Putibombn
Publicado en Oct 19, 2009
El asunto, por así decirlo, era irrisorio. Dolores miraba la calle y ese espacio tan extenso le causó un vacío en el estómago. Otra vez salir para ir en busca de la nada. Cerca de las nueve se sentó frente al espejo, recién se había duchado. Estaba desnuda y sus sonrosados pezones disparaban intimidad, mientras que sus senos algo caídos daban cuenta del paso del tiempo, del primer bebé y de los tantos voraces labios que los lamieron una y otra vez hasta dejarlos traslúcidos como dos alas de un volcánico insecto. ¿Qué podía hacer? ¿No volver más a la esquina esa y darle un puntapié a la estúpida vida? Delineó sus ojos calmadamente, quizás con más intensidad que la noche anterior, con rabia y el trayecto oblicuo del lápiz quedó impregnado con ese sentimiento. Dora le había dicho que estaba dispuesta a todo, y ese todo significaba dejar esa mala vida, redimirse, hallar un trabajo que la amiga llamó "honesto", "Bah, pamplinas", le había dicho Dolores, "no hay un trabajo así, ni siquiera en un claustro." Los párpados de un color verde Nilo algo tirado al amarillo y dos manchas comenzaron a relampaguear en el rostro de la mujer. Se sintió al mirarse en la placa gris ya otra, no siendo ella, y ella ¿dónde estaba?, la anterior, la que había jugado en el parque con su pequeño, la que había corrido tras el balón, la que se había columpiado como niña en los juegos, ¿dónde? Bajo los ojos describió una elipsis con un lápiz algo más claro que el verde Nilo de tal modo que empezó a aparecer la otra, la Putibombón de todas las noches que se paseaba de una esquina a otra como una malévola y seductora mujer come hombres. En el reloj, las 9:30, en la calle las luces de las farolas, en su alma, un cardumen de peces en la profundidad. Ya su nombre no existía.
Vestida como no era salió de su hogar, abrió las rejas del jardín y se subió a su auto, una lata de sardinas: el capot oxidado y color original difuminado por los rayos del sol. Giró la llave del motor de partida y el aparato comenzó a ronronear, primero con un mesurado sonido y luego, como una avión de la segunda guerra. Puso reversa y salió del estacionamiento. En la mitad de la calle maniobró y una estela de tóxico humo subió en burbujeantes nubes de color negro. En su reloj, las diez. Llegaría antes que las otras y no tendría problemas, se instalaría, esperaría en la cafetería "Dos gardenias para ti" y lo de siempre, un hombre, transacción, condiciones, pago por adelantado y tres horas soportando los gemidos de un desconocido y después de regreso a casa, pero nada de eso que siempre sucedía ocurrió. Un auto a toda velocidad, de seguro un ebrio, otro auto en persecución, tal vez la policía, el primer auto se detiene en la cafetería, el hombre tal vez ebrio baja con un revólver en su mano, dispara, una, dos o cuatro veces, el hombre del otro auto también con un revólver en mano, uno, dos, tres, disparos, Dolores cae con la cabeza ensangrentada a la superficie de la mesa, una mancha escarlata ahoga la pintura de su rostro, primero al verde Nilo, luego al más clarito y finalmente al lápiz labial. En un rincón del local una mesera atónita y al borde del colapso sostiene el café en la bandeja, es Dora.
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