El Viaje Fallido
Publicado en Oct 29, 2009
En cuanto traspasaron aquella puerta supe que había muerto.
Mi desbocado corazón dejó de latir para todos los fines, menos para el que en ese momento me interesaba: el silencio absoluto. Los vi alejarse con desgarradora tristeza, pensando que no los volvería a ver, por aquel mismo corredor, caminando hacia mí. Claro que era sólo una impresión provocada por mis más oscuros sentidos, que aquellos dos seres algún día regresarían a verme. Vi a través de mi ventana, ahora única comunicación con el exterior, que ambos entraban al auto con suma frialdad (¡qué distinto era conmigo!), con casi los mismos inconscientes movimientos, pues ya se dice que los hijos heredan de sus padres muchos de sus ademanes más banales. Por un instante Alan me miró con esos ojos grises tan profundos, no se si para despedirse o para suplicar que fuera a rescatarlo, pero pronto volvió el rostro hacia delante, quizá intentando suprimir la tristeza y no llorar. Levanté mi mano derecha en un acto reflejo con desganado afán de despedirlo al tiempo que me enjugaba las amargas lágrimas que empapaban mi rostro al completo. Pero mi mano quedó allí, como tendida al revés, incapaz de realizar el más significativo símbolo de rendición, porque yo no me había rendido. El coche arrancó y en pocos segundos se perdió de vista, dejando en su lugar lo que fue mi vida, una simple y vacía proyección de la vida de él. Sin sus pies que caminen sobre las desdibujadas líneas de mi alma, sin sus ojos que miren hacia mí y vean a la que nació únicamente para darlo a luz; sin sus risas que me guíen a existir sólo por él, no soy nada. Empieza la cuenta atrás, y desde ese momento todo mi ser espera pacientemente volver a verlo, y solamente volver a verlo. Si no hubiera sido muy precipitada, si hubiera planeado mejor poner fin a estas nuestras limitaciones carnales para la liberación eterna, nada de esto hubiera sucedido.
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