Recuerdo las horas junto al mar violento.
Tu cuerpo escurridizo y asustado.
Las coloraciones que nos daba la luna.
La espuma cómplice en que nos envolvíamos.
Tus labios nunca en fuga y siempre en flor
y el chisporroteo de los largos besos.
La arena, soez y antojadiza.
Los castillos de naipes que derrumbaba el viento.
Tu melena anudada y arterial
y tus consecuentes abrazos atrevidos.
Recuerdo las olas compartiendo con nosotros
sus cantos seminales del más sólido amor.
Recuerdo solsticios y equinoccios
en algunas chimeneas guarecidas.
Mi cuerpo apareciéndo sobre el tuyo
y tus manos, que me sembraban tu calor.
Y tu perfume de líquen en el viento.
Mis manos frotando tus espaldas
y tu figura traslúcida y querida.
El reventar de besos no acordados:
Pero no puedo distinguir si se lo llevó el tiempo
o esto es simple imaginación en desmemoria.
Ya ni siquiera sé pronunciar tu nombre
y desleo el sopor de tus profundos letargos.
Y el vaho continuado de tu risa
que a veces se asoma en mis silencios
y me hace creer que sí exististe.