Desde el balcón de este castillo cómplice
te veo bailar en cada romería.
Oigo que eres apoteósis aclamada
y femineidad que pasa de las veinte virtudes.
Mis ojos hacen procesión hacia tu cintura
y en ellos se ha calcado ya tu serena silueta.
Me siento ineficaz llevando esta corona:
Mi ley me incapacita a desposarte conmigo.
Veo caer tu estatura a tus pasos
y a jóvenes arrojarte pétalos de gardenias.
Siempre caminas en un color distinto
y te recluyes en el punto más álgido de la luz.
Mi respiración depende entonces de la tuya
y yo sólo jadeo si tú también jadeas.
Te envió palomas con flores en su pico...
Veo que afuera es un mundo limpio y extrovertido
lejos de esta enmarañada corte de inconsistentes.
Quisiera presumir de poseer tu corazón
y anidar en tu pecho como una resonancia...
Eres suficiente razón para abdicar
aunque por ello sea expulsado y escupido
y despachen esbirros para apurar mi muerte.