un arco invertido siento que vale la pena estar vivo.
-Me alegro de haberte conocido -me declaró al llegar a su puerta.
          Me esmeré en adelantar la pintura. Había llevado el atril y las demás herramientas fuera de mi casa, dentro de un invernadero de mi padre al cual nunca iba. No quería que nadie viera el dibujo.
          Le hice una primera capa a su piel. En su cabello podía equivocarme, pero aquí debía ser muy cuidadoso, ya que era tan clara que cualquier imperfección sería difícil de esconder. Qué hermoso sería poder besar su suave mejilla, perdí tantos minutos disfrutándolo en mis ensueños. Tú, la que habitabas en ellos, me dejabas abrazarte y acurrucarme apoyando mi cara en tu cuello como un niño.
         Una noche nos reunimos los tres, ya no para asuntos relacionados a los estudios sino, simplemente, para pasar el rato. Cenamos algo en una rotisería de mala muerte: teníamos los bolsillos vacíos y las ilusiones llenas. Su comadre tuvo que retirarse temprano y sin saber qué hacer, antes que mi adorada también decidiera irse, le propuse gastar los pocos billetitos que nos quedaban en un helado.
-¿Por qué no? Me quedé con un poco de hambre.
          Su vestimenta requirió menos esfuerzo que el resto de los elementos de la imagen, aún con sus pliegues y adornos sofisticados. Quizás, si algún día viera la pintura, desearía tener un vestido así, o se conformaría con verse luciendo uno en la misma. Por ello, debía hacerla lo más parecido posible a la realidad, aunque ni un mago podría replicar su belleza.
          Aquella noche mágica, sentados enfrentados en una pequeña mesita redonda en un rincón de la heladería, ella dijo que me quería. Con sólo esas dos palabras, sentí que todo lo tenía. Habría firmado que aquel momento no se terminara jamás.
          Comenzaron las vacaciones de invierno, y dejamos de vernos. La invité un par de veces a juntarnos, pero evadió cualquier cita. En mis recuerdos empecé a confundir su verdadero rostro con el de la pintura, la cual miraba no sólo mientras trabajaba en ella sino cada vez que mi amada se paseaba por mi mente.
          Finalmente, coloreé la rosa, que era lo último que me quedaba para terminar aquel trabajo que con tanto cariño e ilusión elaboré. Encerrado tantas horas bajo el nylon del invernadero, el sol me había quemado la nuca y percibí cómo se alargaban los días. Comencé el trabajo a principios de junio y ya casi estábamos en agosto.
          Por fin llegó el momento de reencontrarnos, al retornar las clases, cuando ingenuo de alegría jamás hubiese esperado que me comunicara que lo que yo anhelaba jamás iba a ocurrir. Si supieras lo triste que fue para mí.
          Tu pintura, en la que tocabas tiernamente una rosa, como yo hubiese querido que acariciaras mis penas, finalmente se quedó conmigo.
          Es cierto, tú no te enamoraste de mí. Tú no volteabas a verme por última vez luego de cada despedida, ni esperabas con ansias cada reencuentro, ni te ruborizabas al verme. Seguramente, tampoco me extrañabas en mi ausencia, seguramente. Sólo yo me estremecía al verte, llegando a sentir que tenerte cerca era como un bello escalofrío. Sólo yo me acostaba día a día pensando en tu amor, como una compañía solaz, y me despertaba habiendo soñado con tus preciosos ojos color miel. Si acaso supieras que cuando pudibundo te decía:
-Amiga, ¿cómo estás? -Amiga, ¿qué has hecho? -Amiga, ¿cómo te fue? -en realidad quería decir:
-Te quiero -Quédate conmigo -Te amo.
           Y darte un abrazo, y un beso, o dos. Y responderte si me preguntaras cómo estaba: que estaba enamorado, que estaba encantado, que estaba embrujado, que estaba flechado, que estaba hechizado, que estaba perdido.
           Sabrías así que al caminar a mi lado, ambos sonriendo: tú estabas despreocupada y yo enamorado, tú disfrutando y yo encantado, tú reluciente y yo embrujado, tú invulnerable y yo flechado, tú indiferente y yo hechizado, tú rozagante y yo perdido.
          El fondo de la pintura era azul, símbolo del eterno amor que había nacido de mi parte y, al parecer, del tiempo que la obra iba a quedarse conmigo. Tú, la tejedora de mi más grande ilusión, sólo habías podido amarme en mis sueños.
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Foto del autor Jaime Torrez
Textos Publicados: 21
Miembro desde: Jul 26, 2011
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Descripción

Cuento

Palabras Clave: Pintura

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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Beto Brom

Me deleité leyendote, colega de la pluma.
Shalom
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October 03, 2024
 

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busy